El dolor no es buen compañero del análisis ni del pensamiento. Ni siquiera es un sentimiento: es una vibración, un destello que se prolonga, algo que aniquila incluso al lenguaje o lo hiere y lo obliga a reorganizarse. La humillación que sufrió ayer el equipo argentino produce dolor y aturdimiento. Excede a la falta de mística o de corazón por parte de algunos jugadores (Messi), a la falta de profesionalismo e inteligencia del técnico (Sampaoli) e incluso al azar (Caballero, que es un arquero flojo, tuvo una noche fatal). Es difícil pensar en una derrota comparable de la Argentina en su hasta ahora honrosa participación en los mundiales del siglo XXI.
Para hacer bien los deberes hay que decir que la humillación argentina frente a Croacia empieza a cocinarse desde la dirigencia. Julio Grondona, que era un dirigente inmensamente corrupto pero zorro para defender los intereses nacionales, dejó tras su muerte a un tendal de pistoleros que no sólo no tienen un décimo de su inteligencia, sino que lo sextuplican en venalidad e inoperancia.
Mauricio Macri eligió como sus socios en la AFA a “Chiqui” Tapia, Daniel Angelici y Hugo Moyano. En diferentes niveles, estos cuatro políticos son los principales responsables de este momento dolorosísimo de la selección argentina. Más allá de Macri, que se equivocó al elegirlos pero no participó de todos sus desatinos, hablamos de tres tipos que son de lo peor que tiene la casta política de este país, que de por sí es lamentable.
Basta con haber mirado el debate por la legalización del aborto para darse cuenta de en manos de qué tipo de subjetividades estamos. Bueno: Tapia, Angelici y Moyano son infinitamente peores que nuestros diputados. De fútbol saben poco, pero se cargaron a Tinelli, que tampoco sabe y por eso en San Lorenzo se tuvo que ir al básquet. ¿Todo se está preparando para su venganza? ¿Vendrá la muerte y tendrá sus ojos?
(El equipo entra vencido a la cancha. Algunos dicen que son operaciones de la Mossad como venganza del desplante argentino. Simeone filtra un audio lamentable e inoportuno, donde critica a Messi, a Sampaoli y a Caballero. Fantino aprovecha y opera para Daniel Vila, su patrón, resentido porque lo dejaron fuera del negociado de la AFA. Todo es venal. Y una parte nuestra, una cierta compulsión al caos, se regodea con este circo. El país de la inminencia es también un país sin grises).
el fin de la metáfora
Lo cierto es que a una mala preparación y a una clasificación milagrosa (gracias a Messi), al técnico inoperante (el octavo pasajero que quiso tomar control de la nave sin haber entendido el tablero de mando) y a un plantel mal elegido y sin corazón, se le suma una mala lectura de lo que pasa en este mundial. En algún momento, al referirse al equipo ruso, Vladimir Putin dijo que “la presión es un problema médico”, desestimando la supuesta presión que los jugadores de sus selección podrían llegar a sentir por la localía. Su frase fue performativa. Los jugadores rusos fueron creciendo en confianza y derrotaron a dos equipos del mundo árabe (Arabia Saudita y Egipto, dirigidas además por técnicos argentinos), garantizando la clasificación a octavos y esquivando la humillación. Putin debe estar conforme.
Pero el fin de la metáfora no es sólo el pragmatismo de Putin. Este es un mundial cerrado y vertiginoso. Los espacios de ataque son mínimos y la precisión es cada vez más importante. No hay casi lucha en el mediocampo y los partidos se ganan o se empatan por una diferencia mínima. Por lo general, el equipo que ataca logra la ventaja por insistencia, forzando el error del rival; muchas veces gracias al VAR. El espacio para la fantasía es mínimo y acontece en disparos de media distancia. Se vive del error ajeno.
