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Él Mató a un Policía Motorizado en el C Complejo Art Media

Cuando todavía faltaba una hora para que termine el recital me pregunté: ¿Por qué triunfa Él Mató? La respuesta me llegó desde el escenario con una luminosidad irrefutable: porque a los seres humanos que sobrevivimos al covid (la suerte y la ciencia tuvieron muchísimo que ver) aún estamos conmovidos y atravesados por las buenas canciones. ¿Será esto, entonces, el único sedimento realmente humano que nos queda? ¿Son las canciones, las buenas canciones, el último bastión de humanidad al que podemos aspirar desde la supervivencia actual? 

No es sencillo llegar a ese nivel de belleza en un repertorio (tocaron material de todas sus épocas) plagado de hits donde El tesoro (“Perdón si estoy de nuevo acá/Pensé que habías preguntado por mí”) sea ese vehículo que los hizo llegar a esos lugares que aún les quedaba conquistar. Lograron, de este modo, que sean las canciones quienes hablen por ellos (Santiago Motorizado, en este aspecto, es muy poco discursivo al micrófono por afuera del canto, lo que se agradece). De algún modo, y estos recitales fueron la muestra concreta de eso, la banda logró mimetizarse con esas canciones evitando cualquier tipo de personalismos e individualidades (¿cómo combatir el ego? Dicen en Más o menos bien: “Amigo, no llores por las noches/Es hora de buscar lo esencial”) para ingresar en un territorio donde efectivamente reinan el sonido (el diálogo de guitarras que logran Niño Elefante y Pantro Puto es ajustadísimo y elevado), las letras como pinceladas de Santiago Motorizado, el movimiento de luces donde priva la oscuridad y las imágenes del espacio exterior de la pantalla del fondo del escenario. Hubo comunión en estos recitales de Él mató a un policía motorizado. 

Llegado a este punto del presente histórico se puede pensar a Él mató como un objeto cultural mucho más que como una banda exitosa que en estos momentos se encuentra en una Gira Mundial (¿cuántas bandas argentinas están en condiciones de encarar una Gira Mundial?). Fueron el barco rompehielos del indie nacional y popular que surgió en el siglo XXI (en una emergencia de renovación que se puede considerar en relación al surgimiento de The Strokes en una punta, aprender del sistema de trabajo autogestivo de Suárez en el medio y la tragedia de Cromañón como herida cercana) donde se mostró una nueva sensibilidad y cosmovisión dentro del rock argentino (con la independencia como único destino posible) más acorde a los que sucedía con los cuerpos y corazones de estos tiempos. En ese sentido, sus influencias (musicales pero también cinematográficas, poéticas y plásticas. Dicen en Mi próximo movimiento, que cerró la noche del viernes: “Ahora estoy arriba de mi casa con un rifle”) e imaginario (personajes de fantasía, posters icónicos, microhistorias violentas fuera de tiempo: “Te persigue la policía/en Navidad”, cantan en Navidad en los Santos) le dieron un rasgo distintivo que se sumaba al poder que ya cargaban en sí mismas sus canciones. En ese sentido, los sonidos de Él mató se filtraron en películas, documentales, programas de televisión, libros, galerías de arte, y territorios que muchas veces les están vedados a un grupo de rock. De ahí que Él mató logró que sus recitales siempre estuvieran a la altura de esta zona desmarcada de la realidad cotidiana: crean un trance, una sintonía, una vibra, un mood. No es simple. Más bien es todo lo contrario. 

El reencuentro de Él mató con su público de Capital Federal tuvo una expectativa sold out para las dos fechas en un lugar (el C Complejo Arte Media) en el que nunca habían tocado, algo que es muy habitual en ellos como exploradores. Y después de dos años de encierro, ausencia y distancia se cumplió algo que siempre se espera (muchas veces con temor) en un retorno: ver a la banda en un gran momento. Y esto implica que (con años de laburo y ruta encima) se percibe que están totalmente preparados para enfrentar a un lugar y una audiencia como este: bestial, enorme. Su sonido creció en matices y sutilezas (Chatrán Chatrán, en teclados, tiene mucho que ver acá) desde que copaban sótanos y bares. Ahora lo suyo se volvió verdadera captura de la intensidad para entregarla totalmente envolvente y con una afectividad fuera de serie. Es decir, el rock en pleno viaje mental e imaginativo que se puede percibir en tiempo real. Y desde ahí que cada uno de los asistentes puede incluir su propia experiencia ya que son canciones con letras exquisitas en su selección de materiales y largos momentos de instrumentación. En esa tensión se gesta la gesta colectiva a la que aspira el recital. Mientras no mienta estará todo bien, dice en Guitarra comunista, una de las canciones más festejadas. Y eso es un poco de lo que se respiró en esta vuelta de Él mató a un escenario porteño: crecimiento, honestidad, búsqueda, apuesta estética y viaje psicodélico hacia la zona mental que uno eligiera. Y todo esto vislumbra algo concreto: futuro. El rock no está muerto. El rock evoluciona.  

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