Ilustración: Sukermercado
Clémence-Louise Michel nació el 29 de mayo de 1830. Se formó como institutriz, pero no accedió a su puesto porque rechazó jurar fidelidad a Napoleón III. Se instaló en París, abrió escuelas y cursos nocturnos para adultos, mujeres y hombres.
Del socialismo revolucionario al anarquismo
En París frecuentó los círculos revolucionarios y conoció a Jules Vallès, Eugène Varlin, Raoul Rigault y Émile Eudes. Durante años mantuvo una fluida correspondencia con Víctor Hugo, a quien le enviaba poemas con el seudónimo “Enjorlas”.
También colaboraba con el “Cri du Peuple” (El grito del pueblo), el famoso periódico de Vallès. Louise era por entonces afín a los blanquistas, socialistas revolucionarios. Su combate era por una República democrática y social (la que entonces se denominaba La Social), que se inspirada en la Convención del año II y pretendía ser la prolongación de las jornadas revolucionarias de junio de 1848.
Se vestía únicamente de negro, una decisión que tomó a modo de duelo tras la muerte de Victor Noir, un joven periodista republicano asesinado por Bonaparte en 1870. El 22 de enero de 1871, vestida de guardia nacional, incendió la intendencia de París (el Hôtel de Ville) para protestar contra el armisticio que ponía fin a la guerra franco prusiana en condiciones humillantes para los franceses.
Fue una de las muchas mujeres que se movilizó desde los inicios de la Comuna de París, el 18 de marzo de 1871. Combatió contra los Versalleses y desde luego durante la Semana sangrienta, iniciada el 21 de mayo del año 1871, en la que más de 100 mil soldados del ejército invadieron el casco urbano de la ciudad de París. Un enfrentamiento que dejó más de 20 mil muertos del lado parisino y miles de exiliados. Durante la Semana sangrienta, al no poder encontrarla, los Versalleses detuvieron a su madre. Louise se rindió para que la liberaran.
El 16 de diciembre pasó por el Consejo de guerra, al que transformó en una tribuna en defensa de la revolución social y reclamó que se le aplique la pena de muerte como a sus amigos, lo cual le negaron por ser mujer…
Dado que todo corazón que late por la libertad hoy solo tiene derecho a un poco de plomo, ¡yo también reclamo mi parte!”
(Declaración de Louise Michel en su juicio)
Deportación e invención de la bandera negra
Apodada por los Versalleses “la loba ávida de sangre”, Louise fue deportada a Nueva Caledonia. Allí conoció a Henri Rochefort y Nathalie Lemel que también fue una de las mujeres animadoras de la Comuna. Ese encuentro hizo que Louise pase del blanquismo al anarquismo.
Louise Michel permanecerá en Nueva Caledonia siete años. Allí también creó escuelas y defendió al pueblo canaco durante su revuelta anticolonialista de 1878 contra los franceses.
De regreso en París, el 9 de noviembre de 1880 tras la amnistía a los Comuneros, la recibió una multitud al grito de “¡Viva Louise Michel!, ¡Viva la Comuna!, ¡Abajo los asesinos!”. Louise retomó su actividad militante y comenzó a dictar conferencias, intervenir en reuniones políticas y escribió novelas.
El 18 de marzo de 1882, durante un meeting en el que se separa de los socialistas autoritarios, Louise Michel se pronuncia por la adopción de la bandera negra en reemplazo de la roja: “Ya no más la bandera roja mojada con la sangre de nuestros soldados. Voy a enarbolar la bandera negra, que llevará el duelo de nuestros muertos y nuestras ilusiones”.
El 9 de marzo de 1883 la levanta en una manifestación por los “sin trabajo” que termina con el saqueo de tres panaderías en París. Eso le vale una nueva condena a seis años de cárcel, pero es indultada en 1886.
Poco después sería nuevamente condenada por apoyar a los mineros de Decazeville en huelga. El 9 de enero de 1905 murió en Marsella, hace ya 114 años. El entierro convocó a una multitud.
Sus memorias son un documento político y literario. Entre otras cosas la ubican como una pionera del feminismo: “La cuestión de las mujeres es, sobre todo en nuestros días, inseparable de la cuestión humana. Las mujeres son sobre todo el rebaño humano que se aplasta y se vende. (…) ¡No debemos mendigar nuestro lugar en la humanidad, debemos tomarlo!”.
También fue pionera en la defensa de los derechos de los animales y crítica de la democracia representativa, a la que consideraba incapaz de respetar la voluntad del pueblo cuando este se opone a los intereses de los dominantes.
Varias de sus intuiciones resuenan hoy con la mayor actualidad: “Nuestro más tremendo error fue no poner los pies en el corazón del vampiro: las finanzas”