Arquitecto, urbanista y ensayista ligado a la revista de debate Herramienta, Silvio Schachter es un investigador que trabaja con problemáticas relacionadas con la vida en la ciudad.
Crítico de la mirada neoliberal y privatizadora de la gestión actual, sus cañones también apuntan hacia buena parte de las instituciones relacionadas al mundo de la arquitectura, a las que ve en una actitud pasiva (en el mejor de los casos) o cómplice frente a muchos de los negociados inmobiliarios que desde hace tiempo se vienen llevando a cabo en Buenos Aires, un entramado que, junto con el emoji del musculito y el timbreo, ya forma parte del ADN del PRO y sus aliados.
De la Sociedad Central de Arquitectos, la asociación que nuclea desde hace décadas a muchos de los profesionales, dice por ejemplo que “fue un lugar muy combativo pero que ahora lo único que quiere es administrar concursos”. El mismo tono utiliza para referirse a la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), una institución que (con excepciones, aclara) parece haber “perdido toda mirada crítica de la realidad”.
Pero lejos de solo ir al choque, en esta entrevista con Ponele Schachter analiza reflexivamente la situación en la Ciudad de Buenos Aires después de la aprobación –no exenta de críticas– en diciembre pasado de los nuevos Códigos Urbanísticos y de Edificación, y pone la lupa en el modo de relacionarnos en pleno siglo XXI con el espacio público.
En la Ciudad hay movimientos vecinales que están muy activos pero que muchas veces no tienen herramientas para enfrentar los problemas. Hay muchos barrios con conflictos puntuales. ¿Estamos viviendo el mayor momento de negociado con el espacio público en la Ciudad? ¿Cómo se inserta la aprobación de los Códigos en esto?
Uno de los temas importantes, en el que yo insisto mucho y es muy difícil de incorporar en la agenda, tiene que ver con que la Ciudad no es solo la CABA. La ciudad es el distrito central de un área metropolitana mucho más grande. Buenos Aires es una ciudad de 14 millones de habitantes, una megalópolis, y es difícil pensar los problemas de la ciudad de forma separada. Hay toda una intención para aislarla, de separar a la CABA del resto del territorio. Se ha hecho con intenciones manifiestas, no es algo espontáneo. A Buenos Aires entran casi 3 millones y medio de personas por día y ese flujo es parte del área de la Ciudad. Esa gente consume, trabaja, hace la ciudad, se moviliza. Pensar un Código por fuera de ese contexto es ya empezar a pensarlo mal.
Por otro lado, no hay un diagnóstico de los problemas que tiene el área metropolitana. Hay una gran parte de la gente que, producto de relaciones que se construyeron durante décadas, naturaliza los problemas. Le parece que esta forma de vivir es lo normal. En todo caso llega hasta la queja, el incordio, la molestia por esperar mucho para viajar, por ejemplo, pero no logra entender la naturaleza del problema. Trabajo mucho con los movimientos sociales y es muy interesante ver cómo la gente, ya sea en los asentamientos, en las barriadas, o la que tiene conflictos puntuales como en el caso de La Boca o con el tema del Riachuelo, empieza a actuar cuando vos abrís el juego y empezás a mostrar esta sinergia de fenómenos. La gente se apropia de las luchas y para edificaciones que están en contravención, que violan la constitución de la Ciudad. Lo que pasa es que debería haber un centro de pensamiento crítico sobre los problemas de la Ciudad, y no lo hay.
