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El aborto en Islandia

Argentina empató con Islandia en un partido que podría haber ganado si Messi no hubiese estado inusualmente impreciso para definir. Pero más importante que eso es señalar que también podría haber perdido. Antes de hacer el ridículo por un desencuentro con los jugadores Sampaoli se había equivocado tanto en la elección de los nombres -Rojo, Di María y Biglia según el diagnóstico general; Salvio y Caballero también para algunos- como en la del sistema -dos mediocampistas centrales con poco manejo y escasa precisión como Biglia y Mascherano cuando se enfrentaba a un equipo de marcada vocación defensiva.

Pero todo esto ya fue hablado en exceso por televisión. Hay que reconocerle algo a la tele: sin dejar de brindar un producto previsible, indigerible para las mujeres y para los menores de treinta años que son los segmentos de consumidores más codiciados, los periodistas deportivos lograron conseguir que las corporaciones de comunicación les paguen viajes carísimos a Rusia. Un zapping mundialista en cualquier hora del día muestra mesas montadas en estudios que tanto podrían estar ubicados en San Petersburgo como en González Catán, polémicas sobre hechos inmodificables, análisis de jugadas que ya fueron analizadas en vivo cuando sucedía el partido, y la insufrible nota de color donde por lo general tanto jugadores como turistas despliegan su peor faceta.

La tele argentina durante el mundial es un show de intrascendencia adictiva. Sin embargo la valoro y la miro cada vez que puedo porque siento que este, el de Rusia, es en muchos aspectos el último mundial que va a preservar cierto halo muy propio del Siglo XX. El futuro está llegando y tanto el VAR como el hecho de que el próximo mundial sea en Qatar y en diciembre me parecen malos presagios.

Mientras tanto llegan noticias de que en Rusia la gente ataca al periodista oficialista Diego Bonadeo por la escalada del dólar. Y entiendo que no siempre el pasado fue mejor. A diferencia de las proyecciones del Toto Salvio por la banda derecha, la cotización de dólar sí que está llegando al Fondo en este Mundial. Me pregunto si por cada peso que sube caerá un Bonadeo.

clonazepam sin circo

Más allá del juego hay dos conclusiones importantes para sacar de la primera participación Argentina. La primera es que cuando un equipo indolente se enfrenta a un equipo orgulloso y con la moral alta, es muy difícil que los indolentes ganen. A pesar de que Messi no se escondió nunca y a pesar de que Mascherano hizo un gran partido el clima moral del equipo es burocrático. La selección parece jugar patrocinada por la benzodiacepina.

Esto trasciende a la falta de disposición épica, que de última puede conquistarse a fuerza de triunfos o puede construirse en una derrota. Perú perdió uno a cero contra Dinamarca y sin embargo la moral de sus jugadores era otra; parecía que en el resultado se les jugaba algo de orden personal e íntimo. Argentina empató con Islandia y más allá de la frustración de Messi -entendible si pensamos que digita buena parte de lo que hace el equipo- cierta parsimonia de los jugadores de a momentos hacía pensar que no querían estar jugando ese partido, o que el resultado no les importaba tanto. La ansiedad, el capricho y cierta sensación de que sobraban al cronómetro fueron preponderantes.

Hubo un equipo lento en los movimientos y las decisiones. La derrota les dejó en el rostro una mueca incómoda pero satisfecha cuya mejor condensación está en las palabras de Sergio Agüero después del match. Agüero dijo que lo importante era que no habíamos perdido. Y esto no es así: no sé si era mejor perder, pero sí era necesario dejar al menos un poco de corazón en la cancha. Argentina no lo hizo. Apenas acorraló a Islandia durante los últimos quince minutos, cuando ingresaron Banega y Pavón. Poquísimo.

la generación naranja contra la generación dorada

Pero las cosas no son tan lineales. Contra lo que muchos piensan Islandia no era una selección débil. En las eliminatorias superó a Croacia y, como la generación dorada argentina en el básquet, se trata de un grupo de jugadores que vienen trabajando juntos desde hace muchísimo tiempo en un país sin tradición futbolera pero donde el deporte es entendido como una política social y una tecnología del buen vivir. Una comunidad desorganizada de millonarios más amigos de la playstation que de la historia enfrentó a una comunidad organizada. Emocionalmente la sacamos barata.

Me contaron que desde hace más de veinte años que los entrenadores de las selecciones de Alemania vienen haciendo un trabajo personalizado con el control de pelota y los pases de los jugadores de su selección. Al parecer los filman en partidos y entrenamientos y luego se trabaja en forma particular para que cada jugador se vea en acción, comprenda sus errores, depure su técnica y en base a la práctica pueda mejorar y así el equipo ahorre los indispensables segundos que se pierden cada vez que, como sucede todo el tiempo en Argentina, los jugadores trasladan la pelota en forma innecesaria, son imprecisos en los pases y fallan entregas incluso a cuatro o cinco metros.

Ignoro si Islandia habrá usado esta misma técnica; incluso ignoro si lo anterior no se trata de una de las usuales mistificaciones del poder alemán (México no las creyó y les ganó). Está claro que en el plano de la gambeta, la concepción del juego, la picardía, el remate y la inteligencia todos los jugadores de Islandia están varios escalones debajo de la selección argentina. Tampoco se caracterizan por su temperamento. Pero tuvieron una ventaja irrenunciable: se comportaron como un equipo, representaron a un país que era motivo de orgullo y que era su hogar, su casa, y lo hicieron con armas nobles.

