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Ganaron una final: sobre la aparición del fuego

Hay momentos en los que todo se ilumina y la historia atraviesa a sus protagonistas como un rayo. Eso fue lo que pasó en el gol de Marcos Rojo contra Nigeria. La emoción que había generado el gol de Messi, que esta vez no se escondió y las pidió todas, había quedado atascada ante la injusticia del penal cobrado a Mascherano. Por eso lo que pasó con el 2 a 1 fue doble, triple, cuádruple. Se rompieron vasos, muebles, platos y cuerdas vocales. Hubo gente de rodillas y gente que estalló y dejó salir muchísimas cosas que venía aguantando. Fue, en suma, un renacimiento: no sólo la alegría sino también la catarsis. No sólo la euforia sino también el desahogo. Llorar de alegría es algo que sucede pocas veces en la vida de un ser humano.

Cualquiera que se sorprenda o indigne por el poder catártico del fútbol y por su capacidad de alimentar las mitologías nacionales quizás haya empezado a entender un poco cuando Marcos Rojo entró como un tornado al área nigeriana y selló la cuota de épica que se le reclamaba a esta selección tibia y fragmentada. No creo que sea exagerado decir que en este Mundial, y sólo con este partido, superamos los niveles de emoción del Mundial pasado, cuando salimos segundos. Los penales se parecen más a un exorcismo: sacamos al diablo de a poco, penal a penal, para que al final de la serie nos deje vacíos o llenos, ganadores o perdedores. Pero el procedimiento coloniza la experiencia. Lo de ayer, por el contrario, es un shock de gracia, meter los dedos en el enchufe de la gloria. ¿Qué pasó? ¿Los jugadores necesitaban estar contra las cuerdas y ante un enemigo horrible -el periodismo- para asumir su dimensión trágica y, al fin, salir a la cancha a luchar como guerreros en lugar de posar como millonarios con Instagram? ¿Podrán sostenerlo contra Francia?

(Podemos discutir nombres ad infinitum. Di María tuvo un partido cercano al bochorno. Enzo Pérez de a momentos parece lejos de la jerarquía que reclama un Mundial. Rojo venía amagando con una gran equivocación y terminó en un acierto divino. Mascherano hizo un penal y erró mil doscientos pases, pero no se cayó nunca y empujó a todos: su partido es inclasificable. Ponerle un 4 no sería exagerado; ponerle un 8 tampoco).

de la ley de medios al miedo a aburrirse

Para pensar los antecedentes de esta epopeya argentina no hace falta remitirse en forma directa a la situación del país (inflación, deterioro del salario, un gobierno que aprovecha la volteada para echar a dedo a más de 300 trabajadores de la Agencia Estatal de Noticias), sino hacer foco en una serie de elementos que habían convertido al match contra Nigeria en un campo minado. La confianza en el equipo nacional era baja. El partido llegó empapado además de un clima destituyente: gran parte del periodismo deportivo fustigó a la selección -con argumentos a veces ciertos- tras la derrota contra Croacia ya que el equipo, en la cancha, había dado vergüenza porque no había mostrado nada de vergüenza. Había camarillas entre los periodistas, entre los dirigentes y entre los jugadores. La pasión se había balcanizado.

Los periodistas son por lo general mercenarios que tienen un límite: el de la empresa que les da de comer. A veces, cuando adquieren brillo propio, pueden negociar estas presiones o incluso trascenderlas. Otras sólo expresan humo que esconde el color de los sobres que reciben. En Argentina es hegemónico un periodismo basura de panelistas. Los ratings de la televisión abierta caen, el valor del segundo publicitario también, y ya no hay dinero y mucho menos ideas para contenidos innovadores. El decorado barato con unos cuantos opinólogos baratos rinde en términos de escándalo y además resulta rentable. Se premia la pelea, se disfruta el conflicto. En Argentina nadie quiere vivir demasiado en paz.