El Estado ha venido siendo privatizador desde hace décadas, pero llegamos a esta etapa salvaje de especulación inmobiliaria…
Acá hubo un gigantesco negociado inmobiliario, del que yo escribí y denuncié cuando se cumplieron veinticinco años, que es Puerto Madero. Son 170 hectáreas que eran de la Ciudad y se privatizaron. Es el principal negociado inmobiliario de América Latina, y uno de las más grandes del mundo. Eso pasó de largo y recorrió varios gobiernos. Cuando se empezaron a vender los primeros terrenos en Puerto Madero se hablaba de un millón de dólares, que era una fortuna. Estamos hablando del 1 al 1. Del último lote que se acaba de vender–uno lo compró Eduardo Costantini, de Consultatio, y el otro Caputo- estamos hablando de 25 millones de dólares. ¿A dónde fue a parar toda esa plata que se decía que iba a generar la zona, que iba a generar un derrame sobre la Ciudad? Además el proyecto en sí es negativo, no es que solamente no fue positivo económicamente. Se podrían haber hecho cosas infinitamente más interesantes. Es un barrio, además, que tampoco cumplió con las expectativas que ellos tenían en cuanto a habitabilidad. Tiene la misma superficie que el barrio de San Cristóbal, pero allí viven 120 mil habitantes y en Puerto Madero, 6 mil. Hay otros proyectos de venta de lotes, como el de Santa María de los Buenos Aires, que es la vieja Ciudad Deportiva, que lo tiene IRSA. Sería otro Puerto Madero, en cuanto a la dimensión, con la particularidad que tiene 5 mil metros de costa, con acceso directo al río.
¿Esto se articula con el Corredor Norte, que con Tiro Federal, el CENARD y el estadio Monumental se completaría?
Todo el litoral del río tiene una belleza escénica que le da un plus al terreno. El Instituto Romero Brest, el Tiro Federal, el CENARD… en algún momento hubo un plan nefasto de hasta privatizar la ex ESMA. Todo eso forma parte de una misma mirada sobre la Ciudad, que, entre otras cosas, se enlaza con una forma intervencional de la globalización sobre la utilización de los excedentes financieros que se capitaliza a través de la apropiación de tierras. Y, sobre todo, con tierra campesina y obviamente soja y megaminería. Pero en la Ciudad el extractivismo es apropiarse de tierra, y, a diferencia de otros, es un bien escaso, no renovable. Y se construye socialmente, porque la ciudad es una construcción social, y por más que hegemónicamente la forma de producción de espacio haya estado siempre en manos del capital, o del capitalismo en sus distintas etapas (con más o menos presencia del Estado; o salvaje, como ahora), la realidad es que siempre ha sido una producción social. Y no es solamente física: es cultural, histórica. Cuando alguien se apropia de tierra se apropia de todo ese patrimonio. Se apropian de lo cultural: “te vendemos a Gardel, te vendemos hasta al Che”. No me gusta el término -muchos hablan de plusvalías urbanas- pero es un plusvalor que se le ha sacado al trabajo social con el cual se construyó la ciudad, que es mucho más complejo que el terreno y el edificio. La forma de apropiarse de todo es con tierra.
Los que vienen denunciando y hablando sobre esto conocen a los jugadores desde hace años. Son siempre los mismos.
El Estado siempre ha sido, pero ahora mucho más, el principal proveedor de suelo. En la medida que los grandes espacios privados han desaparecido, porque ya se habían materializado en construcción, en los tiempos de bonanzas se vendieron rápidamente. Por ejemplo, la cervecera Palermo devino en el shopping Alto Palermo, de IRSA. Eso se terminó. Los que tienen hoy mayor cantidad de tierras, o tenían, están terminando de venderlas, y no solo pasa en la CABA, sino en todas las provincias. El caso de los barrios cerrados en la provincia es claro. Si vos andás por la zona de Vicente López, San Isidro, toda esa zona se está privatizando. El puerto de Olivos se ha privatizado. Y cuando vos te fijás quiénes son los que construyen, siempre son los mismos. Ginevra (GNV) es uno, que es el que hizo el World Trade Center en Puerto Madero, o el Harbour Tower. Durante mucho tiempo se decía que era difícil integrar las partes porque había un gobierno de un signo político en la provincia y otro de distinto signo en los municipios, y ahora son lo mismo y siguen sin integrarse. Lo único que se integran son los negocios en áreas privilegiadas. Si vos agarrás un mapa de servicios de la Ciudad de Buenos Aires notás que la zona norte triplica a la zona sur. Esas construcciones sociales, económicas y de servicios favorecen a los que poseen la tierra, y se enlaza con una mirada patrimonialista, que es muy propia de nuestro país.
