A través de acciones de participación colectiva y con un interés por llevar el debate de la planificación urbana hacia sectores relegados, la colectiva Ciudad del Deseo nació en el contexto del #8M de 2019 y está integrada por profesionales y militantes de distintos espacios (arquitectas, sociólogas, antropólogas, trabajadoras sociales, abogadas, geógrafas, artistas y gestoras culturales).
En este 2020 de coronavirus y proyectos paralizados, CDD habla con Ponele sobre cómo intervenir en la agenda por una ciudad con perspectiva de género y sobre los modelos urbanos que regulan nuestra vida: “¿Acaso no es este contexto de pandemia el gran visibilizador de un sistema que está en crisis?”.

Teniendo en cuenta que vienen de distintas disciplinas, ¿cómo se fue gestando el acercamiento previo entre ustedes?
Nosotres no somos pioneras en este tipo de reflexiones, hay genealogías que se pueden reconstruir de diferentes aportes que conjugan el feminismo y la reflexión crítica sobre las ciudades y la espacialidad. Acá nos llevan la delantera las arquitectas cordobesas. Una gran referencia es Ana Falú y lo que ha construido junto a CISCSA, voceras internacionales sobre la temática, un foco importante en las violencias que sufren mujeres, identidades feminizadas desde una perspectiva territorial. Algo que caracteriza también a los feminismos latinoamericanos.
Otra referente de la misma provincia es Inés Moisset, una gran cómplice y amiga de la colectiva que nos ha apoyado mucho. Ella es la principal referente de la revisión feminista de la historia de la arquitectura. Es fundadora de un día / una arquitecta, fundamental para el acceso a contenidos muchas veces difíciles de encontrar. Y hay muchas colectivas hermanas que hoy en día en Latinoamérica conforman un conjunto de personas que impulsa esta discusión bastante relegada: cómo se piensan, gestionan y viven las ciudades contemporáneas. Creemos que los feminismos brindan muchas herramientas para pensarlo.
Gestamos un espacio con Ciudad del Deseo que tiene la intención de articular un encuentro colectivo, entre nosotres y con otres. Ocupar espacios y darle visibilidad a la relación de espacios y géneros.
Queremos corrernos de los lugares hegemónicos de saber, salir de espacios de producción de conocimiento que se tornan rígidos y hasta clasistas, queremos tensionar hacia una producción colectiva e interseccional.
Entendemos que desde la experiencia y en otras formas de dialogar hay una potencia enorme para entender cuestiones que a veces las aproximaciones científicas no pueden explicar. Y por otro lado, le queremos disputar el saber hegemónico a la arquitectura como voz autorizada para hablar de las ciudades.
Si bien es un conocimiento fundamental y no renegamos de eso, entendemos que la riqueza de diversas aproximaciones puede dar luz a problemas que no son nuevos y que evidentemente no han logrado saldar.
Suelen referirse al “patriarcado en hormigón” y a la pregunta por “cómo sería una ciudad que no se conciba desde el mandato de la productividad”. ¿Pueden ampliar un poco?
Hay una pregunta que subyace el ejercicio proyectual que se produce al momento de generar una intervención sobre un territorio y tiene que ver con cuáles son las premisas sociales en las que se basa. A partir de ahí se decidirán formas y materiales que impactarán sobre un espacio, generando una modificación que suele dejar una huella bastante difícil de borrar. Si bien existen transformaciones urbanas sobre lo existente, es bastante más lento y difícil de realizar.
Por ende, esa intervención tiene que asumir los recaudos de respetar lo colectivo y favorecer transformaciones democráticas que garanticen mayores beneficios y derechos a las personas.
El paradigma arquitectónico que tenemos aún hoy en día viene de lo que se conoce como modernismo y posee algunas premisas que creemos causan varios problemas en los espacios públicos y la vivienda. Por un lado genera zonificaciones en la ciudad por ende los usos mixtos no son posibles, genera esas áreas monofuncionales que suelen ser desérticas y tener poca vida urbana impactando negativamente en el uso de esos espacios. La mirada productiva de la ciudad relega como importante la escala de vida cotidiana generando mala infraestructura para los recorridos peatonales, para quienes usan el transporte público y, especialmente, para quienes no realizan recorridos lineales, en su mayoría las mujeres y personas que realizan tareas de cuidado.
Lo interesante es preguntarnos quiénes son estas personas que generan modificaciones sobre el territorio: en su gran mayoría son hombres heterosexuales profesionales blancos de clase media-media alta.
¿Es porque no hay mujeres en el medio? No, sino porque los lugares de poder, como en el resto de los ámbitos, son profundamente desiguales en su acceso y representatividad.
El hormigón como materialidad representa ese paradigma. Para nosotres es una síntesis de una discusión bastante profunda pero hemos querido posicionarnos en un lugar incómodo. Para la academia y la gran mayoría de profesionales, cuestionar este material es cuestionarlo todo. El feminismo propone este camino y es lo que queremos hacer en este ámbito de conocimiento.
Pensar la ciudad por fuera del mandato de la productividad sería, en palabras de la Arq. Zaida Muxi, poner la vida en el centro.
Cuáles son las actividades realmente valiosas en la sociedad, cuáles fundamentales y cuáles en realidad son parte de una maquinaria especulativa.
