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El futuro es del arte deforme

En 2010 una tal Cecilia Giménez Zueco creó lo que puede ser considerado la primera gran obra del arte español de este siglo. No hablamos de una artista que pasaba horas en un taller oscuro, estudiando la anotomía de quien posara para ella. Tampoco de un mural inmenso sobre un levantamiento social ni de fotos pop de un movimiento atípico madrileño o de una performance teatral.

Lo que cambió todo, y puede ser el parámetro para lo que viene, fue la intervención (casi accidentada) del Ecce Hommo de Borja. Gracias a que durante una seguidilla de años esta pintora amateur le fue dando una retocadita a un cuadro de poco valor, la ciudad de Borja recibe hoy un turismo inesperado: el santuario que antes no cobraba entrada y funcionaba pocos días a la semana hoy está abierto todos los días y cobra para ver una pintura que, aunque tiene evidentes signos de deterioro, ahora dejó de verse vieja y triste.

Algo muy distinto, pero que puede leerse en la misma sintonía –como un ejemplo de arte deforme que vemos construirse sobre obras caducas–, acaba de aparecer en México hace menos de un mes.

Agotadas de luchar para que el Estado actúe contra los femicidios y las cincuenta denuncias diarias por abuso sexual y violencia, a un grupo de mujeres no les quedó otra opción que ocupar el edificio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Erika Martínez, una de las que formó parte del reclamo, estaba acompañada de su hija de diez años, que a los siete fue víctima de abuso sexual por parte del hermano de su padrastro.

Y fue esa hija quien, con sus propias manos y con una capucha sobre la cabeza, en uno de los pasillos del edificio, intervino un cuadro insignificante que hasta hacía poco colgaba en un salón de conferencias. La decisión de rebautizar al establecimiento de la CNDH como “Ocupa – Casa de refugio Ni una menos” (subrayando que ese es el lugar que las manifestantes se vieron obligadas a conseguir para protegerse de eso que el Estado ignoraba: “Yo necesitaba un hogar libre de violencia, el Estado no me lo dio así que lo tomé”, dijo la madre, que había quedado en situación de calle) y la intervención artística pueden englobarse fácilmente en una de las consignas pintadas en una bandera en la puerta del edificio: “En la era del consumo, reutilizar es revolución”.

El cuadro era un retrato del expresidente Francisco I. Madero hecho por José Manuel Nuñéz, Jomanu Art en las redes, un artista menor que nunca llegó a los seiscientos seguidores en Instagram. Lo primero que hizo Jomanu fue quejarse del vandalismo que le hicieron a su obra, aunque después reflexionó, se arrepintió, y terminó publicando en su Facebook que estaba en contra del femicidio y el maltrato a la mujer. Al igual que con el Ecce Hommo, del que nadie sabía nada de su existencia hasta que fue “retocado”, el retrato original era insulso, no decía nada en especial, no emocionaba; había sido pensado como parte de un mural que terminó como un fracaso, y nadie lo había contemplado con mucha atención. Posiblemente colgaría eternamente como decorado de reuniones protocolares.

Ahora, la imagen del Madero tuneado –en su frente se leen las letras ACAB (que sintetiza la frase “All cops are bastards”)– es algo que ve el mundo entero. Las obras intervenidas en la CDNH son varias, y todas fueron sacadas a la vereda y expuestas con la intención de ser subastadas y de juntar plata para quienes están dentro de la toma. Aunque la de Madero es claramente la que se destaca y la que deja al resto en un segundo plano.

Si la historia de esta acción artística no continuase, nadie podría teorizar con que esta obra pueda convertirse en una actualización extraña del arte mexicano de la época, una que pase a ser una de las imágenes más importantes de la toma, que venga a hablar de esa deuda histórica que tiene la sociedad con los derechos de las mujeres.

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) suele quitarles importancia a los reclamos del colectivo de mujeres, sugiere que las denuncias de abuso no son tantas, reduce los femicidios a un acto criminal más y le quita valor a la toma de un edificio público a poca distancia de la casa de gobierno, que ya lleva un mes de duración. Lo que sí le parece una falta de respeto es la imagen bardeada a la que se ve sometido este expresidente: sostiene no poder aceptar que un prócer mexicano como Madero, luchador contra la dictadura de Porfirio Díaz, sufra de vandalismo. La acción artística provoca una compasión que no provocan quienes hace años vienen pidiendo que los escuchen.

Erika Martínez le contestó a AMLO, por medio del retrato: golpeando el lienzo con sus manos mientras hablaba, le dijo que cómo podía ser más importante un cuadro que el abuso sexual de su hija; se preguntaba, sin decirlo del todo, cómo podía ser más importante lo que ellas le hacían a la obra que el abandono estatal que sufrían todos los días, cómo podía importar la historia intachable de un país que las personas que intentaban vivir en él. Estas son problemáticas a las que, hoy en día, el arte pictórico no puede llegar con tanta popularidad.

Cuando en algún medio gráfico quieren sacar una nota profunda sobre arte contemporáneo suelen entrevistar al crítico ruso Boris Groys. Acostumbran a preguntarle sobre el futuro del arte, y él insiste con que no conviene predecirlo pero que a las personas les interesa más producir que contemplar, que estamos viendo cómo la producción se democratiza, que cada vez es más fácil producir y que eso hace que más personas produzcan imágenes, textos y videos.

El Ecce Homo y el retrato intervenido de Francisco Madero confirman lo que dice Boris Groys: vamos a ver cómo lo que antes se miraba con respeto quedó en el recuerdo, que los artistas vienen del lugar menos pensado y con manos inexpertas y que la obra artística genial puede estar a la vuelta de cualquier esquina.

*Fotos: Andrea Murcia / Claroscuro

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