En 1928, Stalin repatrió al escritor ruso Máximo Gorki, que se encontraba desde hacía algunos años en un virtual exilio en Sorrento, Italia, adonde había ido con la excusa de que el clima beneficiaba su frágil estado de salud. Gorki era, ya por entonces, un escritor famoso en todo el mundo. Sus novelas y relatos (en especial La madre, su obra maestra) retrataban la dura vida de la clase obrera durante los últimos años del zarismo en Rusia. La revolución de 1917 lo encontró del lado del bolchevismo, igual que a muchos otros intelectuales de la época. Luego, algunas medidas del gobierno de Lenin lo fueron distanciando. La desconfianza venía también de parte de las autoridades, que lo espiaban a través de Moura Budberg, su secretaria y amante en los primeros años de la década de 1920. Esta situación se resolvió con el exilio autoimpuesto de Gorki, que duró hasta que Stalin le ofreció volver a Rusia para el festejo del 60 aniversario de su nacimiento.
El recibimiento incluyó otros beneficios, como la reedición de su obra completa en millones de ejemplares, que se distribuyeron a lo largo y a lo ancho de Rusia. Se imprimieron estampillas con su figura y su ciudad de nacimiento, Nizni Nóvgorod, fue rebautizada con el nombre de Gorki. Su presencia en Moscú le sirvió a Stalin para dirimir las disputas que se llevaban a cabo en los salones literarios de la época. Estas tenían relación con el lugar que debía ocupar la literatura dentro de la revolución. Estaban las vanguardias de distinta especie, que proponían una reformulación radical de la estética literaria. La consigna era barrer el pasado. En estas corrientes se inscribían escritores tan diferentes como Vladimir Maiakovski y Alexander Bogdanov. Todas estas discusiones se terminaron en 1934, cuando Stalin estableció al realismo socialista como la corriente literaria oficial y a Máximo Gorki como su representante y presidente (hasta el día de su muerte, dos años más tarde) de la Unión de Escritores. “Si un escritor refleja la verdad de la vida, llega infaliblemente al marxismo”, sostuvo Stalin en uno de sus discursos. “La literatura soviética debe saber mostrar a nuestros héroes, saber proyectarse en nuestro futuro. No será una utopía, porque el trabajo consciente y planificado prepara ese futuro desde hoy”. Como los filósofos, el papel de los escritores no es el de interpretar el mundo, sino transformarlo. No deben describir la realidad, sino el futuro que esta realidad supone. Su función, de esta manera, es educativa. Los escritores, dice Stalin, deben ser “ingenieros de almas”, que preparen a los lectores para un futuro colectivo. En palabras de Tzvetan Todorov, “ejecutores dóciles, no inventores”. Este rol, el del artista, el creador de formas nuevas, quedaba reservado para el propio Stalin, que conducía el destino de millones de personas.
La obra de Gorki acusó recibo de los honores recibidos, así como también del papel que se le asignó en la cultura oficial. Tal vez abrumado, el escritor se dedicó a partir de entonces a la redacción de libros como Belomor, el canal de Stalin, en el que describía en términos elogiosos la construcción de la faraónica obra que unió el mar Blanco con el mar Báltico, llevada adelante por miles de prisioneros políticos. Para Gorki, el canal era un símbolo. Bajo el comunismo, el arte era la creación del pueblo y la individualidad artística, un anacronismo propio de la burguesía.
Pero a pesar de su adhesión pública al régimen, Gorki era un personaje incómodo para Stalin. El biógrafo Robert Payne relata un episodio en el cual el escritor leyó, ante una audiencia conformada por Stalin, Molotov, Lunacharski y algunos periodistas de la época, “La muerte y la doncella”, una serie de poemas de su juventud en los que advertía acerca de los excesos a los que conducía el abuso del poder. Aunque hablaba del zar, era evidente que se refería también al régimen actual. Otro de los gestos en los cuales evidenciaba alguna incomodidad, o al menos disidencia con respecto al modo en que Stalin llevaba adelante su relación con la literatura, fue el apoyo que le brindó a algunos escritores cuya obra no se inscribía con facilidad en el “realismo socialista”, que él mismo había formulado por primera vez. El más prominente era Evgueni Zamiatin.