Las tareas de cuidado, ahora reconocidas como esenciales, son prácticas que no son remuneradas o muchas veces se encuentran precarizadas. La ciudad no está diseñada para estas actividades. Finalmente las del ocio, las del encuentro colectivo, las del deseo. La potencia que puede transformar.
En ese tipo de ciudad mercantilista, ¿cuánto influye la pérdida del espacio público a manos del negocio inmobiliario?
No solamente la pérdida de lo público: el extractivismo urbano trae consecuencias ambientales y sociales. Como planteamos antes, el cambio de paradigmas es indispensable. ¿Cuáles son los modelos que regulan la vida urbana? No pueden ser los parámetros productivos los únicos a tener en cuenta a la hora de hacer ciudad. El extractivismo urbano avanza sobre el espacio público, el verde urbano y convierte a la vivienda en bien de cambio, entre otras problemáticas. Las consecuencias de estas medidas recaen fundamentalmente en las mujeres, los colectivos minorizados y las clases populares. El valor de la renta urbana es parte de un ciclo de expulsión que hace insostenible la vida en los centros y en la periferia donde vivir es rentable genera una problemática de movilidad.
Las ciudades son sistemas más complejos, el foco sin embargo siempre parece puesto en el eje de la densidad, casi traducida simultáneamente en capacidad constructiva. Las ciudades requieren miradas multiculturales, interdisciplinarias, con representatividad de géneros, sin sesgos clasistas.
Si la porción que disfruta de los beneficios del capitalismo financiero es la única sentada a la mesa de la planificación urbana, la ciudad reproducirá material y simbólicamente las mismas inequidades que su soporte económico: patriarcado y racismo.
Hablando de los espacios en los que habría mayor seguridad, en una entrevista pusieron este ejemplo: “una buena iluminación, un espacio para circular sin recovecos o la presencia de más personas marcan la diferencia”.
Tomando en cuenta la lógica de especulación de muchos gobiernos (el PRO en CABA, entre muchos otros), ¿cómo se puede pensar una ciudad “segura” sin caer en las ideas de ‘mano dura’ o de ‘revalorización’ de un barrio o una zona?
La ciudad segura no es solamente un problema de diseño del espacio urbano, de lo público. Si bien la calle es hostil para las mujeres, las personas trans, no binarias y quien expresa una identidad de género disruptiva, aún en circunstancias de aislamiento hemos sufrido veinticinco femicidios que tienen origen en el espacio doméstico.
La propia estrategia de salud pública pone en cuestión todo el sistema de vigilancia cívica. Las fuerzas de seguridad gestionan las distancias, y la falta de capacitación en cuestiones de géneros también queda expuesta.
Abusos de poder reforzados por discursos transodiantes históricamente arraigados, por ejemplo. Sabemos que volveremos al espacio público, es nuestro deseo, claramente, recuperar la ciudad. Luego de un período de crisis de la salud pública, donde quedó en evidencia el papel de las tareas de cuidado la vida cotidiana, doméstica y social, tarea que también, históricamente, es asignada a las mujeres que, amor o no mediante, realizan ese trabajo no pago, esperamos volver a una ciudad que revalorice las tareas de cuidado y le brinde soporte físico en el espacio público.
¿Creen que hay poco lugar para la planificación urbana dentro del Estado? ¿Y en las Facultades?
La planificación urbana debe estar a su vez atravesada y cuestionada desde las perspectivas de géneros. Cuando comenzamos a reunirnos solo el 24% de los cargos de toma de decisiones sobre temas urbanos en el gobierno de la CABA eran ocupados por mujeres ¿Dónde quedan nuestras voces en la planificación? Lo mismo en las casas de estudios: la FADU por ejemplo sólo contaba con un 13% de directoras en cargos directivos, en el período marzo 2019.
Por último: ¿tienen relación con colectivas similares de otros lugares? ¿En qué están trabajando en 2020?
Mucha. El trabajo en red es agenda de base. Nacimos al calor del 8M, una gesta histórica que abraza la pluralidad, la diversidad, la colectividad. Los feminismos y movimientos antipatriarcales y de ampliación de derechos son plurales, o así los entendemos, y, en ese sentido, conectamos con colectivas del país, la región y otros territorios. Hemos participado de la presentación del último libro de Collect Punt 6, colectiva de Barcelona pionera en la temática del urbanismo feminista, capacitamos a estudiantes de la Universidad de Leeds en la misma temática, aportando nuestra perspectiva latinoamericana y de feminismos populares y participamos del congreso de CICSA en Córdoba.
Estábamos organizando una red latinoamericana de colectivas feministas para proponer una acción urbana coordinada, cuando estalló la crisis social en Chile y luego nos tomó la agenda la covid-19, pero continuamos conectadas y conectades.
Esperamos recuperar nuestra Ciudad del Deseo. La seguimos pensando, la seguimos habitando, a veces parece que se encuentra a mucha distancia, otras no tanto, especialmente después de nuestras asambleas virtuales; allí recuperamos un espacio de trabajo y reflexión, ahora no material, pero igualmente revolucionario, desde donde tratamos de seguir concretando proyectos. Estamos preparando algunos textos y acciones, en principio en la virtualidad, en vías de acortar distancias entre el deseo y la realidad.