Durante el Mundial pasado Argentina debutó con una formación y al parecer hubo una revolución de los jugadores, que le pidieron jugar de otra forma. Sabella concedió, se dedicó a fortalecer la defensa y llegamos a la final. Podría haber sido un desastre, salió medianamente bien. En Rusia Sampaoli empezó complaciendo a los jugadores. Tras Islandia y tras los desplantes a los que lo sometieron, puso una formación bochornosa, llena de metáforas y de barullo, casi una letra de Los Redondos en el mundial sintético. Un mediocampo que parecía un ministerio: superpoblado y donde nadie sabía qué hacer. Lo imperdonable, sin embargo, es que la selección careció de defensa. Sampaoli no entendió ni siquiera eso.
(No es casual que con la excepción de México y de Uruguay -que siempre jugó al orden y la literalidad-, más Brasil que siempre es candidato, los equipos latinoamericanos estén prácticamente eliminados. No hay gran diferencia entre equipos árabes, africanos y latinoamericanos).
la pesada herencia
Aquellos que abusan de las identificaciones mecánicas entre un equipo argentino desorientado y un elenco gobernante con los papeles quemados están en éxtasis. En ese plano también funciona la literalidad. El presidente coraje no difundió ningún video mirando el partido y ni siquiera se animó a ir al festejo del día de la bandera: nadie le cree. Pero esta semana hubo una diferencia. Mientras el poder celebraba un supuesto repunte en base a la clasificación de Argentina como mercado emergente, nuestra identidad futbolística se sumergió en la noche más oscura. Todos creyeron que a la selección le iba a ir tan mal como el país; nadie esperaba que le fuera aún peor.
(Algunos dirán que la humillación había llegado cuando fuimos al FMI con el rabo entre las piernas y sin plan económico. Algunos dirán que Nigeria nos dará una clasificación de país emergente en el mundial. Y quizás tengan razón).
Lo cierto es que la humillación del partido con Croacia deja flotando dos preguntas. En primer lugar: ¿Era inevitable que sin dirigencia y con técnicos títeres este desastre ocurriera? ¿Qué pasa en el corazón de los jugadores? En segundo lugar: ¿Era mejor irse así, con bochorno, escándalo, circo y pathos, o con una derrota gris en cuartos de final, como venía sucediendo hasta el milagro brasilero? ¿No creemos en el fondo, y como nuestros capitalistas, que la destrucción contiene un germen creativo? ¿Que hay que tocar fondo?
Sin embargo, y más allá de que uno crea que Messi es un líder depresivo que nos llevó siempre a la derrota y que es mejor quemar las naves antes que tener una participación indolente pero no bochornosa, existe un resto, un resabio que si no es bien procesado puede llevarnos al fondo del mar. Porque la humillación, como la gloria, no es gratuita. Deja cicatrices. Y tanto la dirigencia (principalmente) como un técnico incapaz y unos jugadores con hielo en la sangre son los que dibujaron esas heridas en la camiseta argentina.
El patetismo cifrado en el tercer gol croata va a ser una imagen difícil de borrar. A mis siete años vi campeón al equipo de 1986. A mis once años vi a Argentina dejar afuera a Italia de su propio mundial, tras haber eliminado a Brasil. Vi al mediocre equipo de Passarella eliminar a Inglaterra en Francia. Y creo que esa es la última hazaña que ví de la selección, más allá del triunfo por penales ante Holanda en el mundial pasado.
Ayer, sin embargo, vi a Mascherano levantar la mano mientras los croatas sellaban una goleada con un gol de fútbol cinco, con todo el tiempo del mundo adentro del área chica. Vi a Agüero desautorizar al técnico después del partido. Vi a Modric ser condescendiente con nuestra selección, después de que los croatas vaticinaran y acertaran que el nuestro era el partido más fácil que tenían por delante. Croacia tiene 4 millones de habitantes y su mayor palmaré futbolístico es un tercer puesto.
Este tipo de humillaciones no se miden en términos actuales sino en la serie histórica. Los turistas argentinos que visitaron Moscú no pudieron ir a ver el cuerpo embalsamado de Lenin. Algo de su mística se conserva en ese ocultamiento. La exposición del patetismo argentino, con Maradona llorando en un palco, me rompe el alma; a menos que ganemos este mundial nuestra camiseta va a quedar traumada. Todavía más.