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El Alquimista y el laboratorio en llamas

Macri ya fue, Vidal ya fue, si vos querés Larreta también, si vos querés Larreta también. Una metralleta cumbiera que revolucionó, al menos por un rato, la calle y las redes. Qué alivio mover la patita, ese hipo en los hombros incapaces de cualquier gracia, la sinapsis toda piqueteada, pegoteada con la letra. Un fin de semana en el que estuvimos todos y todas en modo ya está, el macrismo se cae como un castillo de naipes importados. Pero hoy no quisiera solo ilusionarme, me gustaría entender un poco mejor en cuál estamos.

¿Quién es Horacio Rodríguez Larreta? Hago esta pregunta sabiendo —lo digo con la humildad lamentable de leer quizá demasiado el diario— todo lo que es posible “por arriba” sobre él. Me refiero a ese Larreta maquiavélico, jodido, casi imposible de vencer en la retórica porteña —escuché decir hace un tiempo que cuando le hacen una entrevista “parece que conociera cada esquina de Capital”—; un animal político implacable que se mastica cualquier oposición real y si no lo hace es porque tiene una amistad personal con su adversario.

¿Por qué Larreta es más relacionable para mucha gente con Juan Carr que con Daniel Angelici? ¿Cómo logra Larreta ser y no ser Macri al mismo tiempo en estas coordenadas argentinas? ¿Quién es Larreta “por abajo”, entonces?

Hace rato vengo masticando una teoría salvaje al respecto: Horacio Rodríguez Larreta es comprendido por una enorme mayoría de la ciudadanía porteña como un administrador de consorcio.

Pensémoslo un poco. ¿Quién no tiene la certeza de que el consorcio te está cagando, que te dibuja los números en el balance? Pinta y pinta las medianeras y el palier, pero las manchas de humedad afloran todos los años; siempre hay alguna razón para meter un gasto extraordinario, un arreglo inminente que efectúa un amigo del señor administrador. Una persona sin rostro, que atiende de 14 a 16 horas dos días por semana en un celular que siempre está apagado

Sigamos metaforeando: ¿quién logra juntar las energías para pelearse con la administración de consorcio? Hay que rosquear en las reuniones, caerle bien a las jubiladas, pensar cómo adornar al portero para sacarle data de los tongos.

Después de todo, quienes vivimos en Buenos Aires lo único que queremos es llegar a casa y desplomarnos, comer, reencontrarnos con nuestros amados organismos vivos o digitales. Nos acordamos de que el ascensor es un servicio cuando no anda y hay que subir por las escaleras; un caño se pincha y entonces descubrimos la compleja burocracia de la estafa administrativa. La porteñidad vive en un edificio lleno de boquetes emparchados y coloridos al borde de resultar impagable.

Es esa brecha entre lo que cuesta y lo que ofrece esta Ciudad la cotidiana bomba que nos revienta, nos derrota, nos resigna a la maravilla de una bicisenda, a la admirable acumulación de cemento aéreo, a tomar lo anormal como lógico y lo lógico como inigualable. Ahí encuentro el nicho espiritual del larretismo, en el nunca antes de las gráficas presentes en la superficie toda de nuestros sentidos —la similitud con el nunca menos cristinista es pavorosa—: arriesgo que el Pro porteño tiene sabor a hamburguesa de food truck. Sobrecargada, un marrón de gustos que inflama el estómago y no alimenta un carajo.

Horacio Rodríguez Larreta es el pasado, el presente y el futuro de la centroderecha argentina. Ahí es donde tiene sentido la consigna de #SiVosQuerés, porque es en esa apelación a la voluntad individual donde algo tiene que cambiar. Y quizás lo más interesante de esta movida es que, si miramos en detalle los rostros de quienes danzaron los últimos dos viernes al ritmo de Sudor Marika, no había juventud militante, idealista. Fue un coro de señoras en clase de zumba, pelados de bigote que meneaban, bendiciones de joda sobre esos hombros incapaces de cualquier gracia. En el territorio generacional de la desesperanza (el +45, padres e hijes de la recuperada democracia), #SiVosQuerés sacudió algo dormido en Buenos Aires.

De cualquier manera, miremos las cosas tal cual se muestran hoy. El larretismo, primero con la careta de Macri y después con su propia careta, ha hecho de Buenos Aires un laboratorio social por doce años que triunfa donde en el plano nacional incendiaron la calesita: en la interpretación de los deseos de las mayorías. Pero el Fugapalooza perpetrado por el cancherismo de Marcos Peña y sus secuaces generó un monstruo que también tiene una de sus patas de este lado de la General Paz. Para muchos y muchas, el sueño húmedo actual es llegar a fin de mes. La muerte del deseo porteño, quizás, tenga límites entre octubre y noviembre. No queda claro todavía.

Ahí está también, me parece, el desafío inconcluso de la oposición porteña, hoy encabezada por Matías Lammens: rehabilitar el horizonte de deseos para quienes habitamos esta Ciudad. Por una vez en la vida, tiene que ser una prioridad concreta, que pase menos por lo que me gustaría que mi vecino desee y más por prestar atención a qué le puedo ofrecer para desear. Por una vez en la vida de esta Ciudad que tanto queremos: ganar primero y tener razón después.

Sebastián Rodríguez Mora

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