Domingo 8 de diciembre. Tras años de tener una plaza vedada para el pueblo, se retiran las rejas por orden del presidente electo, Alberto Fernández. Un acto simbólico previo al 10/12. Se espera para ese día un colapso en las inmediaciones. Hace mucho calor, muchísimo.
Lunes 9. Día clave. Son las últimas horas de Macri. Total normalidad. El ejército de trolls corre el rumor de que la fiesta costará 60 millones de pesos. Una bocha de guita, siendo que todavía nadie asumió. Los artistas irían gratis, sólo se pagaría vallado, pantallas y sonido. Por buena fuente me cuentan que no llega a 3 millones el presupuesto. Pero qué más da, si estuvieron durante todo el mandato buscando un pbi robado, o inventando causas de cuadernos.
La temperatura roza los cuarenta grados. Parece nochebuena. Gente esperando que sean las doce para brindar. Se escuchan fuegos artificiales, hay abrazos, llantos, alegría, la navidad peronista acaba de comenzar. Un 2015 eterno llega a su fin. No importa el calor, no importa nada. Sólo que a partir de ahora el país no estará en manos de chetos empresarios, gerentes y sojeros especuladores. El cambio de época nos da esperanzas, y también la certeza de que ellos están de nuestro lado, de los que menos tenemos. La plaza, sin rejas, se llena de gente. Faltan varias horas para la ceremonia. Durante el día siguiente habrá un festival de músicos populares. Arranca la fiesta a la que sí estamos invitados.
Choris, hamburguesas, agua fría, birra, gaseosas. El menú del día. Banderas por todas partes. Es casi imposible llegar a Casa Rosada. Todas las diagonales colmadas. Apenas se escucha algo, y con suerte se alcanzan a ver las pantallas al costado del escenario. Vino gente de todos lados. Me cruzo con algún que otro compañero o conocido de las redes sociales. Estamos todos. También hay cumbia en los intervalos. Nos mojamos en la fuente como en el ‘45, los niños juegan. Somos los cabecitas negras con wifi.
Todas las identidades de géneros presentes. No falta nadie. Después del pogo gigante con el himno nacional que nada tiene que envidiarle al Indio Solari, salen Alberto y Cristina al escenario. Ovación. Gente muy emocionada. La vicepresidenta recuerda cuando se despidió en 2015, también a plaza llena. Hay fuegos artificiales, un “presidente, Alberto, presidente” general. La abrazo fuerte. Esta vez, más compañeros que nunca.
No queremos un gobierno de novela. Esos se terminan antes de empezar. Queremos un estado todos los días, y que no nos haga sentir ruido de hambre en el estómago, ni que nos abandone en las malas.
Queremos un gobierno real, que nos haga soñar a diario.