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Las malas nuevas del subte porteño

La alegría de estrenar una línea de subte, la extensión de una línea ya vieja o una estación nueva es inmensa. El arribo del subte a una zona a la que no llegaba –¿parecido a cuando empezaba a llegar un tren a un pueblo? – nos hace sentir que vivimos en un lugar moderno, canchero, que llevará a sus ciudadanos de una forma civilizada a donde tienen que ir,  igualito a lo que pasa en las grandes capitales del mundo.

Nada de eso está pasando ahora mismo en la Ciudad de Buenos Aires. Y nada parece indicar que vuelva a suceder en los próximos años.

El 15 de junio pasado se postergó por ¡¡decimoprimera vez!! la licitación de estudios que serían el puntapié inicial para la línea de subtes F. Este proyecto de ampliación del subte porteño fue anunciado con bombos y platillos a mediados de 2019 por el entonces presidente de Subterráneos de Buenos Aires (SBASE) Eduardo de Montmollin. La línea uniría Barracas con Palermo, se podría hacer combinaciones con todos los otros subtes, tendría doce kilómetros de largo y nada menos que trece estaciones. El subte iría elevado entre las autopistas, y se calculaba que movería unos seiscientos mil pasajeros por día. Toda una belleza que no para una y otra vez de ser interrumpida: la licitación que no termina de nacer sería para hacer estudios sobre el terreno, una evaluación para realizar la futura obra de construcción.

Foto: Daniel Dabov (Télam)

Las últimas novedades del subte porteño tienen mal olor. A principios de este año, la empresa francesa Keolis abandonó la licitación que podría haberla llevado a operar los servicios del subte. Keolis –presentada como una sociedad entre el metro de Lyon y Corporación América, del empresario Eduardo Eurnekian– se supone que abandonó la propuesta por los constantes cambios en el escenario económico nacional. De esta forma, la operación del servicio seguirá a cargo de Metrovías, el único otro ofertante. Metrovías lo maneja desde su privatización en 1993 –Carlos Saúl Menem do it–, y es cuestionada por la deficiencia en su prestación del servicio. La empresa perteneciente al grupo Benito Roggio es famosa, entre otras cuestiones oscuras, por no haber tomado medidas urgentes con respecto al asbesto encontrado en distintos vagones y por recibir multas por incumplimiento del servicio.

Al asumir la jefatura de Gobierno en 2007, Mauricio Macri no dudaba en manifestar que construiría diez kilómetros de subte al año.

Foto: GCBA

Y si con el “asunto Metrovías” no alcanzaba, la gerencia de SBASE, encargada de gestionar las ampliaciones y obras de la red, confirmó los malos augurios. Manuela López Menéndez, quien fuera la mano derecha del exministro de Transporte Guillermo Dietrich, postergó ya cinco veces la licitación mencionada desde que asumió la presidencia. Menéndez fue elegida presidenta al renunciar Eduardo de Montmollin (complicado por la compra de vagones con asbesto) y es la primera presidenta mujer de SBASE y la primera elegida desde que los subtes ya no dependen del Ministerio de Desarrollo Urbano, sino de la Secretaría de Transporte de la Ciudad.

Al asumir la jefatura de Gobierno en 2007, Mauricio Macri no dudaba en manifestar que construiría diez kilómetros de subte al año. Hablaba en los medios no solo de la línea F sino de la G y hasta de la I. Contaba también de las cocheras en las cabeceras de cada línea, de la frecuencia maravillosa con que vendrían los vagones, de situaciones muy bellas que ocurrirían bajo tierra. Ahora, casi 15 años después, con ninguna obra de subtes en construcción por primera vez desde 1973, quienes continúan su legado sostienen que la inversión en ese medio de transporte fue abandonada porque la pandemia está acostumbrando a los ciudadanos a usar otras alternativas de transporte. No, no hay remate. Es curioso que esta política –supuestamente por la notable baja de porteños que eligen tomar subtes en la pandemia– coincida con que en la campaña para jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta no hubiera hecho mención a la ampliación de la red de subtes.

Quienes tenemos recuerdos de principios de los años 2000 nos acordamos del blues del Minotopo, una publicidad de Metrovías muy misteriosa, filmada en los viejos vagones  de la línea A. Duraba un minuto y medio. El blues hablaba de un monstruo que vivía debajo de la tierra, que corría entre los túneles y había secuestrado a una princesa. Ella era rescatada por un héroe valiente que mataba al Minotopo y dejaba su corazón latiendo en los túneles del subte. Podría pensarse que con esta publicidad se trataba de convencer a los que viajaban por CABA de que tomaran ese medio de transporte y no otro, de que aprovecharan el esfuerzo por construir medios de transporte modernos que no paraban de crecer a medida que pasaban los años en un país donde, todavía, la moneda no estaba tan devaluada. Hoy esa idea parece lejana y antigua. Igual que el blues del Minotopo, que suena a cuento bíblico, tan antiguo como las montañas y el mar.

 

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