Se conocían desde los años previos a la revolución. Zamiatin había militado en el bolchevismo igual que él. Formó parte a fines de la década de 1910 de una tendencia literaria bautizada Hermanos Serapion, en honor a un personaje del escritor romántico alemán E.T.A. Hoffmann. A contramano de las vanguardias de la época, los Hermanos Serapion reivindicaban al pasado como fuente de inspiración literaria, así como también la libertad individual de la creación artística. Desencantado por la experiencia del gobierno de Lenin, escribió en 1921 una novela que tiempo después se llamaría Nosotros. El libro, que no se publicó en la Unión Soviética hasta 1988, circuló en Londres y Praga, donde fue traducido y publicado por primera vez. Esto le generó a su autor problemas con las autoridades soviéticas. Como a otros escritores disidentes (Boris Pasternak, Mijail Bulgakov), a Zamiatin le costaba conseguir trabajo y alternaba temporadas en libertad con otras en la siniestra cárcel de la Lubianka. En 1929, cuando la novela fue publicada con gran éxito en Francia, la situación se volvió insostenible. Zamiatin acudió a su viejo y encumbrado amigo Máximo Gorki para pedirle protección. Gorki intercedió por él ante Stalin y consiguió que le concedieran permiso para emigrar a Paris en 1932, el mismo año en que él asumía al frente de la Unión de Escritores. Zamiatin murió en esa ciudad cinco años más tarde.
¿Qué leyó Gorki en Evgueni Zamiatin? No existen muchos registros al respecto. Gorki mismo moriría en 1936, cuando empezaban las célebres purgas durante las cuales Stalin asesinó a casi todos los participantes de la revolución de 1917. Algunas especulaciones sostienen que fue envenenado por Guenrij Yagoda, el temible jefe del NKVD. Su presencia ya no era necesaria.
En 2018, la pequeña editorial argentina Miluno reeditó Nosotros, con prólogo de Pablo Capanna y traducción de Irina Bogdaschevksi. A continuación, cinco razones para leer la novela, a casi cien años de haber sido escrita.

1. Casi al mismo tiempo que se realizaba la utopía de la revolución rusa, Zamiatin escribe la primera distopía del siglo XX. Este único motivo podría justificar su lectura. En un futuro lejano, la humanidad está gobernada por el Estado Único, encabezado por un Benefactor que decide sobre el destino colectivo. Las personas no tienen nombres, sino números. El protagonista y narrador de la novela, llamado D-503, es un matemático que participa en la construcción de una nave interestelar cuyo objetivo es llevar al espacio exterior “el bienaventurado yugo de la razón”. La acción está ambientada en una ciudad de cristal, donde las personas viven en casas transparentes, cuyas persianas sólo están autorizadas a bajar cuando mantienen relaciones sexuales, debidamente autorizadas por el Estado Único. Todo funciona de un modo racional, aséptico y sincronizado. La aparición de una enigmática mujer que escapa a la planificación estatal pone en crisis al narrador, que descubre a través de ella la tensión entre la racionalidad colectiva a la que está sometido y sus propios instintos individuales, simbolizados en la novela por la raíz cuadrada de -1, es decir, un número irracional.
2. Zamiatin no es un gran narrador. Por momentos la historia no fluye del todo bien, se vuelve ripiosa o excesivamente abstracta. A cambio, sin embargo, el autor propone una reflexión poética sobre la deriva de la modernidad y el lugar del individuo en un mundo tecnificado. Su novela resulta asombrosa en términos de cuánto anticipó el futuro de la Unión Soviética, en especial si se tiene en cuenta que fue escrita en 1921, con Lenin todavía vivo y varios años antes de que Stalin accediera al poder absoluto.
3. Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell, al igual que casi todas las distopías del siglo XX, tanto en la literatura como en el cine, son impensables sin la existencia previa de Nosotros de Zamiatin.
4. La traducción de Irina Bogdaschevksi, precisa y mucho más legible que las que venían circulando en español, permite apreciar el lirismo por momentos exaltado de Zamiatin, herencia del romanticismo de Hoffmann, que se contrapone casi como un antídoto a la racionalidad asfixiante del Estado Único:
-Odio la niebla. Le temo a la niebla.
-Quiere decir que la amas. Le temes porque es más fuerte que tú; la odias porque le temes; la amas, porque no la puedes someter a tu voluntad. Sí, sólo se puede amar lo insumiso.
5. Nosotros no es solamente una crítica temprana y lúcida al régimen soviético. Su autor no es un liberal espantado. La novela puede ser leída también como una réplica desde la literatura a cualquier régimen tecnocrático deshumanizante, algo que se vuelve más actual en épocas de algoritmos y redes sociales, donde el capitalismo realiza el sueño húmedo de control de los estados comunistas. Y es, por sobre todas las cosas, un ejemplo de cómo escribir contra las modas y los discursos hegemónicos en tiempos difíciles.