Entre el 12 de septiembre y el 3 de octubre fue la novena edición de la Copa Mundial de Futsal de la FIFA. Argentina, con un equipo dirigido por Matías Lucuix, llegó a la final y terminó perdiendo 2 a 1 con Portugal. Para mí, que no me interesa mirar ni este ni ningún otro deporte, el resultado no me dice nada; básicamente me da lo mismo. Lo que me llama la atención y me acompaña la semana entera es que dicho mundial se celebró en Lituania, país donde nació Jonas Mekas. Por eso, entre el 12 de septiembre y el 3 de octubre, cada vez que escucho o leo algo sobre futsal en la radio, en el diario, en la tele o en el Twitter no puedo evitar pensar en Jonas. No me molesta en lo más mínimo.
¿Puede decirse que Mekas era una creación del siglo XX? Claro que sí. Como lo cuenta él mismo en su diario íntimo, Ningún lugar a donde ir, nació en 1922 en una aldea rural del noroeste lituano llamada Semeniškiai –según censos de 2011, esta aldea cuenta con solo tres habitantes–, y al ser perseguido por la policía soviética, se ve obligado a zambullirse en la Europa de la posguerra con solo veintidós años. El diario íntimo cuenta, con fotos, dibujos y conversaciones, la odisea que sufre él y su hermano Adolfas hasta lograr llegar a Estados Unidos. Los temas que lo atraviesan en ese viaje forzado –los clásicos del siglo XX: Segunda Guerra, persecución estalinista, hostilidad de una Europa destruida y vivir pensando que es el primero de su familia que estaba en un país que no le correspondía– entrarán dentro suyo y tomarán protagonismo en su obra de un intimismo casi impúdico. De cualquier forma, Jonas buscará siempre escapar de la melancolía y negar esa cultura de sobrevalorar una época pasada: lo deja bien claro cuando el 1° de enero de 2000 comparte un cortometraje rogando que los años que vienen se parezcan muy poco a los anteriores.
los clásicos del siglo XX: Segunda Guerra, persecución estalinista, hostilidad de una Europa destruida y vivir pensando que es el primero de su familia que estaba en un país que no le correspondía– entrarán dentro suyo y tomarán protagonismo en su obra de un intimismo casi impúdico
Aunque, al igual que sus amigotes de Fluxus, que hacían todo lo posible por escapar de la categorización, siempre intentó ser un artista total y no limitarse a un solo tipo de arte, Jonas es reconocido más que nada por su aporte al cine experimental. Si a punta de pistola se me forzara a reducir su inmensa obra, podría elegir tres películas como Walden (1969) Reminiscencias de Lituania (1972) y En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza (2000). En estas tres hay una propuesta estética y conceptual consistente: la primera retrata la escena cultural de Nueva York de los sesenta, la segunda documenta su regreso a la Lituania rural que lo vio partir y en la tercera intenta hacer un recorrido entero de su propia vida. Las tres las sostiene haciendo su diario íntimo fílmico, el género que inventó.
Jonas buscará siempre escapar de la melancolía y negar esa cultura de sobrevalorar una época pasada: lo deja bien claro cuando el 1° de enero de 2000 comparte un cortometraje rogando que los años que vienen se parezcan muy poco a los anteriores.
Jonas, que siempre insistía con que al escuchar a los estadounidenses decir mal su nombre se acordaba una y otra vez de lo lejos que estaba de su madre patria, pensaba que con hacer películas experimentales su idea del arte no estaba del todo expresada. Por eso, y supongo que para ganarse unos mangos y por mil razones más, decide convertirse en periodista y crítico cultural. Durante más de sesenta años sostiene una columna en el diario alternativo Village Voice, donde busca hablar de las distintas propuestas culturales de todo tipo que surgían por todos lados en las calles de Nueva York. Esos escritos de periodismo informal fueron compilados en Cuadernos de los setenta, y hoy pueden leerse como una especie de retrato de la contracultura. Como si eso no alcanzara, también ayudó a fundar Anthology Film Archive, un centro internacional de puesta en valor del cine independiente, experimental y de vanguardia.
Murió el 23 de enero de 2019, con noventa y seis años. Hasta pocos días antes de su muerte, en su página web, Jonasmekas.com, compartía constantemente material audiovisual de alta calidad. Hoy en día su página sigue en pie y pueden verse, gratis y sin ni siquiera registrarse o aguantar que te pidan donaciones para seguir existiendo, maravillas como The first 40 o 365 Day proyect. Bucear por la página de un artista muerto tiene un encanto muy particular; quien no guste del cine y prefiera la literatura argentina puede entrar a la de un tal Fogwill y admirar un sitio web de esos que ya casi no quedan.
Cuando alguien narra con habilidad una historia de un lugar desconocido, puede llegar a pasar que ese lugar quede unido a la persona que narró. Los ejemplos son infinitos, nombro algunos pocos: Frank Kafka hace literatura sobre Praga, Andrea Abreu nos pasea por las Islas Canarias, Pity Álvarez rapea sobre Lugano y Woody Allen hace películas en las calles de Nueva York. No puede evitar pensar que si un día cualquiera llego a ir a Lituania, me la voy a pasar encontrando a Jonas Mekas en cualquier esquina, en cualquier plaza piojosa, en Vilna o en montículos prehistóricos de Kernavé.