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House of Cards, Bodyguard y Billions: cómo fue el 2018 de 3 series con aciertos formales

El peor final para House of Cards

Hacia el final de la segunda temporada de House of Cards, Francis Underwood jura como presidente de los Estados Unidos de América. Ha llegado a la oficina oval por los medios más delirantemente oscuros, un personaje sin brújula moral, bisexual (¡ja!) y amante de un porrito con su mujer, con la que mantiene una relación abierta (¡jaja!).

Solo imaginar un presidente norteamericano así ya me parece revolucionario. Por supuesto, House of Cards no dice nada sobre la realidad tal y cómo es, pero durante un tiempo llegó a permitirnos, vía un caso extremo y sus hipérboles, (re)pensar el poder, la lealtad, el amor, nuestras imágenes del bien y del mal, de nosotros mismos.

Después de semejante pico narrativo, por supuesto, la tercera temporada resultó demasiado sobria, serena; lo cual es entendible e incluso respetable. Eventualmente, House of Cards tuvo otros picos interesantes; uno de ellos, el final de la quinta temporada.

Algo de Frank Underwood -y esto no lo supe hasta su ausencia- les permitió a los creadores de la serie un doble juego: contar una historia y hablar, mediante esa historia, sobre algo. Tal vez, los escritores llegaron cansados a la sexta y final temporada o no supieron darle a un personaje femenino y rico como el de Claire Underwood la misma profundidad que a su equivalente masculino. Quizá todo fue rápido y caótico.

Quizás, quizás, quizás, pero el hecho es que la temporada despedida de House of Cards que se estrenó el 2 de noviembre no es más que una interminable sucesión de golpes y contragolpes entre la presidente Claire y sus ricos enemigos. Interminable a pesar de que la temporada tenga cinco capítulos menos que las demás.

El problema es que todas esas escaramuzas no dicen nada sobre nada, o nada que la serie no haya dicho ya antes. Este tramo final de la primera serie emblemática de Netflix es sorprendente por lo superficial y repetitivo, donde sus excesos narrativos no conmueven al corazón ni a la mente: solo relleno, decorado y unos cuantos buenos momentos de Robin Wright y de Diane Lane.

 

Bodyguard, la intensidad del guardaespaldas

Bodyguard (BBC, disponible en Netflix) es otra serie sobre las bambalinas del poder y llegó a Argentina con el impresionante récord de haber superado los diez millones de espectadores solo en Inglaterra con ocasión del cierre de su primera temporada.

Para mí, tenía un antecedente todavía más promisorio: su creador es Jed Mercurio, el realizador de la magnífica y electrizante Line of Duty (BBC 2012-2019). Mercurio se caracteriza por evadir todo tipo de estilización y comprometerse solo con una especie de empuje o fuerza bruta. En sus series, nada es bello pero todo es potente y así, con un mecanismo tan particular, al final, alcanza cierta belleza… por intensidad.

Los primeros veinte minutos de Bodyguard son inmejorables: una amenaza de bomba suicida en un tren llegando a Londres. Ya en Line of Duty, Mercurio -un maestro de las escenas largas- había logrado que interrogatorios policiales de cuarenta minutos en tiempo real fueran visceralmente atrapantes y de una tensión apabullante.

Esa serie hacía que la cabeza me diera vueltas y me duela, gracias a la cantidad de información y de giros narrativos que se sucedían todo el tiempo. Era como ver una película de David Lynch pero realista, historias constituidas con hechos y datos duros, como un rompecabezas artesanal súper sofisticado.

Bodyguard es más señorial y pomposa, con algunas excentricidades notables. Los capítulos no terminan con ganchos, sino mansamente. Algo que parece viejo o anacrónico y a veces se siente así. Sin embargo, en cada uno de sus ocho episodios, en algún momento, se produce un bang de proporciones épicas. Bodyguard no es ninguna obra maestra, pero es suficientemente entretenida y quizá esto se deba solo a la forma y no al contenido.

Lo que me recuerda una distinción propia de la literatura, pero que aquí también cobra sentido: esa que existe entre narrar y escribir. Entre contar una historia y utilizar recursos técnicos para captar la atención del lector o espectador durante un tiempo determinado. Hay escritores que saben escribir y otros que saben narrar. Benditos los que pueden hacer ambas cosas en simultáneo.

 

Billions: los aciertos menos pensados

Este año, demoré en ver la tercera temporada de Billions (Showtime en Netflix). Tengo la manifiesta impresión de que esta serie pasa sospechosamente desapercibida entre los fanáticos del streaming. Para empezar, Billions tiene un elenco de primerísimo orden (Paul Giamatti, Damian Lewis, Maggie Siff) y una historia entretenida sobre la legalidad en las finanzas que, de paso, nos permite meternos en el mundo de los privilegios (algo que la serie hace sin estridencias, con adultez y solvencia).

Ya sea si Bobby y Wags comen Ortolan, Wendy maneja un Maserati o el fiscal Chuck Rhoades lleva a su asistente a comer a un restorán de moda en NYC por unos videos virales. La musicalización de Eskmo es impecable e incluye desde temas de Andrew Oh hasta un delicioso throwback con Counting Crows.

Pero es la forma lo que importa en Billions. Como cierta seguridad que solo se alcanza con la edad. Como acostumbrarse a hacer las cosas bien por el placer de que estén bien y no para que los demás aplaudan. Uno de los mejores capítulos que vi en todo el año es “Kompenso” (S03E11). Me reí con ganas y fundamento un par de veces.

Wendy es definitivamente la sucesora de Alicia Florrick (The Good Wife), quizá el mejor personaje femenino de todas las series -de tantas series- que se emiten hoy en día. También me emocioné. Sin embargo, lo más curioso sucedió cuando giré para agarrar un pedazo de torta galesa que tenía en la mesa de luz y quité los ojos de la pantalla por un momento.

Era el final de una escena entre Bobby Axelrod, el CEO de un sanguinario grupo de inversión interpretado por Damian Lewis y su mujer, Lara (Malin Akerman). Mientras el bocado me entregaba toda su exquisitez, tomé consciencia de que no me quería perder la cara final de Damian Lewis en esa escena. Quería ver qué mostraba su personaje. Porque no pude anticiparlo. Me di cuenta de que no tenía forma de saber cuál iba a ser su reacción, qué sentiría su personaje. Y no me defraudó.

Es extremadamente raro en estos tiempos que uno no pueda saber de qué manera va a reaccionar un personaje. Esa multiplicidad indeterminada de posibilidades conquistó mi corazón. Y entonces supe con claridad y sin atenuantes que Billions es una serie que merece un mayor reconocimiento.

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