El Motoarrebatador de Agustín Toscano es una película íntegramente tucumana que participó de La Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes el mayo pasado. Toscano es egresado de la Universidad Nacional de Tucumán y con su breve filmografía ha cosechado nominaciones al Cóndor de Plata (Los Dueños del 2013 estuvo nominada como Mejor Ópera Prima y en el rubro mejor actor de reparto) y estuvo en el festival francés ya dos veces. Toscano piensa y escribe muy bien sus obras y las ejecuta con solvencia. Su éxito no es casual.
El Motoarrebatador cuenta la historia de Sergio, un padre joven de realidad precaria, que se dedica a robos menores junto con un amigo. En un atraco, la víctima, Elena, una señora mayor, no suelta su cartera y queda tirada e inconciente en la calle. Esa experiencia mueve algo en Sergio, quien busca a Elena en un hospital. Ella ha perdido la memoria y Sergio se hace pasar por un familiar. A partir de ahí establecen algo así como una amistad.
No son pocas las virtudes de este largometraje. Para empezar, el plano que da inicio a la historia -dos motochorros reflejados en el vidrio del cajero automático, donde la futura víctima extrae dinero- es impecable. Hay mucho para admirar en los encuadres y en la composición de las imágenes, incluso si a veces la luz de los exteriores está apenas fuera de control. Es luminosa también la sonrisa del protagonista, Miguel, un superlativo Sergio Prina. La naturalidad es un bien escaso en el cine en general y en el argentino en particular. Sin embargo, Prina habla, sonríe o se muestra preocupado sin el registro agotado del actor profesional. Es puro gozo ver a un personaje ser él mismo en la pantalla. La banda de sonido, que incluye un blues rockero nacional pero en su mayoría se constituye de melodiosos ecos de música de Western- es un hallazgo; muy cercano al mejor Guillermo Guareschi de Tiempo de Valientes. La historia con una o dos sorpresas menores hacia el final y con su ritmo de cine arte le sirven bien al producto final. Toscano tiene un estilo más cercano a Damián Szifrón que a Lucrecia Martel.
Un mini boom
Luego de cinco semanas en cartel, El Motoarrebatador alcanzaba la cifra de 7900 espectadores, un número nada despreciable para el cine independiente nacional. La mayoría de las entradas vendidas corresponden a Tucumán, aunque el film fue exhibido en 23 salas en todo el país. Los logros y números de esta película consolidan el crecimiento no solo artístico sino también comercial de Toscano.
Un dato interesante del film es que cuenta entre las productoras asociadas al Gobierno de la Provincia de Tucumán. En los agradecimientos finales figura la plana mayor del establishment político de la provincia de los últimos quince años, sin que eso haya, en apariencia, comprometido de manera alguna el contenido de la película. Es quizá un dato a celebrar y que genera esperanza solo si se replicase de manera menos… aleatoria.
Hay al principio de la película una toma de tono y de factura singular. Elena, aferrada a su cartera, es arrastrada varios metros a lo largo de una vereda por los motoarrebatadores. Visualmente llamativa, la toma es conceptualmente irreverente. Sin embargo, el efecto que produce en el trailer de la película es mucho más potente que en la proyección misma del film, tal vez por una cuestión de proporciones. El trailer hace suponer una toma más larga y por eso más surrealista y asombrosa. Dentro de la película, se parece más a un suave golpe de impacto. La película, que no es sentimental ni efectista, intenta por momentos coquetear con el humor. Pero en realidad predomina en ella una agenda decididamente política (sin banderas, más bien intimista), que se maneja con pulso firme, eficiente y ligero.
El Motoarrebatador tiene todos los méritos del cine arte social, incluyendo en sus poco más de 90 minutos un paro policial, una temporada de saqueos en Tucumán, la problemática individual y social de un hombre morocho del Norte argentino. No obstante, quizás el mayor defecto de la película sea justamente no trascender su exotismo. Uno puede disfrutar el acento particular de los protagonistas, las locaciones realistas, los insultos y modismos tucumanos y las particularidades de su producción. Y todo esto sin que en ningún momento la película logre hacer olvidar al espectador que está viendo algo más que una película tucumana que llegó a Cannes.