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Un bar de viejes muere en Boedo

 Fotos por @bardeviejes

Cuando hace cinco años nos vinimos con mi conviviente a vivir a Boedo, empezamos a caminar mucho por la avenida que lleva el mismo nombre que el barrio. En esos paseos notábamos con curiosidad que en la avenida, centro neurálgico y comercial de la zona, algunos negocios antiguos convivían con locales de franquicias insípidas. La confitería Havanna se tocaba con un local de telas atendido por dos viejitos sonrientes, un Café Martínez rozaba a una fábrica en la que parecía que el tiempo no había pasado, Subway se enfrentaba a una mercería con mostradores de los de antes. Si nos ponemos poéticos, podríamos decir que el pasado quería enseñarle al presente, o al futuro, cómo tenía que comportarse con los vecinos de Boedo.

Hasta hace unas semanas, el billar Alenjo (fundado en 1920) era uno de esos negocios antiguos empecinados en sostenerse. Refugio de jubilados que jugaban a las cartas a horas ridículas, con mesas de billar y pool que se llenaban los sábados a la noche, Alenjo recibía a quien quisiera sumergirse en un bar de otra época. La parte dura del aislamiento social, preventivo y obligatorio la pasó sin ofrecer take away y sin abrir sus puertas. A principios de este año desarmaron el local, subieron las mesas de billar a un camión y taparon todo con telas y maderas. Se dice que van a poner una perfumería Pigmento. Se sabe que Alenjo no vuelve. La pandemia terminó de ponerle el punto final.

 

En uno de los tantos grupos de Facebook de Boedo comenté que estaba escribiendo una nota sobre el billar. Pedí a quienes lo conocieron que me dijeran cualquier cosa que se acordaran. Los comentarios llegaron de a montones. Nadie quería quedarse sin despedirlo.

Oscar me cuenta que en la década del sesenta el billar era un juego de hombres, que las mujeres no entraban porque le temían al qué dirán. También dice que en Alenjo convivían los viejos que jugaban al dominó con los alumnos del colegio industrial que se rateaban y se metían al billar para pasar el rato.

Rosana me dice que su cuñado entraba para matar el tiempo mientras esperaba un colectivo que no llegaba nunca. Eran épocas de la dictadura, y una vez la policía lo agarró sin documentos y lo obligó a barrer el piso.

Fern se empecina en hablar de la república de Boedo. Está convencido de que, vaya a saber uno cómo, Alenjo tenía una personalidad maravillosa, inventada a base de escasez, tacos torcidos, mesas más o menos, un café muy fuerte y un dueño de acento español que dejó su vida ahí dentro. Al final de su testimonio, un halo poético lo embriaga y termina diciendo que estos lugares no se mueren, solo quedan impregnados en el barrio.

El alma del Alenjo se suma a la del Florida, el Deporte, Sol di Napoli y otros que no me acuerdo. Todas esas almas no se irán jamás del barrio, y seguirán jugando un fulbito en el cielo de ese pedazo bendito de tierra porteña llamado BOEDO.

(Fern)

Muchas mujeres que solo pudieron mirarlo desde afuera quieren hablar. Como Jesica, que asegura que ya pasar por la puerta le daba la impresión de que era para hombres, y que las veces que entró se sometió a miradas de rechazo y tuvo que irse rápido. El relato de varias es muy parecido. Algo de eso habría.

Antes del final, antes de que el post facebookero sea devorado por la maraña de contenido en las redes, llega a dar su testimonio una de las nietas e hijas de los dueños. Stefania dice que su abuelo Matías abrió el billar en 1920 y explica que, para él, el bar era todo. Cuenta que su abuela preparaba matambre y bizcochos, que vendían ahí mismo, y confiesa que hace rato ya no les rendía y que la cuarentena terminó por hundirlos. También dice que su familia se la pasaba ahí adentro, que los mozos eran empleados de toda la vida y que fue una gran tristeza tener que cerrar.

En la cuenta de Instagram @bardeviejes uno puede encontrar fotos de lo que lo que ellos mismos llaman “bares al borde de lo notable”. Los que van cerrando son tantos que en el perfil se vieron obligados a hacer una sección de historias destacadas con fotos de cada uno de los que ya no existe. Alguien debería darles la triste noticia de que el billar Alenjo ahora pertenece a esa categoría.


 

Fern

Soy jugador de billar y además viví dieciséis años en la República de Boedo (porque sí, Boedo es un país aparte: culto, reo, porteño, tanguero, artista, hermoso). En el Alenjo se jugaba mucho a “las veinte” un juego de billar de cuatro bolas, y sabe Dios las cantidades de partidas que se jugaron por un valor.

Rosana

Hola Darío, lo que recuerdo de ese bar se lo contaba hoy a mi hija. En épocas de la dictadura, mi cuñado lo usaba cuando dejaba a mi hermana en casa los fines de semana tarde para esperar a que vuelva a pasar el bondi y así poder volverse a sus pagos de Saenz Peña. Un día de esas esperas llega la cana, le pide documentos y lo empieza a bardear. Le empiezan a preguntar en tono sobrador si a él le gustaba la policía, y le hacen barrer el bar para humillarlo. Una pena que en este posteo haya en los comentarios gente tan gorila como en esa época.

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