Sally Rooney nació en 1991, fue al Trinity College de Dublin (una especie de síntesis entre el Colegio Nacional Buenos Aires y el Cardenal Newman donde a los alumnos les regalan la New Yorker) y a los 26 años publicó una novela excelente sobre una chica de 21 que, tras haber terminado una relación muy intensa con Bobbi, su mejor amiga del colegio secundario, inicia una nueva etapa con Nick, un vagamente famoso actor de 33 años que, además de ser depresivo y extremadamente considerado con las mujeres, está casado con una escritora de periodismo narrativo.
Se trata de una novela inteligente e intimista, con personajes que se encuentran perdidos, abandonaron la idea de progreso económico o familiar y prefieren conectarse con sus propios valores y deseos, hecho que le valió a Conversaciones entre amigos el marketinero subtítulo de “la novela de la generación centennial”.
1. Muestra una reflexión profunda sobre la vida, y en especial sobre la amistad femenina
Mientras que los algoritmos de procesamiento de lenguaje natural fracasan sin remedio a la hora de captar matices e ironías (ni hablar a la hora de crear), la literatura sigue teniendo un valor específico que se vincula, de alguna forma, con la capacidad de desarrollar las innumerables aristas de la empatía humana y de los procesos mentales que no son representables a través de ninguna otra disciplina. La memoria colectiva, por ejemplo, es uno de sus principales materiales.
Pero la de Rooney no es una novela de memorias sino una historia sobre la posibilidad de construir relaciones de afecto de nuevo tipo. Y esa tarea, la de interrogar a las utopías amorosas, también parece ser una de las tareas más urgentes o frecuentes de la literatura. A eso se refieren Rooney, que es muy feminista, y su personaje y narradora Frances, que además se dice comunista, cuando hablan de revolución. Y creo que está bien.
Conversaciones entre amigos es una novela sobre vínculos que huyen a las categorías que tenemos para pensar: un triángulo amoroso, un cuadrilátero amoroso, con tensiones y con un nuevo tipo de madurez juvenil e inestable, con diálogos filosos y ultra concientes que incluyen comentarios sobre la teoría psicoanalítica, la teoría queer y el poscolonialismo.
Pero más allá de eso está el dolor de los personajes, y por debajo del dolor su profunda desorientación y el padecimiento de querer forjar valores en un mundo donde la ley paterna del estado, el capital y el trabajo, nos guste o no, se cae a pedazos. Frances y Bobbi emprenden una misión acaso imposible: la de reconciliar ética del cuidado y deseo individual. Y es conmovedor leerlas mientras lo intentan.
2. Encuentra belleza en la filosofía de la gente común
A simple vista podría parecer que una novela llena de white people problems protagonizada por una pareja de chicas escolarizadas en un colegio de elite, una editora de la revista Anfibia y un actor de Pol-ka de treinta y pocos que es demasiado bello (Rooney nos lo recuerda casi cada vez que lo nombra) y rico como para ser feliz no tiene absolutamente nada que ver con la filosofía de la gente común.
Pero esto no es así. La sustancia de la novela de Rooney está colocada en dos polos: por un lado en las observaciones de Frances, la protagonista, sobre su entorno social. Frances es la más “pobre” de su círculo, y aunque su tío le presta un departamento compartido en el centro de Dublin su posición frente a los otros siempre es la de una observadora pertinaz pero sensible, que nos muestra el blindaje con el que se protege y la fragilidad interior que la aqueja y en cierta medida se hace carne en una enfermedad. A Frances la desgarra la pregunta de cómo ser una buena persona, y la desvela la fórmula de un amor no posesivo pero aún así intenso y generoso. Su sensibilidad es delicada y única, como un viejo tapiz japonés.
