1.
El nervio óptico es una autobiografía “cubista” que también podría ser considerado como una colección de cuentos que se parecen bastante a ensayos donde anécdotas personales se cruzan con la historia de pinturas que marcaron a la narradora de la novela. María Gainza, que es crítica de arte pero no abusa de ninguna jerga sino que narra con un sosegado y genuino talento, es también una maestra a la hora de enhebrar situaciones y personajes con la descripción de los efectos corporales y emocionales de una selección de cuadros de diferentes épocas y procedencias.
2.
Si te interesa la historia del arte, la novela es un muy buen ejemplo de cómo vincular las biografías y contextos de los autores con sus estéticas. Rothko, Courbet o El Greco, por sólo dar ejemplos de los más conocidos, son “mirados” desde el trasfondo vital que produjo su singularidad. Lo que a simple vista podría parecer la manifestación de una especie de chismerío que no puede escapar de la lectura en clave personal de las pinturas es, en realidad, un esfuerzo por atrapar aquello que nunca podemos terminar de comprender ni de formular sobre el proceso creativo.

3.
El nervio óptico se presta tanto a una lectura “interactiva” con Google a mano para analizar y conocer a muchas de las obras que se describen -casi todas presentes en salas y museos de Buenos Aires- como para una lectura más vinculada a reflexionar sobre aquello que nos pasa cuando tenemos una experiencia de contemplación artística. ¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? ¿Qué plus es necesario para que nos conmueva? Es un libro para leer pero también para mirar. Una hermosa clase de cómo construir puentes entre las experiencias públicas de lo bello y las experiencias íntimas de la pérdida.
4.
Si uno se pone un poco sociológico, detrás de su aparente simplicidad y de una galería de recuerdos, la novela funciona también como una investigación sobre cierta aristocracia decadente. Gainza fracasa en su búsqueda de ecuanimidad para considerarla y comprenderla. Prefiere centrarse en el desorden antes que en las regularidades. Aunque es una maestra del detalle su esfuerzo por anular los antagonismos bajo el manto de la enfermedad como algo igualadoramente humano -”los ricos también se enferman”- deja muchas conclusiones jugosas por sacar. Como en la vida, el juego de espejos entre escritura, memoria, pintura y dolor funciona en varios niveles por más que lo “no dicho” del libro es tan interesante como su esfuerzo por comprender la forma en que vemos.
5.
Si el narrador suele ser la voz de una tribu o la de una oveja negra que viene a corroerla, Gainza elabora en forma sutil la segunda posición. Esto, que resulta muy eficaz para construir un lugar de enunciación que no está ni afuera ni adentro sino en los límites de las categorías de sentido común con las que pensamos, hace un poco de ruido cuando se convierte en la vocación de atemporalidad que atraviesa al libro. ¿Puede un libro ser atemporal como una pintura? Indudablemente no. ¿Podría el libro de Gainza haber sido por una aristócrata zarista de finales del siglo XIX?