Vos solés hablar de la homogeneización de la sociedad como consecuencia de la gentrificación, que incluye el cambio en los hábitos, en la ideología y en las costumbres de los habitantes.
La homogeneización es cultural y quizás ideológica, pero la forma de vivir en la ciudad de Buenos Aires claramente no es homogénea. Es más complejo que solo una votación en elecciones, pero la gente empieza a aceptar demasiadas cosas sin involucrarse. Porque todo este discurso de privatizar la ciudad, que es más que privatizar la tierra, tiene una modalidad que habla de cierto hedonismo, de ocuparte de tus problemas, del encierro, lo que yo llamo una especie de sociedad delivery. Estás en tu casa, te ocupás de tus problemas. Hubo un momento de mayor participación en este tema, con las organizaciones vecinales, pero hay que reconocer que el PRO en la Ciudad logró cooptarlo, con inversiones, con punteros, y hubo cierto repliegue de militancia de izquierda que se recluyó en el Estado en vez de construir desde abajo. Es lo que pasó en Brasil y en otros lados. Si vos vas construyendo un tejido social emergente, y después pensás que desde el Estado, dándole cosas, le sos funcional… Urbanizan algunas villas, hacen vivienditas, cosas que no responden a los grandes problemas.
¿La Villa Olímpica sería el ejemplo de “hacemos cosas en el Sur, nos ocupamos de la zona”? ¿Cuál es el costo?
Eso es otro ejemplo de apropiación privada de tierras, porque eso era el Parque de la Ciudad. Y eso no es vivienda social, a pesar de que sí es cierto que la gente que compre va a tener un beneficio que no tendría en el mercado inmobiliario normal, ni siquiera con los créditos hipotecarios tradicionales, porque le ofrecen un metro cuadrado más barato que el promedio, pero tenés que tener cierta capacidad de ahorro para un tres ambientes que va de 14 a 25 mil pesos. No es tan fácil para alguien que vive en una villa sostener eso. Apunta más a un sector de clase media baja que hasta ahora venía alquilando. Hay otra parte de los departamentos reservada para miembros de policías de la ciudad. La demanda es tan grande que, cuando abrieron la convocatoria, se cubrió en 48 horas. Y son mil y pico de viviendas.
Si vos te fijás, hay un reverso, y es que las empresas que están haciendo todo esto son siempre las mismas. Particularmente, aparte de las más conocidas como IRSA, Consultatio, Ginevra, CRIBA es la que se hizo muy afín al PRO, incluso aportó gran cantidad de plata a la campaña, y son los que hicieron el Edificio de la Ciudad en Parque Patricios. Están haciendo el proyecto de la Reserva Ecológica. En el Paseo del Bajo también estuvo IECSA, que era de Calcaterra y ahora es de Mindlin. Algunas de estas cosas se hacen con ingresos genuinos, que son los ingresos que tiene la Ciudad, y otra parte se hizo tomando créditos. El Paseo del Bajo se hizo con uno de 650 millones de dólares, que tendremos que pagar todos los habitantes de la ciudad. Y había infinita cantidad de prioridades. Se hizo casi exclusivamente para beneficio de los habitantes de Puerto Madero, porque hasta ahora la avenida Huergo era una barrera de tránsito pesado.
¿Es posible combinar un desarrollo urbano dentro del capitalismo sin llegar al extremo?