En segunda instancia, están los mails y los mensajes: Rooney es una maestra a la hora de intercalar, analizar y seleccionar mensajes de la inagotable conversación íntima, permanente y virtual sobre el sentido de la vida, sobre la política y sobre la soledad que todos sostenemos con nuestros seres amados. Su narradora construye un lugar entrañable, de observadora sarcástica pero altamente implicada. En sus mensajes y en sus dilemas pueden leerse los padecimientos y las incertidumbres de la gente común. O al menos del común de la gente de clase media de su generación.
3. Construye una galería de personajes inolvidables
Más allá de Frances y su juego de luces y de espejos con Sally Rooney, el personaje de Bobbi, la mejor amiga y gran amor de la protagonista, logra llevarnos a cimas de identificación para luego convertirlos en vergüenza compartida. Estos vaivenes hacen de Bobbi un hermoso personaje literario que a fin de cuentas nos deja maravillados con sus claroscuros. Lo mismo pasa con el otro gran personaje femenino de la novela, Melissa, la mujer del amante de Frances, cuya actitud a veces generosa y a veces ruin, burguesa y siempre bien intencionada, nos produce un rechazo visceral pero al final de la novela muestra cambios importantes.
Los hombres, por su parte, también son inolvidables en su patetismo: el padre de Frances es un borracho mentiroso casi calcado del padre de Karl Ove Knausgard, el compañero de trabajo de Frances es un ñoño misógino (casualmente se queda con el trabajo en una editorial), y Nick directamente es un androide sexual de amabilidad extrema, que pide permiso para todo y es absolutamente amoral, pero del tipo de amoralidad políticamente correcta y vulnerable que nos deja preguntándonos si, más que ante un personaje de Sally Rooney, no estaremos frente a la aterradora creación de una inteligencia artificial.
4. No tiene consideración por los fetiches de la pequeña burguesía cultural
Irlanda es un país ultracatólico donde el aborto legal, seguro y gratuito fue ley en 2018, el mismo año en que la clase política argentina lo boicoteó. También es un país con un relativo bienestar, donde las políticas culturales funcionan, las empresas de tecnología como Apple son bienvenidas para evadir impuestos y nadie parece pasarla tan mal como los argentinos durante el gobierno de Macri. Más allá de esto, al leer la novela no es muy difícil darse cuenta de que la organización de algunas cuestiones socioafectivas tiene poco que ver con la también estereotipada pasión latina, aunque el culto a la amistad que despliega Rooney parezca muy porteño.
Aclarado el contexto, es digna de celebración la relación poco fetichista que los personajes mantienen con ciertos totems culturales como algunas versiones simplificadas del feminismo, las lecturas spoken word en bares, las mecenas literarias con dinero y prepotencia, y principalmente el poeta nacional William Butler Yeats, a quien si mal no recuerdo llaman cerdo fascista.
5. Hace realidad el sueño de pasar de trabajar en un fast food a convertirse en una escritora famosa
En una versión hipereducada y bohemia de la atribulada Katniss de Los Juegos de Hambre (los libros se parecen en varios niveles), Sally Rooney narra en su novela y encarna en el mundo real la peripecia de la chica muy conectada a sus sentimientos que a partir de un aprendizaje de la estetización de su dolor convertido en valentía accede a la gloria literaria. No tengo una posición clara sobre si la perpetuación de estos mitos, apenas más creíbles que el American Dream, es positiva o no.
No encuentro un valor en sí en la transparencia porque sé que la transparencia no es lo mismo que la verdad. Lo cierto es que Rooney tuvo una educación de elite, padres lectores, un entorno cultural que no le exigió trabajar mientras llevaba a cabo su educación artística, y que su libro es mucho más que la suma de esas partes, porque Rooney tiene talento, honestidad y sensibilidad.
Esto no impide que, desde mi posición de hombre blanco y dentro del plan “honestidad centennial sensible con guarnición de brillantez para retratar el desasosiego de nuestra era” prefiera la obra de Ben Brooks, un autor británico que nació en 1992. Aunque en el fondo uno sienta muchísimo más cariño por Irlanda que por la siempre despreciable Inglaterra.