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Portales porteños: Pasaje Bernardo

Vivir a pocas cuadras de un pasaje es vivir cerca de un misterio, de una intriga. Uno no puede  evitar pensar por qué razón esa calle tiene una sola cuadra, tratar de adivinar si fue por un error de planificación o algo de los caños de agua o cualquier otro motivo. Son preguntas inútiles, de las ideales para hacerse cuando estás en la cama tratando de dormir y el sueño no llega. A eso agregale que, de un día para el otro, de un martes para un miércoles, el pasaje cambia de nombre y la incógnita es todavía más grande. Eso pasó con el pasaje Padre Bernardo, ex Urquiza.

Lo primero es tratar de asegurarse si vas a decirle por el nombre viejo, Urquiza, o por el nuevo, Padre Bernardo. La pregunta es pertinente: cuando una persona te pregunta si conocés esa calle, hay que saber si conviene corregirla o decirle simplemente dónde es que está. Y también, todo puede ser, al tomar un taxi no es mala idea estar seguro de cómo nombrar la calle. Son cosas importantes, que hacen a la rutina de cualquier persona que anda de acá para allá. 

Por lo general, lo mejor es aceptar los cambios y decirle por el nombre nuevo, sin mucho enrosque. Pero, atenti, ¿y si el nombre nuevo fue el nombre de alguien nefasto? De ser así, no sería mala idea seguir diciéndole Urquiza, insistiendo con la idea de que el homenaje recién estrenado es algo inmerecido y haciendo una especie de protesta suave pero consistente, de todos los días. Por eso, lo mejor es googlear y averiguar a quién se refiere con Padre Bernardo. Carlos Bernardo Hughes fue párroco de la iglesia de Santa Cruz hasta 1976. En esa iglesia –está en Estados Unidos y el pasaje del que estamos hablando– decidió recibir a los primeros refugiados que escapaban de Chile al caer Salvador Allende. Años después, cuando este líder religioso que murió en 2018 ya había sido obligado a exiliarse, la iglesia pasa a ser el lugar donde los primeros familiares de desaparecidos empiezan a juntarse. A esas reuniones empieza a ir una persona llamada Gustavo Niño, alguien que dice ser hermano de una persona desaparecida, pero que no es otro que el mismo Alfredo Astiz dando inicio a una operación de secuestro y tortura que empezará meses después. Sabiendo todo esto, ¿podemos decir que confundir el nombre y seguir diciéndole Urquiza sería algo parecido a insistir con llamar Cangallo a Teniente General Juan D. Perón? ¿O equivocarse e insistir con decirle Avenida del Trabajo a Eva Perón? No hay respuesta. Solo podemos afirmar que cometer esos tres errores juntos hablaría de una equivocación muy bien elegida.

Ahora que ya sabemos cómo decirle, podemos pasar al pasaje. Está entre Boedo y San Cristóbal, entre Independencia y Estados Unidos, se extiende por una sola cuadra y va del 800 al 900. Está empedrada, no tiene edificios, son todas casas bajas. En la esquina con Independencia se sostenía hasta no hace mucho el único negocio que tocaba el pasaje. Era una especie de bazar y contaba con dos características particulares: tenía un duende gigante en la puerta y su horario inentendible obligaba a los clientes a arriesgarse a ir sin saber si estaba abierto. No sería del todo ridículo pensar que la dueña de ese comercio pensaba que estar sobre una calle que parecía quedada en el tiempo la forzaba a atender a sus clientes con la amabilidad de los comerciantes de épocas pasadas. Tal vez estoy exagerando, tal vez pensar en un pasaje me hace ver magia donde no hay nada. El bazar cerró hace unos meses, después de la etapa más dura de la pandemia. Ahora si quiero comprar algo y decir que lo compré en el pasaje Bernardo no puedo.

¿Podemos decir que confundir el nombre y seguir diciéndole Urquiza sería algo parecido a insistir con llamar Cangallo a Teniente General Juan D. Perón? ¿O equivocarse e insistir con decirle Avenida del Trabajo a Eva Perón? No hay respuesta. Solo podemos afirmar que cometer esos tres errores juntos hablaría de una equivocación muy bien elegida.

Llegando al final, antes chocar con Estados Unidos y con la iglesia Santa Cruz –de donde el 8 de diciembre de 1977 fueron secuestradas las Madres de Plaza de Mayo Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Vianco, la monja francesa Alice Domon y los militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo–, nos encontramos con la parte de atrás del Instituto de Formación Superior N.o 26. En una avenida, en una calle cualquiera de la ciudad, seguramente este edificio carecería de atractivo. Pero al estar en un pasaje, las ventanas con manijas antiguas, de varios metros de alto, parecen querer contarnos algún secretito. Es el único edificio del pasaje que no tiene el aspecto de un hogar familiar.

Voy a terminar contando una confidencia. El día que fui a recorrer el pasaje y sacar algunas fotos tuve un pequeño altercado. Un viejo con gorra, pantalón corto y remera se puso a gritarme y hacerme señas con las manos. Si no me confundo, salió de un auto. Yo me asusté, no me animé a explicarle que estaba haciendo una nota periodística, no se me ocurrió mejor idea que pensar “patitas pa que te quiero” y salir corriendo. De lejos miré para atrás y vi cómo el hombre me seguía haciendo señas con las manos y gritaba enojado, preocupado, nervioso.

En una avenida, en una calle cualquiera de la ciudad, seguramente este edificio carecería de atractivo. Pero al estar en un pasaje, las ventanas con manijas antiguas, de varios metros de alto, parecen querer contarnos algún secretito.

Ya tenía visto a ese hombre. Varios días a la semana, sobre Estados Unidos, frente a la iglesia donde hoy descansan algunos de los restos de los secuestrados ese 8 de diciembre, acostumbra a lavar autos con una manguera conectada a un kiosco mientras escucha música con un grabador que tiene para poner casetes. Se nota que conoce a las personas de la zona, todos lo saludan por el nombre y él saluda a todos. ¿Se acordará de mí si paso por adelante suyo otra vez? No hay vuelta que darle, en los pasajes pasan cosas raras. Yo puedo decir que en uno, con treinta y cinco años, me asusté y salí corriendo igual que alguien que tiene once y está haciendo una maldad.

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