1. Por la voz de su protagonista
Godoy recrea con soltura, humor y originalidad la voz de Yaki, una adolescente de 19 años, lo que ha sido siempre un tema “polémico”, como dicen los diarios.
¿Cómo un hombre va a hablar con voz de mujer? Y especialmente: ¿cómo un hombre va a hablar en con voz de una adolescente que vive un proceso, en gran medida, incomunicable como el embarazo y el posterior aborto? Godoy cumple con creces ese objetivo.
En gran medida, es una novela que se sostiene en esa voz, en su desenfado, en su credibilidad y en la ternura que despierta. Lo hace, a la vez, sin caer en lugares comunes, en lo que “una adolescente común de 19 años” debería ser. La voz de la protagonista es una mezcla perfecta entre la suya y la propia voz de Godoy, en un equilibrio que se sostiene a lo largo de la novela.
Digamos que Godoy se disfraza muy hábilmente de Yaki, para captar en su uso del lenguaje una ideología. Digamos, también, que Godoy ama a Yaki, y que ese amor es muy favorable para el desarrollo de la novela.
2. Por el uso del lenguaje
Jellyfish representa un corte sincrónico de un estado de la lengua, con todo lo que eso significa (un estado del pensamiento, también). Si, como decía Borges, un personaje es una forma de hablar, entonces Yaki es todo lo que su voz representa: liviandad, ternura, ironía, fuerza.
No se priva de usar abreviaturas o frases que solo pueden entenderse desde el hoy (“ah, re” “bby”) y maneja un registro que mezcla con soltura y credibilidad lo alto y lo bajo, para decirlo en términos isabelinos. En tiempos de luchas de género, su voz cuestiona el estereotipo de lo femenino a base de inteligencia y ferocidad.
Yaki no es débil, ni lastimosa, la “víctima” que cualquier oportunista elegiría para protagonizar su novela y dejar feliz a todo el mundo. Y a la vez es tremendamente sensible y emotiva, en unos pocos acertados lugares. Su descripción de Tommi, su pareja, un hombre de unos treinta años, poeta, inservible, “el pajero del tipo con el que tengo una vida sexual relativamente activa”, no tiene desperdicio.
Jellyfish no está escrito como un libro sino como un larguísimo mail, como una entrada de blog o como la larga descripción de una foto en las redes sociales, y eso es un gran acierto porque lo vuelve creíble, le quita toda posibilidad de sermón y de la corrección política que rige hace tiempo nuestras vidas.
Hay, en la intimidad del formato diario, un descaro muy interesante. Al instructivo del aborto en pdf que anda dando vueltas por la web lo llama “the lesbian pdf”, por ejemplo.
3. Por la urgencia
Pocas veces un libro se escribe “al calor de los acontecimientos”. El ultra citado Fogwill lo hizo, con sus ultracitados dos (¿cuatro?) gramos de cocaína y el ultra citado disparador en la voz de su madre: ¡Nene, hundimos un barco!
Godoy hace lo mismo con el debate por el aborto en el congreso, uno de los últimos hits mediáticos y políticos del país, que movilizó a miles de personas y, una vez más, obligó a tomar partido, a elaborar consignas, a adornar mesas familiares con discusiones que tenían larga data.
“El siguiente texto fue es escrito mientras sucedían los eventos históricos y sociales que se narran”, dice, y con eso transforma el libro, además, en una suerte de performance, que quiere rescatar el temblor del presente, con todas las dificultades que acarrea algo así.
A despecho de cierta literatura que quiere ser universal a la fuerza, Godoy se centra en lo particular. No habla de generalidades: habla de una adolescente universitaria embarazada que realiza un aborto clandestino con pastillas de misoprostol. En el medio (el libro está pensado como un diario) figuran las noticias del día, la multitud que rodeaba el Congreso, el bebé gigante de papel maché de los pro vida.
En ese sentido, la apuesta de Godoy está más cerca de lo instantáneo, de internet y las redes sociales, que de la literatura entendida en el mal sentido. Es su aporte al debate: una pequeña bomba destinada a no dejar a nadie satisfecho.
4. Por el aborto
Frente a la oposición pañuelos verdes / celestes, el libro de Godoy complejiza el tema, lo enriquece, trata de abordarlo desde una perspectiva más, disculpen la palabra, problemática.
En primer lugar, lo asocia con una cuestión política y económica. El aborto es un problema de la clase media, dice. La clase maldita. Ni de la alta ni de la baja: la clase media, no solo en el sentido económico sino también ideológico, histórico. La clase media y sus contradicciones.
En segundo lugar, lo muestra sin concesiones, lejos de la concepción algo idílica, higiénica, del “lesbian pdf”. El momento en el que ella y Tommi están tomando las pastillas en el cuarto de hotel que han alquilado es una pequeña pesadilla desesperante, cruel, dramática, sangrienta, siniestra, como si estuviera filmada por Gaspar Noé.
En tercer lugar, el aborto se presenta en conflicto con la maternidad, vista como una infección: el “jellyfish” es el “alien que me está destruyendo y chupando la vida, el alma, lo poco que tengo, que no es nada”.
En cuarto: los dos bandos en cuestión son puestos en duda, ridiculizados desde el sentido común. Si los medios insisten en dirimir la cuestión como una grieta más, siempre entre buenos y malos, la literatura despliega los grises, los detalles.
5. Por todo lo que no es el aborto
El libro aprovecha la distracción para martillar sobre otros temas, sobre todo en relación al arte contemporáneo. Yaki va a ver The Square, la película de Ruben Östlund sobre los límites del arte, y en el medio, aburrida, le practica sexo oral a Andy, un cheto de San Isidro.
La madre de Yaki es una dramaturga amiga de Spregelburd, que considera su enemiga a Lola Arias y que representa todas las posibilidades bienpensantes del progresismo. En el medio, hay fragmentos de Impossible Motherhood de Irene Vilar, ideas sobre la pornografía y el sexo anal, la web y las drogas, J. P. Zooey y La terquedad, de Spregelburd (una obra, según Yaki, sobre la neurosis y el narcisismo del propio Spregelburd).
La idea principal de todas estas ramificaciones del problema central es la función del arte en la sociedad. ¿Hasta dónde es tolerable lo perturbador? ¿No se contradicen esos límites con la supuesta libertad total del arte en esta etapa de su “evolución”? ¿No funcionan los espacios legitimadores como destructores de la potencia de las verdaderas obras?
Para Yaki, para Godoy, todo en el fondo es una cuestión económica. La economía rige las diferentes facetas humanas, incluso las del cuerpo, las de la subjetividad, o la de todas aquellas que se consideran fuera del capitalismo. Sobre todo ahí, donde el dinero parece excluido o menor.