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Conocé las novelas de Jack Reacher, un héroe anónimo contra la codicia humana y el anarco-capitalismo

para Javier Alcácer, apóstol

Traducidas por la española RBA y la argentina Blatt & Ríos, las historias creadas por Lee Child concentran buena parte de su éxito mundial reciclando, en pleno liberalismo del siglo XXI, una de las fantasías más cándidas (y necesarias) del viejo policial negro: quienes se enriquecieron gracias al crimen, están destinados a un final violento.

“Muy alto y corpulento, pinta de matón. De unos treinta y muchos o cuarenta y pocos. Cabello claro y corto, ojos azules”. Esa es una entre las muchas descripciones inmediatas de Jack Reacher en las 442 páginas de El camino difícil, una de las novelas donde el personaje de Lee Child interactúa de cerca con el más constante y maligno de sus enemigos: la codicia humana. Claro que como soldado regular contra las fuerzas más siniestras del anarcocapitalismo moderno, Reacher conoce a su adversario. Y como se trata de alguien particularmente observador e inteligente, sabe que no es un adversario para subestimar. En esto, Jack Reacher establece más allá de sus novelas un vínculo subterráneo con Giovanni Battista Bernardone, también llamado Francesco, quien en la primavera de 1207, y tras un intempestivo acto de inmolación evangélica, decidió renunciar a la herencia de sus padres, unos prósperos comerciantes de la ciudad de Asís. Para simbolizar este despojamiento, además, Francesco se desnudó en público, inaugurando así una larga y distinguida tradición de “pobreza franciscana”. Menos dramático y más apegado a las buenas costumbres, ochocientos años después Reacher se conformó con renunciar a su rango de mayor en la Policía Militar del Ejército de los Estados Unidos y vagar sin otra fortuna que su voluntad de justicia, una modesta pensión militar y el cepillo de dientes. El objetivo, sin embargo, era el mismo: asumir el apostolado de un nuevo mundo posible. Como el propio Reacher explica entre las 517 páginas de Zona peligrosa, “siempre viajo por carretera. A veces ando un poco y luego uso el autobús. O el tren. Siempre pago en efectivo. Así no hay forma de seguirme el rastro. No hay papeles que indiquen por dónde he pasado, ni transacciones con tarjeta de crédito ni listados de pasajeros. Nadie podría seguirme la pista. Nunca digo mi nombre a nadie. Me gusta el anonimato. Y me digo que es una forma de burlar al sistema. Y en este momento estoy muy enojado con el sistema”.

 

hijo del thatcherismo

Para entender ese enojo, tal vez habría que recordar la historia real de Lee Child con la industria británica del entretenimiento durante el thatcherismo. Aunque las huellas puramente literarias del militar retirado con el que logró “100 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo”, como anuncian sus libros, transmiten por sí mismas un plan de acción. Un detalle importante es que se trata del tipo de plan que separa a los debiluchos que suelen admirar a Jack Reacher por su capacidad para la violencia física —“golpea primero y golpea con fuerza; que el primer golpe sea mortal; sé el primero en vengarte”— de quienes lo admiran aún más por los daños que está dispuesto a hacerle al “sistema”. Un ejemplo son las palabras de Reacher en Personal, las 423 páginas en las que tiene que encontrar a un francotirador antes de que pulverice a mil metros de distancia el cráneo del presidente francés durante un discurso: “Lo que tenemos en manos no es el 11 de septiembre. Si le vuelan la tapa de los sesos a un político, medio país hará una fiesta en la calle. Comprarán banderas y beberán cerveza. Hasta podría desencadenar un milagro económico”. No, Reacher no está entre quienes han desarrollado una gran estima intelectual por las castas políticas del siglo XXI —“los políticos hacen lo que sea por ahorrar”, suele decir al evaluar la decadencia de la milicia—, aunque eso no lo convierte tampoco en uno de los cándidos “libertarios” que creen que un máximo de individuo es preferible a un mínimo de Estado. Reacher, de hecho, sí cree en algo que está por encima de las libres voluntades humanas. En la ley, por ejemplo. E incluso cree en su propia aplicación de las sanciones de la ley.