Es muy difícil, hay muy pocos casos en el mundo, porque si eso forma parte del negocio inmobiliario termina siendo difícil incorporar el tejido social a un proceso de valorización capitalista del suelo. Uno no solo tiene que mirar las mejoras en términos económicos o de calidad de vida. El punto es quién se beneficia con eso. Si yo te digo Barcelona, por ejemplo. El arquitecto estrella, Gaudí, hizo viviendas para la burguesía, como La Pedrera. Ese modelo ha seguido. Eso entró en contraste con la vivienda social, que tuvo mucho auge en Europa en la posguerra, sobre todo con los barrios obreros. Cuando la gente plantea tal o cual tema en su barrio no se trata de problemas técnicos. Las soluciones técnicas están escritas en un manual, el tema es político. Quién toma las decisiones. Menem abrió tres grandes autopistas: al sur, al norte y al oeste. ¿Qué significó eso? Significó que automáticamente las tierras que estaban alrededor tomaran otro valor, y significó la fuga de la clase media y media alta hacia los barrios cerrados. Eso modificó toda la estructura de la ciudad, porque una cosa es urbanizar y otra es crear ciudad. No toda urbanización es ciudad. Un barrio cerrado no es ciudad.
¿Hay alguna diferencia puntual entre Buenos Aires y el resto de las ciudades en cuanto a la gentrificación?
Hay diferencias con Europa, porque la sociedad europea tiene mayor tradición con la conservación arquitectónica de su barrio, de su ciudad, hay un apego mayor por la identidad. Nosotros, al ser cosmopolitas, quizás no la tenemos tanto. Te encontrás con gente de cuarenta años que vivió en cuatro o cinco barrios diferentes, que no tiene tanta relación con los barrios. Muchos jóvenes, como no tienen acceso a la vivienda propia y viven alquilando, no tienen el apego, y hay todo un mundo digital que absorbe muchas energías y pertenencias que antes se daban en la calle. El principal combate lo tienen que dar ellos, porque son los que tienen un proyecto de vida en la ciudad más duradero.

¿Vos criticás el Plan de Distritos del Gobierno de la Ciudad?
El plan original era la desgravación impositiva. El que se radicaba en el Distrito Tecnológico no pagaba tal impuesto o tal otro. A medida que en la zona Norte se va terminando la tierra, porque es un bien finito, hay que ir hacia el sur, hay que expandir la frontera como en el lejano Oeste. Para eso tienen que crear condiciones para que la tierra vaya adquiriendo valor. La escala a la que llegó Buenos Aires es monstruosa, pero tampoco es una cosa espontánea. Tiene una dosis de espontaneidad que es que si vos empobrecés al resto del país la gente no tiene otra alternativa que venir para acá, es un fenómeno mundial. De las veinte ciudades más grandes del mundo, salvo Tokio, Londres y Nueva York (si la ves como todo el estado), las otras diecisiete son todas periféricas, donde no hubo planificación. Nadie planificó que Buenos Aires tuviera catorce millones. El último plan que hubo fue a fines de los ’50 y nunca se aplicó, pero estaba pensada una ciudad para la mitad de habitantes, y entonces ya parecía una desmesura. No hay una planificación territorial, pero lo que sí hay es una destrucción de la ciudad, y eso es un plan que viene de hace mucho.
Se le suma el blindaje mediático enorme que hay en este tema, y quizás no se llega a entender la urgencia.
Es que esto es distinto a otras áreas. Yo puedo ser gobierno y privatizar Aerolíneas y vaciarla, pero después viene otro y la estatiza y la levanta. Pero con la tierra no hay vuelta atrás. Están haciendo el mismo modelito en gran parte de la Ciudad. Un porcentaje para torres, otro para espacio verde. El impacto que generan en los barrios es irreversible. Son espacios imposibles de recuperar, porque ni siquiera los puedo expropiar, porque me van a matar no solo los que viven sino todo los que construyeron el tejido que se fue armando alrededor, los que viven de esas viviendas, los encargados de seguridad, de los edificios, de limpieza. Hay grandes proyectos en el mundo que llevan quince, veinte años de construcción. Todo el proyecto hídrico, por ejemplo, que se hizo en Bilbao para evitar las famosas inundaciones que en la década del ’80 eran comunes, se llama Plan Bilbao 2000 y empezó en 1985. Le quedan veinte años más para terminar de desarrollarse. Es un ente autárquico que no tiene nada que ver con quien esté en el gobierno. Acá, si tenés plata para poner en algo que va a tardar veinte años, la vas a terminar usando en algo que se vea rápido, en arreglar algún macetero, algo de eso.
