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Un Boedo que empieza a gentrificarse

–Sí, yo te digo para qué se inventó la pandemia.

–¿Para qué?

–Para que la gente vuelva a conocer los negocios del barrio

Eso es algo que escucho mientras camino por Boedo, uno de los tantos barrios porteños. Se lo dice un empleado de una fiambrería a uno que trabaja en una cochera. Los dos, parados en la calle, uno fumando y el otro con una escoba en la mano, hablan y dicen eso. Yo me doy vuelta y los miro tratando de pensar si escuché bien. Ellos me devuelven la mirada y parecen esperar que les diga algo. No tengo nada para decirles y sigo mi camino.

Al seguir por Boedo derecho hasta San Juan, me digo que posiblemente el razonamiento, la idea de que la pandemia se inventó para un uso en particular, está basada en la cantidad de gente desesperada por tomarse un café que hay en esa avenida. Los bares están plagados de gente, en uno hasta hay cola para entrar, en la mayoría se respeta el protocolo, pero en otros no importa, se ven señoras con el chango de las compras tomándose un cortadito, hay unos que es evidente que sacaron a pasear al perro y se tentaron con un tostado de jamón y queso. No sería descabellado pensar que el empleado de la fiambrería elucubró su pensamiento mirando la marejada de gente. Si uno le discutiera que antes de la pandemia esos yonkis de los bares y el café ya existían, me imagino que respondería con un resoplido de molestia.

Unos días después de haber parado la oreja a esa conversación, llega el fin de semana y mi teoría toma todavía más color que antes. Boedo, entre Independencia y San Juan, pasa a ser peatonal los sábados y domingos y los grupos de adictos a tomar algo se reproducen. Uno supone que muchos vienen de lejos, de barrios alejados, pero eso no puede confirmarse. Boedo, en esos días, pasa a ser un centro comercial a cielo abierto gigantesco. Eso hace que muchos vecinos y comerciantes de la zona con cierta tendencia a la esperanza y al optimismo puedan llegar a pensar que Rappi y Pedidos Ya jamás les ganarán a los negocios donde la gente compra y habla con un ser humano real, al verdadero face to face. No me animaría a sugerirles a esos empleados entusiastas que los números les llevan la contraria.

Por otro lado, con mirar un poco la zona alcanza para ver cómo se está dando ese proceso urbanístico de la gentrificación. Muchos de los que antes eran negocios barriales les están dando lugar a cadenas y franquicias. Donde estaba un billar antiguo, ahora hay una perfumería Pigmento; donde había una peluquería, está por abrir un local de hamburguesas Mostaza; el café de viejos burreros fue reemplazado por un Kentucky. Y así. Las marcas se paran sobre los restos de los comercios. Si los vecinos de Boedo quieren volver a los negocios del barrio, pero eso negocios ya no están, puede que vayan a, por ejemplo, comprar hamburguesas a la cadena para intentar recordar qué tal era ese lugar antes. Es angustiante hasta para el más optimista de todos.

Un bar de viejes muere en Boedo

Hace cosa de pocos años, quienes no acostumbramos a usar términos de la arquitectura nos vimos obligados a conocer qué es la gentrificación. Nos vimos obligados a hacerlo para entender un poco qué es lo que estamos viviendo las ciudades: los cambios bruscos en ciertas zonas no tan cancheras que terminan desplazando a los antiguos residentes. Los que estudian el fenómeno lo definen como un proceso que empieza con el abandono, sigue con la estigmatización, retoma con la regeneración y termina cerrándose en una mercantilización. Es claro que no ya no es una situación aislada, cada vez más se transforma en un algo que incluye flujos globales y fondos de inversión. Cuando entran estos actores, es evidente que no estamos viendo un proceso espontáneo que surge de la nada.

Volviendo a casa, después de otra caminata que hago por Boedo atento a si escucho algo interesante, veo al fiambrero fumando en la vereda. Le sonrío, me sonríe, nos sonreímos. Estoy a punto de decirle todo esto que vengo pensando. Al final, me quedo callado. Me digo que la única posibilidad de conversar sería comprarle algo, y los alimentos que vende son malos y caros. Termino diciéndome que si uno quiere pasar los días teniendo esperanza, no va a haber argumentos posibles que lo hagan cambiar de parecer.

Además, nadie quiere deprimir a alguien que antes no estaba deprimido, ¿no?

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