la materia del deseo

Falsificadores de dólares, mercenarios que estafan a las más violentas naciones africanas, jerarcas militares que contrabandean armamento desde el frente de batalla, espías listos para traicionar los mejores secretos de su propio país, empresarios —como el que personifica Werner Herzog en la película Jack Reacher— dispuestos a asesinar a quienes interrumpan un negocio, incluso mafiosos capaces de proteger a terroristas a cambio de algunos billetes extra. A excepción de cuando, siendo apenas un adolescente, se enfrentó por casualidad al Hijo de Sam —el célebre asesino serial que aparece entre las 207 páginas de Noche caliente—, casi no hay historia imaginada y escrita por Lee Child en la que el auténtico enemigo no sea la voracidad del dinero, lo cual no es un detalle si consideramos que Jack Reacher es capaz de responder “hablemos de honorarios más tarde, si tengo éxito”, cuando le ofrecen un millón de dólares por resolver algo tan habitual en su línea de trabajo como un secuestro.

En tal caso, también es cierto que, dotado con los dones de la paciencia y la cautela, a esta altura Reacher sabe que la codicia suele cometer el error de acercarse demasiado rápido, mostrando cómo se mueve y cuáles son sus debilidades, de la misma manera que mediante una práctica constante e irrestricta del arte de la seducción, conoce cuál es la conversación más conveniente para separarse para siempre de una mujer (“Me pidió que me quedara. Lo pensé bien. Dije que no. Le pedí que se marchara conmigo. Lo pensó bien. Dijo que no. No había más que decir”). Los mejores observadores, por su lado, han llegado a descubrir la ética materialista de Reacher prestando atención a la austeridad de su vestuario. Su ropa “da asco”, piensa el desafortunado ladrón que intenta robarle en un callejón de Nueva York en El camino difícil. Pero los zapatos son buenos. “De piel, pesados, sólidos, con las viras bien cosidas. Posiblemente calzado inglés. Posiblemente de trescientos dólares. Cada zapato costaba el doble que el resto de la ropa que llevaba el tipo”. En otras palabras, he ahí un hombre que sabe cómo mantener los pies plantados en la tierra, y que por eso es perfectamente capaz de matar con una sola patada.

Por otro lado, que la desilusión por la privatización gradual del Ejército y su inevitable caída en las garras del mercado se mezcle con una vida sexual itinerante, le añade a la paleta narrativa de Lee Child posibilidades muy eficaces. Al fin y al cabo, ¿no son el dinero, el amor y la muerte las únicas pulsiones de interés para un novelista? Alrededor de la mujer correcta, las partículas más elementales de la neurosis de Jack Reacher pueden volverlo así sorprendentemente lúcido. Es decir, sorprendentemente capaz de identificar entre las fuerzas del odio y los arrebatos del deseo la naturaleza más genuina de sus peores adversarios. Como cuando entre las 537 páginas de Trampa mortal describe a la atractiva Marilyn Stone como una de esas típicas agentes inmobiliarias de Manhattan “que tienen una vida acomodada pero no son ricas, y trabajan a media jornada intentando que parezca que es una afición, como si lo hicieran más por el entusiasmo que les produce la decoración de interiores que por motivos económicos”. ¿Será por eso que uno de los hábitos más constantes de Reacher es despojar a los hombres que deja fuera de combate de todos los billetes que lleven encima? No importa si lo logra hundiéndoles la cara de un cabezazo o con un tiro de Desert Eagle —“si la cargas con balas de punta dura corres el riesgo de atravesar al fulano que tengas delante, pero también a otro fulano que esté cien metros por detrás”—; tampoco importa que gaste esos billetes en tazas rápidas de café o en un viaje casual por subterráneo hasta el Flatiron, como entre las 392 páginas de Sin segundo nombre. De lo que se trata, parece decir Reacher, es de neutralizar (al menos por un instante glorioso) la lógica del “sistema”.

Nicolás Mavrakis

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