Sin embargo no cabe el sayo de la indignación ante una lógica del espectáculo que en nuestro país se alimenta del clima de inminencia permanente y que, bien mirada, tiene un costado circense y al mismo tiempo encarna las imposibilidades de nuestro sistema y de nuestra casta política: un simulacro de democracia y de discusión tutelado por los intereses que atraviesan a canales de televisión que al mismo tiempo aspiran a ser grupos de telecomunicaciones (Clarín lo logró: con Telecom formaron un oligopolio de dimensiones mexico-brasileras) y le temen a los pulpos globales. AT&T se comió a Time Warner, que había hecho lo mismo con Disney, o al revés. Pasa hasta en los mejores capitalismos.

(Y, además, todo el mundo sabe que los canales que transmiten el Mundial más allá de la Televisión Pública son socios y responsables del Gobierno en la privatización del fútbol. De hecho, esos canales tuvieron que salir desesperados a inventar programas y cámaras exclusivas porque los pocos espectadores que tenían el fanatismo o el dinero suficiente para pagar el codificado empezaron a desuscribirse en masa. Las publicidades de Fox que vinculan al Mundial y la Superliga son involuntariamente cómicas).

Se trata de un modelo de producción de sentido que está cada vez más agrietado -la verdad es que no les cree nadie-, que se aprovecha cada vez más de los desamparados -los adultos mayores cuya conexión a la web no es dúctil- y al mismo tiempo conserva un poder de producción de la creencia que contribuye a la seguridad ontológica en tiempos en que todo se diluye o cambia. El periodismo de panelistas, etapa cloacal de la esfera pública. Nadie les cree pero no verlos es aburrido.

sampaoli contra la técnica occidental

Pocos personajes tan vapuleados como Sampaoli. En la conferencia de prensa y como si fuera lector de Heidegger, criticó la avidez de novedades del sujeto contemporáneo y dijo que, como el Indio Solari, él permanecía al margen. Pero al mismo tiempo, y haciendo de la necesidad virtud, fue flexible para aceptar que la camarilla liderada por Messi y Mascherano es la que maneja el equipo y hoy en día tiene en sus manos la posibilidad de conducir los caprichos de los jugadores para, concediéndoles algunos gustos, hacer que el equipo se haga fuerte. Vencido, habiendo demostrado que no es ejemplo de nada y para nadie, que sabe poco, y habiendo aceptado que este no será su equipo nunca jamás, la actitud de Sampaoli lo coloca en un extraño lapsus de dignidad que no había mostrado al insultar rivales ni a policías. Ahora tiene una oportunidad histórica: sacar a Di María, pensar un poco mejor los acompañantes de Mascherano y de Banega (fue el oculto jugador clave).

(En la vereda de enfrente tenemos a los periodistas de TyC Sports: chabacanos, racistas, homofóbicos, misóginos, inventando polémicas bajo sus sacos transpirados, obsecuentes a más no poder en el éxito y rapaces en la derrota).

Argentina – Nigeria había empezado como un partido donde se debía elegir entre unos jugadores indolentes y sectarios y un periodismo canalla. Como era natural, todo el mundo terminó optando por los que al menos ponían el cuerpo y se jugaban algo. Messi ejerció un control delicioso sobre un pelotazo; la mató con el muslo y la adelantó con la parte superior del pie. Imposible no soñar con un equipo metido atrás, criterioso para entretener la pelota y lanzar el contragolpe (Sabella reloaded). Los jugadores no defraudaron e incluso en Tagliafico, en Otamendi y en Armani se vieron expresiones de solidez y de hambre de gloria.

Aunque cuesta, soñar todavía es gratis. Basta esperar que Rick Mascherano abra la puerta de la galaxia correcta para que nuestro talentosísimo Morty vuelva a resolver. A pesar de esto, contra Nigeria quedó en claro que para ganar finales todos los Marcos Rojo que los acompañan son tan importantes como ellos. O quizás todavía más. Alemania está afuera y no hay cucos en este mundial. Contra Francia el equipo del orgullo herido vuelve a tener la oportunidad de ganar en un Mundial contra un campeón del mundo, algo que no sucede desde 1998, cuando dejamos afuera por penales a Inglaterra.

Por Hernán Vanoli

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