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ARGENTINA, Buenos Aires: Sign in the street.

El bajo Perú (II): Leche de tigre

Se pudrió todo hace rato. Había que sacarse de encima a todos los que estén en el medio del negocio. En principio el Clan Cubilla manejaba su kiosquito desde Sánchez de Lorca hasta Avenida Lima, y desde España hasta la calle Castro Barrios. El resto del ghetto pertenecía a los Reyes. Ellos eran más prolijitos, ayudaban a los compatriotas a salir adelante y en algunos casos hacían de financistas del progreso de varios comerciantes de la zona. En las calles de los Reyes, nadie roba.

–  Hay 200 lucas por la cabeza de Pablo Cubilla, el novio de mi sobrina -dice Hugo Reyes, hermano de Alberto, preso por tenencia de arma de guerra y resistencia a la autoridad.

– Por 200 lucas no apretó ningún gatillo. Tampoco soy sicario. Gracias, pero no –contesta Marito.

– Me estiro a 400, no puedo mandar ningún causita porque si no es ajuste de cuentas y vamos todos presos. A usted no lo conoce nadie, compadre. Y ese tipo está muy atrevido, se maneja en la impunidad, manda a robar a las ancianas, vende celulares que manotean los chicos en el transporte público.

El bajo Perú: primera entrega

Henry Flores no puede pisar el barrio. Se la tienen jurada hace tiempo, pero se las ingenia para ubicar a Johana y tratar de convencerla para empezar una nueva vida lejos de los tiros y las drogas.

Eso ya lo vivió ella hace un tiempo, antes de que cayera preso. No le cree nada, pero él vuelve a insistir casi todos los días, llamándola a la panadería.

– Buen día, linda, lo de siempre, galleta con chicharrón. Ah, una pregunta: ¿qué es leche de tigre?

– Cuando comes cebiche, ese jugo que queda, la basura, como le decimos nosotros, se llama “leche de tigre”.

– Todos los días aprendo algo nuevo con vos.

– No te metas en quilombos en el barrio, yo sé cómo termina todo…

– Tranquila, bonita.

Son las siete de la mañana de un sábado primaveral. Hace calor, Pablo Reyes a esa hora sale a correr por el Parque Bicentenario. Marito espera en un Corsa recién robado, armado hasta los dientes. Tiene que ser rápido y sorpresivo.

– ¿Pablo Cubilla?

– ¿Quién sos?

– El que te puso fecha de vencimiento, gato.

Fue fácil para Marito. Necesitaba la guita. A diferencia de los sicarios que matan por la espalda y escapan en motos, él se tomó todo el tiempo del mundo. Casi una semana le estudió todos sus movimientos. Pablo Cubilla era transa, pero también tenía un ejército de soldaditos que iban a punguear celulares al barrio del Doce, o robarle carteras a las jubiladas que salían de cobrar en el banco República. Rosa Reyes muchas veces intentó separarse, pero él la tenía amenazada, la alejó de su familia, no tenía amigas. Con su muerte, el bajo Perú parecía estar más tranquilo y transitable. Parecía nomas, porque la guerra seguía. Había que buscar al verdugo de Pablo.

Marito se fue por unos días a lo de la madre, en el barrio Santa Rita. Le dejó 100 lucas y descartó el fierro en el arroyito del fondo.

– Negro, te escribo porque acá está todo podrido, mataron a mi cuñado, al Pablo. Y yo hace días que no te veo, no se puede salir a la calle porque en cualquier momento se tirotean con mi viejo y su gente, aunque ellos no tengan nada que ver. Por favor contestame.- Le escribe Johana.

Cuando a Marito le mataron a su compañero delante de él, en un tiroteo con la policía, decidió dejar ese mundo oscuro en el que estuvo metido más de diez años. Con unos pesos ahorrados, y con ganas de laburar en relación de dependencia se mudó a la ciudad, en busca de la paz que tampoco iba a conseguir.

Se ganó el respeto de los Reyes, que ahora lo quieren en su tropa. Pero Marito tiene otras ideas. Si pusieron 400 lucas así de la nada para sacarse a un enemigo de encima. ¿Cuánta guita manejan estos arruina pibes? Se puso en la de reclutar viejos amigos chorros, de la vieja escuela. Su padrino era la fija, pero estaban el gordo Nelsón, Pitu, Robertito, Beto, y sigue la lista de los que alguna vez fueron los galanes de Santa Rita. Tipos que nunca dejaron que entren los dealers al barrio ni mucho menos que los pibes más chicos roben a los mismos vecinos. El plan estaba en marcha.

– ¿Sabes lo que pasa? Yo no quiero saber nada con esta historia, tu viejo transa y, por más piola que sea conmigo, no tiene derecho a nada. Yo soy chorro, vengo de otra movida. Me quiero rescatar; con vos la mejor, pero que tengas un familiar que le vende merca a los pibitos, ni ahí. Aparte en cualquier momento me voy a la provincia, al campo, junto unos pesos más y me tomo el palo.

– Bueno, yo me voy con vos.

El Clan Cubilla, sin la presencia de Pablo, fue perdiendo territorio. Ya la policía les soltó la mano.

Los Reyes redoblan la apuesta y ahora quieren ir por su negocio. Que se maten entre ellos, dice Marito, que esta vez no aceptó laburar para su futuro suegro. Mientras armaba la banda y rescataba fierros, su relación con Johana se ponía cada vez más firme.

Él último gran golpe de Marito fue a un camión de transporte de caudales. Lo cortaron en el acceso sur, más de cinco palos a repartir entre cuatro. A la familia de su compañero muerto en el hecho también le llegó su parte. Esta vez no sólo ese monto de dinero hay para laburar, sino que se juega su relación con la hija del narco más poderoso del bajo Perú.

Manuel Cubilla toma el lugar de Pablo. Los soldaditos se empiezan a reagrupar de nuevo. Lo ven bajar del colectivo de la línea 798 a Marito. Manuel quedó resentido de aquella vez que lo amenazó cuando intentó robarle la moto. Mete la mano en la riñonera y saca un 22 corto con la numeración limada. Lo sigue por Avenida Quito, no le importa nada, le quiere tirar de atrás pero hay muchos testigos, espera el momento indicado.

 

Damián Quilici

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