Hay algo muy propio de vivir en este país y es el relato de la Historia desde una anécdota personal.
Un remisero de Provincia cuenta cómo recuerda el Rodrigazo. Tenía un buen laburo y ahorros a punto de permitirle la compra de un departamento pero pum, lo único que llega a comprarse es un aire acondicionado; entonces el remisero, la mano izquierda muerta sobre la curva inferior del volante, confiesa que cada vez que escucha el himno solo puede pensar en el aire acondicionado.
Otra, que cuento siempre: mis pañales de goma de la hiperinflación de 1989, mis viejos recién salidos de la secundaria lavando un mini calzoncillo de goma cagado, los pañales descartables no tienen precio y yo no paro de crecer.
Otra: mi novia y mi suegra van a la primera función de los sábados en el cine General Paz de Belgrano porque cuesta tres pesos con cincuenta en lugar de siete, para luego compartir un tostado y una Coca en el bar de enfrente; devaluación de uno a dos, dos personas haciendo lo que hasta hace poco una sola.
A esta crisis, ¿cómo la vamos a recordar, a qué anécdota la vamos a reducir?
Me niego. Hay que intentar otra forma de relacionarse con la Historia, no voy a felipignizar mi primera crisis macroeconómica argentina como adulto. Y tampoco Ternavasio, Hilda Sábato, Cattaruzza y el resto de los tomos de historia argentina de Siglo XXI Editores, porque recordar es muy diferente a investigar el pasado. Tiene que haber otro modo, alguna teoría salvaje tiene que surgir.

Nada nuevo en esto, pero el agosto que acaba de terminar es otra demostración de la plasticidad horrible del tiempo: los veinte días que siguieron al domingo del arrasamiento de las PASO duraron, cada uno, al menos cinco o seis días. Algo hay en ese viaje en el que estamos, donde tus ingresos pierden valor de a dos cifras por día, la City se transforma en un inodoro de dólares, los memes te tildan el celular, la estrategia financiera de Luis Majul corre por su vida. Algo está pasando y no llegamos a grabar lo que deberíamos de este período.
Me imagino un tren en pleno descarrilamiento, un plato que se rompe contra el piso, el maravilloso momento en que un gato se asusta e intenta escapar pero patina en el lugar antes de por fin traccionar. Lo que está pasando en estos días parece eso: un cambio de estado que dura un instante pero no, tiene pasos, ofrece una lógica que se nos va a escapar como un sueño.
Yo quiero capturar esa huida de sentido antes de que se la reduzca a otra anécdota para asados.
Tal vez Durán Barba tuvo razón antes de armar la valija, el miedo sí es una emoción más fuerte que cualquier otra. Recordar el shock, revivir la tragedia y la miseria, estar ahí otra vez, ese tipo de experiencias hace imposible ordenar el pasado como una cadena de eventos que se precisan los unos a los otros. No, por estos lares tendemos a mitificar, a lunadeavellanedizar las tragedias macroeconómicas nacionales hasta el punto en que pareciera que los responsables se llaman Miguel Alberto Estado o Eduardo Luis Mercado. Son esas personificaciones de grandes pedazos del mundo los que te pegaron la trompada total por la que aterrizaste acá, uberizado. Pero los responsables ahí están y son siempre más o menos los mismos.
Quiero recordar ordenadamente estos días de finales del macrismo. No un diario íntimo, no una colección de links, no un álbum de memes que nadie va a entender de acá a seis meses. Tampoco una crónica rigurosa, el siglo pasado las escribió todas. Ya le voy a encontrar la vuelta.