(En internet circuló una publicidad de Coca Cola y la selección islandesa dirigida por el arquero que le atajó el penal a Messi. Propongo comparar esos segundos de video con la publicidad de Tarjeta Naranja, donde un niño arenga a la selección argentina a retomar “los valores del potrero”. Mientras una emociona otra desconcierta en su falsedad y su dislexia. Mientras una es verosímil, a la otra se le notan tanto las costuras que da pena. Antes Tarjeta Naranja “construía potreros” -un triste oxímoron porque si el potrero “se construye” deja de ser potrero- por goles de la selección. Ahora parece que eso no funcionó y además quiere pedir garra. Tarjeta Naranja dice: “Dejemos todo, menos el potrero”. Es un mensaje muy confuso: en un nivel se recurre la entrega -dejar todo- pero en otro nivel se la neutraliza y se reclama su interpretación literal -porque el “dejar todo” seguido por “menos el potrero” alude a abandonar y no a entregar. Esta redacción retorcida quizás se origine en la triste verdad de que Tarjeta Naranja es una empresa financiera, y lo que justamente hace es guardarse todo mientras especula con la necesidad ajena. Tarjeta Luis Caputo.)

no hay países inviables

Tras el empate se generó una polémica en torno a lo que significa un país como Islandia, de casi 350 mil habitantes y localizado en el polo norte, en espejo con la debacle Argentina y su virtual conversión en una síntesis tóxica entre Venezuela y Grecia. Se escuchó de todo: que Islandia tenía la mayor tasa de sindicalización del mundo, que sus obreros poseían excelentes prestaciones sociales y un costo laboral altísimo, que habían echado al FMI, que su primer ministro había renunciado por vinculaciones con los Panamá Papers, que era un país sin desigualdad y sin extractivismo financiero, que los jugadores eran también leñadores, dentistas, pescadores o podólogos y que incluso uno de cada diez islandeses publicó un libro, lo que lo colocaría en la delantera el mundo en términos de instrucción literaria. Cada una de las miserias de Cambiemos tenía su contrapartida en el pequeño y despoblado país de hielo que nos dejó en la cornisa del Mundial. ¿Venden la camiseta de Islandia en Mercado Libre?

Islandia, y ya no Australia o Israel, se convirtió en la Argentina año verde que muchos necesitaban para corroborar el fatal destino nacional. Las comparaciones entre un equipo errático, indolente, técnicamente equivocado, sin brújula ni plan b y que parece querer irse de la competencia con un elenco gobernante que cambió cuatro funcionarios de primera línea en una semana son tan previsibles como difíciles de negar. Ante este paisaje, los nostálgicos utilizaron a Islandia para preservar el ideal progresista y socialdemócrata de un capitalismo escandinavo y pegarle un poco al gobierno y otro poco al país desde ese lugar.

(¿El aborto es legal, seguro y gratuito en Islandia? Sí, desde 1975 y en las primeras 16 semanas. La ley dice que no puede haber un aborto sin razones sociales o médicas. Entre las sociales enumera tres: una mala situación económica de la mujer, su excesiva juventud o la existencia de familiares con enfermedades graves que harían imposible hacerse cargo del niño. Como cuarto justificativo social, la ley dice: “Otros motivos, que sean completamente compatibles con las condiciones citadas”).

Otros, los cínicos, se burlaron de las virtudes islandesas y descalificaron la hazaña utilizando la vieja y conocida artimaña del fatalismo: pretender ser como Islandia es un delirio, sólo podemos esperar más devaluación, sudor y lágrimas. Circularon las ironías. ¿Pero qué hay detrás de estas dos lecturas de Islandia, de esta Islandia para armar? Mientras la primera posición considera a las clases medias urbanas como la reserva moral del país, siempre traicionada por la corporación política -a la que sin embargo vota y a la que le pide dólar barato-, la segunda es una declamación de la clase media en contra de la propia clase. Dice “no sólo  jamás seremos como Islandia, sino que los que pretenden tomarla como inspiración son unos imbéciles”. Este cinismo, por supuesto, siempre acontece en el plano declamativo, porque el posibilismo -como el liberalismo- argentino jamás puede ser sacrificial básicamente porque tiene miedo. Por eso también es condescendientemente pedagógico y jamás transformador: lo que Jauretche llamaría el nuevo medio pelo.

messianicos

Lo cierto es que más allá de estas lecturas, que expresan una ética y una estética existencial, flotaba la idea de que el capitalismo inviable se había enfrentado al capitalismo viable. El segundo no había ganado por goleada, pero había clavado un empate que se festejó como triunfo y nos dejó todavía más knock out de lo que estábamos.

Pese al equívoco y a la interminable guerra dentro de las clases medias, la comparación Argentina/Islandia es sin embargo potente porque más allá de la enorme diferencia geopolítica, histórica, demográfica y natural que existe entre ambos países lo que abre es una pregunta por qué tipo de explicación propositiva se está incubando para conjurar el colapso evidente de la promesa de bienestar macrista y del colapso latente de la murga sampaolista.

Claro que en el fútbol siempre es posible que Messi frote la lámpara, le ganemos a Croacia y la ilusión vuelva a nacer de sus migajas. Ojalá pase eso: como la escapada del dólar lo demuestra día a día, a fin de cuentas todos vivimos de ilusiones.

Por Hernán Vanoli

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