Recién son las nueve de la mañana y el calor se hace sentir fuerte debajo del puente que conecta Los Troncos del Talar con General Pacheco. En el medio, la UTN y la parroquia Purísima Concepción. Elsa, como todos los jueves, espera a veces sin éxito el colectivo de la línea 723 que la depositará en la puerta del barrio privado Santa Bárbara. Viene cargadísimo, y el próximo pasará en una hora. No le da el tiempo. A las diez en punto tiene que ingresar a trabajar. Elsa, de sesenta y dos años, tiene que caminar un kilómetro y medio bajo los rayos del sol.
Elsa es una más del centenar de empleadas domésticas que ingresa por día al complejo de countries que va desde Tigre hasta parte de Escobar. Hace cuatro años que trabaja para la misma familia. Él es un militar retirado; ella, una entrepreneur dedicada a la belleza y estética con local en uno de los tantos mini shoppings del barrio privado. Tienen dos hijos menores de edad.
Elsa es poli funcional. Además de lavar la ropa, los tres baños, limpiar los ventanales de los tres pisos de esa casa estilo moderno, tiene que cocinar para el almuerzo, atender a los chicos y dejar preparada la cena del día. A las 14 horas Elsa se tiene que retirar.
Vive en el barrio Enrique Delfino. Geográficamente, a diez cuadras de su trabajo, pero por los muros y el protocolo tiene que tomarse dos colectivos para llegar. Lo que la obliga a cargar la SUBE diariamente. Ella cobra $120 la hora. Es el promedio global. Algunas ganan un poco más. Trabaja lunes, jueves y sábados. A veces con suerte la hacen ir de noche, cuando hay algún evento familiar. Elsa cobra, con los viáticos incluidos, algo así como $1500 semanales. Con eso ayuda a su marido ya jubilado, compra sus remedios y cocina para sus nietos.
A Elsa la motivan con falsas promesas de progreso. Cada tanto recibe ropa, muebles o algún electrodoméstico ya en desuso, que de todas formas iban a parar a la basura. Lo mismo con la comida de sobra o la que estaba separada para las mascotas. Todo se come en el rancho de Elsa. A veces la tientan poniéndole pequeñas trampas por toda la casa. Dejan objetos de valor, dólares en lugares específicos del hogar, para evaluar su honestidad. Elsa la tiene re clara. No se rinde. Añora esos tiempos en Tucumán donde trabajaba siendo una adolescente sin hijos, en la panadería de sus padres. Elsa es una esclava moderna. Ella lo sabe, nosotros también. Pero la que limpia la mierda de sus patrones es Elsa. Nosotros nos hacemos los boludos.
¡Ay si pudiera pagarte un poco más lo haría con mucho gusto!
Dice la patrona
con unos aros
que cuestan
un salario mínimo
vital y móvil.
Desde su comedor
con muebles de diseño
y adornos traídos de sus
últimas vacaciones en Miami.
Lo dice y lo siente de verdad,
no me puede pagar más
ellos tienen muchos gastos,
se justifica ella que no quiere
perder su trabajo,
imaginate que tienen cuatro autos
un departamento en barrio Parque
una casa en Pinamar,
sus hijos van al colegio más caro
de la ciudad y encima me tienen
que pagar a mí,
son muchos gastos, pobre gente.
Le dejaron un tupper de comida
que era para el perro pero optaron
por dárselo a ella,
tomá llevate esta carne que era para
Nelson pero mejor comela vos.
Son pobres, claro que sí,
de alma
y la vida se encarga
a veces de manera trágica
de poner las cosas en su lugar.