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Krmpotic, de Carlos Mackevicius: ¿quién está dispuesto a luchar?

La historia se presenta a partir de un impulso. En abril de 1996, a pocos días de cumplirse veinte años del Golpe Militar del ‘76 y mientras en la Argentina se aceleraba la descomposición social, la Organización Revolucionaria del Pueblo intenta secuestrar al médico de la Policía de la Provincia de Buenos Aires Jorge Antonio Bergés, involucrado en la tortura y la desaparición forzada de personas durante la dictadura. El objetivo: obtener información sobre niños nacidos en cautiverio.

“Todo lo que no tenía que pasar, pasó ese día”, diría después Adrián Krmpotic, líder de la organización. Bergés, en libertad gracias a la ley de Obediencia Debida de 1987, es interceptado a la salida de su casa en Quilmes, en un plan de inteligencia con bastante menos estudio que improvisación. Herido y acorralado, con un tiroteo y una situación fuera de control de por medio, Krmpotic y sus compañeros eligen no llevárselo, y huyen: “No podés levantar a una persona herida, no podés”. Bergés, finalmente, pasa un tiempo recuperándose en la cama de un hospital.

Pero para la ORP empieza la cacería. Por parte del Estado primero, con el ministro del Interior Carlos Corach y su aparato de inteligencia al límite de la legalidad; y en los medios y la sociedad después: sin apoyo, en un país que soportaba con pasividad los embates de una democracia que había vuelto para comer, curar y educar, la ORP y Krmpotic se convierten en un blanco fácil. A nadie, incluso dentro de la izquierda que se había levantado en los ’70, le convenía quedar pegado.

Foto: gentileza revista Paco

Detenido en 1997 y condenado al poco tiempo en un proceso judicial del que participaron empleados de planta permanente como María Servini de Cubría y Guillermo Marijuán, Krmpotic se repartió los años siguientes entre Caseros y Devoto, hasta que en 2006, con la muerte y la resurrección de un país de por medio, recuperó la libertad.

En Krmpotic, publicado recientemente por Ediciones Paco,  el escritor Carlos Mackevicius trae al presente la historia de este arrebato (como elige definirlo en el prólogo). Porque en definitiva, la vida pública de Adrián Krmpotic gira en torno a una maniobra fallida, a un gesto que, por vehemente y desesperado, termina condenándolo al aislamiento. Pero antes de la acción, en el origen de ese ímpetu hubo primero un hombre que creía.

Realizadas en 2013 y 2018, inmersas en contextos de país completamente distintos, las dos entrevistas que forman parte del libro (y que se presentan en un formato de pregunta-respuesta) terminan de armar el mapa de una juventud atravesada por la militancia: siempre más cercano a la izquierda que al peronismo, durante los primeros ‘80 Krmpotic fue partícipe de los movimientos de Derechos Humanos que, a fuerza de reclamos y reivindicaciones hasta entonces inéditos en nuestro país, trataba de contrarrestar el peso que el partido militar aún ejercía sobre las instituciones. Las desilusiones por un sistema cada vez más arrinconado lo fueron llevando a coquetear primero con el MTP de Gorriarán Merlo y, ya entrados los ’90, a fundar la ORP, el punto del que se desprenden todas las esquirlas de este gran relato generacional de un fracaso.

Los ’90

Quizás cueste entenderlo ahora, pero hasta hace no tantos años era posible que, en medio de una salida familiar a un restaurante o a un cine, con la misma rapidez con que se pide la carta o se lee una línea de diálogo, uno pudiera darse cuenta de que a pocos metros tenía sentado a un torturador como Alfredo Astiz, compartiendo con indiferencia el mismo espacio.

Y es  que, con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín y los indultos de Menem, a muchos genocidas se les abrieron las puertas para que pudieran moverse como si nada hubiera pasado. Eran subordinados, se decía, y como tal habían cumplido órdenes. Pasaría un tiempo hasta que, a partir de 2003 y respaldada por una lucha de décadas, esa línea se revirtiera y se estableciera desde el propio Estado una política definitiva de derechos humanos continuadora de la idea de Memoria, Verdad y Justicia.

Pero en los ’90, decíamos, un hombre como Bergés, que había torturado y apropiado bebés, podía seguir ejerciendo su profesión con soltura, como lo hacía en ese momento en la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Y para la ORP, como para tanta gente que soportaba agazapada el arrase neoliberal, a la espera de una reacción, esa situación era sencillamente intolerable. “Como el Estado (y podemos agregar acá también la sociedad) dio esas respuestas años después” —escribe Mackevicius en el prólogo—, “Krmpotic se vio compelido a actuar”. En el interés por esa obstinación, por ese llamado de acción urgente, podemos encontrar el motivo del autor para contar esta historia, en este momento, con estos métodos.

Los represores Miguel Etchecolatz y Jorge Antonio Bergés

Todo ese caldo de cultivo que se había ido formando, y que le venía exigiendo a la democracia una prueba de carácter definitoria contra sus enemigos, empezó a agitarse (conscientemente o no) a partir de la acción solitaria de la ORP. A pesar del aislamiento en el que cayeron Krmpotic y sus compañeros, una parte de ese entusiasmo encontró interlocutores. Fue la época en la que la agrupación H.I.J.O.S. empezó a organizar los escraches contra los genocidas sueltos. “Estoy obligado a hacer una diferenciación”, dice Krmpotic en una parte de la primera entrevista—. “El hecho fue recibido con una extraordinaria simpatía. Hoy en día me dicen ‘yo te tengo que agradecer porque ese día encontramos un motivo para brindar en el medio del desatre’. Me pasa habitualmente.”

Relato también carcelario, psicoanalítico e histórico (Krmpotic habla sin filtros sobre la vida en la cárcel; los vínculos no del todo claros de su padre, un inmigrante croata, con el nazismo; sobre La Tablada, el Muro de Berlín, el kirchnerismo); ejercicio dialéctico de indagación sobre el “destino militante” (como escribe Horacio González en la contratapa), Krmpotic no solo ofrece en su faceta más cercana al periodismo una historia que merece ser rescatada sino que, a través de la verborragia temperamental de su protagonista, permite pensar en qué partes de todo ese hartazgo volcado a la acción se encuentran la determinación, la coherencia y la inmolación, en qué define la suerte de algunos y la miseria de otros y en quién, cómo canta Adrián Dárgelos en “La Pregunta”, está dispuesto a ensuciarse si al final nunca nada le va a pertenecer.

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