Gestión Horacio Larreta/Elisa Carrió
Vender tiro federal para hacer torres.
Vender espacio verde en Retiro para hacer torres.
Vender centro de deporte olímpico para hacer torres.
Vender 29 profesorados para hacer torres.
Vender hospitales para hacer torres.
Ciudad BANANERA
— Alcira Argumedo (@AlciraArgumedo) November 23, 2018
Y si esto sigue así, ¿qué se puede esperar para estos años en la Ciudad?
Volviendo al tema del nuevo Código Urbanístico, que es importante… Se hizo para darle legalidad jurídica a las privatizaciones. Por poner un ejemplo, ellos tenían el terreno de la Sastrería del Ejército, frente al Campo de Polo. Es una manzana. Eso tenía una zonificación de parque, no se podía construir un solo metro cuadrado. Si yo lo privatizaba y lo vendía, los que compraban me iban a pedir la garantía para que yo pudiera construir. No iban a gastar 20 millones de dólares para no hacer nada. Si yo sacaba un decreto para construir, cualquier vecino podía decir que violaba la Constitución. La legalidad de este Código (a diferencia del anterior, que era una ordenanza porque la ciudad todavía no era autónoma) es que ahora es ley, porque lo aprobó la Legislatura. Y con esta ley cambiaron las zonificaciones.
Todo empezó en una reunión en el Palacio Lezama. Ahí se reunieron las principales inmobiliarias del país y los principales estudios con Rodríguez Larreta, y ahí salió el primer borrador del Código. Agarraron un plano y se empezaron a repartir. En dos, cuatro años, venden todo. Ellos saben que una vez que lo vendan va a ser muy difícil que se vuelva atrás. Esto lo venimos planteando desde hace dos años, y la respuesta de gran parte la sociedad, inclusive de partidos de la izquierda, ha sido ínfima. Porque los movimientos vecinales están muy desarticulados. La gente todavía no siente que le están sacando algo suyo. Si se construyera todo lo que el Código permite, se duplicaría la superficie construida en la ciudad. De 200 millones de metros cuadrados va a pasar a 400 millones. Obviamente que depende de las condiciones económicas y etcétera, pero imaginate el colapso que generaría eso.
Se está hipotecando, además, la posibilidad hacia el futuro de hacer un hospital, una escuela, porque no vas a tener espacio para hacerlo. En otro lugar del mundo se hubiese tenido que plebiscitar, hubiese habido un debate televisivo. Acá se hicieron las payasadas de las audiencias públicas, de las que he participado, pero como son no vinculantes van y votan igual, y llega un momento en que te cansás y no vas más, porque es una payasada. Sumado al blindaje mediático, y a que la Facultad de Arquitectura apoyó esto. Y la Sociedad Central de Arquitectos, que en mi época era un lugar combativo y que ahora lo único que quiere es administrar concursos, también apoyó. Además muchos de los que están al frente de esos espacios están vinculados a grandes estudios, que hacen grandes negocios. Es muy difícil cuando todo el sistema educativo e institucional está jugando para eso. Una parte de la sociedad lo desconoce, no lo vive como propio. Y es un flanco tan sencillo por el que atacar, porque es tal la barbaridad que están haciendo, tan burdo y salvaje. Es la realidad. Cuando mucha gente empiece a reaccionar se va a dar cuenta de que tiene otra ciudad.