“Nada es verdad, todo está permitido”. Se dice que estas fueron las últimas palabras de Hassan i Sabbah, el líder de la secta de los nizaríes, que murió en la fortaleza de Alamut en el año 1124. En Oriente Medio, a fines del primer milenio, era tan difícil encontrar certezas como agua en el desierto. Quizás por eso, los carismáticos como Hassan encontraron una primera época de apogeo. Su antecesor más prominente era Mahoma, el fundador del Islam, que había muerto sin dejar clara su descendencia. Los nizaríes eran una secta de raíces islámicas, fuertemente influenciados por el neoplatonismo, el maniqueísmo y el gnosticismo. Por iniciativa de Hassan, tomaron en el año 1090 la fortaleza de Alamut, al sur del mar Caspio, que se transformó a partir de entonces en su centro de operaciones.
Hassan era conocido, también, como “el viejo de la montaña”. Su fama llegó hasta Marco Polo, que la transmitió a Europa occidental. Desde la fortaleza de Alamut, dirigía a sus seguidores a los cuatro puntos cardinales. Llevaba adelante su credo y su palabra, porque toda secta -por minoritaria que sea- se constituye con el propósito de difundir sus creencias, que consideran universales. Pero también por otra razón más subterránea, que Hassan conocía de sobra: el poder, si no se expande, se diluye. Y él consideraba que el suyo, según cuentan los cronistas de la época, estaba destinado a crecer.
Hassan tenía fama de ser un líder riguroso e implacable en cuanto a transgresión de las normas que él mismo formulaba, de las cuales la más importante era la austeridad. Entre los castigos legendarios que aplicó el nizarí, se encontraban en primer lugar los asesinatos de dos de sus hijos. Al mayor, Ustad Husain, lo condenó a muerte luego de haber sido acusado de asesinar a otro miembro de la secta. La acusación se demostró falsa, pero ya era demasiado tarde. Su segundo hijo, Muhammad, fue ejecutado por haber violado la regla de no tomar alcohol.
En los relatos de Marco Polo se preservan muchas menciones a los nizaríes, que fueron erradicados por el imperio mongol después de la muerte de Hassan. Sus fuentes suelen ser los enemigos de la secta, que se contaban por miles en el Oriente medio de la época. En estos testimonios, los nizaríes aparecen como soldados aguerridos y despiadados, siempre dispuestos al asesinato con fines políticos. Se los denomina, peyorativamente, hashishins.
Existen por lo menos dos teorías acerca del origen de esta denominación. La primera sostiene que los nizaríes ejecutaban sus matanzas bajo los efectos de la droga, que los volvía más salvajes y temerarios. La segunda, más consistente con las características personales de Hassan, afirma que los nizaríes gozaban en Alamut de períodos durante los cuales eran libres de consumir hashish, acostarse con las mujeres más bellas y disfrutar de banquetes preparados especialmente por los mejores cocineros disponibles. Estos períodos “paradisíacos” alternaban con otros durante los cuales los soldados eran enviados a conquistar nuevos territorios. El recuerdo del cielo que habían experimentado, así como también el deseo de repetir la estadía, operaría en ellos como un aliciente para la victoria.
Muerte y resurrección: William Burroughs, Wilhelm Reich y Kurt Cobain
A pesar de sus contactos con la divinidad, de los cuales alardeaba, Hassan murió como cualquier hijo de vecino. Y a diferencia de Mahoma, él sí se aseguró de dejar clara su sucesión, que administraría durante algunos años la red de fortalezas bajo el dominio de los nizaríes, cuya decadencia no tardó en llegar. Algunas de sus palabras y acciones llegaron hasta el remoto siglo XX, pese a la destrucción completa de su obra escrita. Tal fue el caso de sus últimas palabras, que tomaron por asalto la conciencia del escritor norteamericano William Burroughs en la década de 1940.
Llegaron bajo la forma de una cita en un libro del psicoanalista y sexólogo austríaco Wilhelm Reich, un discípulo de Sigmund Freud. Reich se había emancipado de su mentor para buscar un fundamento biofísico al concepto de libido. Siguiendo esta idea, desarrolló la teoría de la energía de los orgones (palabra derivada de “organismo” y “orgasmo”) que, según Reich, era una sustancia sin masa, omnipresente y similar al éter, muy asociada con la energía vital. Pero las inquietudes de Reich no quedaron sólo en la teoría. El psicoanalista austríaco diseñó una máquina, el acumulador de orgones (también conocida como “caja orgásmica”), con el objetivo de tomar energía de la atmósfera y hacerla fluir positivamente por el cuerpo.
Entusiasmado por la lectura, Burroughs se contactó con Reich y le transmitió su deseo de adquirir un acumulador de orgones. Lo recibió a la vuelta de correo. Era un dispositivo rectangular, metálico, de alrededor de dos metros de alto, en cuyo interior cabía perfectamente una persona. El mítico escritor norteamericano lo usó con frecuencia desde entonces, a lo largo de varias décadas, e incluso lo llevó consigo en sus viajes a Tánger.
En 1991, recibió la visita de uno de sus famosos admiradores, Kurt Cobain, que incluso se dejó fotografiar en el interior del artefacto. A esa altura, y desde hacía décadas, tanto el acumulador de orgones como la teoría que le daba sustento habían sido desacreditados por la comunidad científica. Burroughs, que solía tener presentes las últimas palabras de Hassan, no le dio a este hecho la menor importancia. Consideraba que, además de curar el cáncer y aliviar los síntomas de abstención de heroína, la invención de Reich contribuía a llevar el sexo a otro nivel. Elevaba al organismo a una frecuencia diferente, liberadora de una energía comparable a la de un orgasmo. No era poco en aquellos tiempos de pudor y represión sexual.
En 1951, cuando ya llevaba un par de años utilizando el acumulador de orgones, Burroughs -que tiempo después se asumiría homosexual- ofreció junto a su esposa de entonces, Joan Vollmer Adams, una fiesta en la que no se escatimaban el alcohol ni las drogas. En lo más álgido de la celebración, se les ocurrió jugar a Guillermo Tell. En lugar de una manzana, Joan se colocó un vaso de whisky sobre la cabeza. Burroughs le disparó con un revolver calibre .38. La bala atravesó la cabeza de la mujer, que murió de inmediato.
Tras un proceso judicial del que salió airoso gracias a algún soborno, Burroughs confesó que la tragedia provocó una evolución profunda en su obra. No era la primera vez que Hassan -y las drogas- ejercían alguna influencia sobre él. Esta vez, desde el lenguaje. Porque la palabra “asesino” (assassin en inglés) es una derivación de hashishin, el término que se usaba para designar a los nizaríes en la Edad Media. La secta de los asesinos, los consumidores de hachís.