Durante 2017, y en esas mareas de links e información que se comparten en redes sociales y nos sumergen cada vez más en el clima de estupor narcótico en el que nos colocan los desarrollos tecnológicos de los cuales llegan noticias desde el primer mundo, vi una noticia inquietante sobre algoritmos capaces de hacer videos para niños en YouTube. Los videos eran a veces simpáticos, casi siempre aburridísimos y en algunos casos violentos y brutales. No se podía determinar si se trataba de sabotajes, de errores en la inteligencia artificial que los había generado o de algo mucho más escalofriante: la expresión de una voluntad ciega y matemática que, con la débil interfaz de las pantallas de tablets pegoteadas con papilla o caramelo, se introducía por las retinas de los cachorros de humano. Había padres muy preocupados por esta cuestión. Y era lógico.
Sin embargo, este borde siniestro del cuidado automatizado de niños tiene una vertiente más amigable, aunque no libre de controversias. Si bien en Argentina no están desarrollados del todo -tampoco tanto en Estados Unidos- la industria de los electrodomésticos y artículos para el hogar está desde hace algunos años muy preocupada por integrarse al manejo inteligente de las casas a través de Internet. Cada uno de los gigantes tecnológicos que manejan la información de sus consumidores -Google con el Assistant, Microsoft con Cortana, Apple con Siri, y Amazon con Alexa- tienen sus sistema de inteligencia artificial que, con mayor o menor destreza, reconoce la voz y ayuda a los usuarios.
Amazon primereó el campo de experimentación puertas adentro de las casas con su dispositivo Amazon Echo, que en primera instancia fue pensado para pedir productos, luego fue sospechado de escuchar y registrar todas las conversaciones hogareñas y más tarde, en su integración con Alexa, se convirtió en una especie de mánager de electrodomésticos. A través de Amazon Echo, Alexa puede prender o apagar luces, poner música, regular la temperatura de la heladera o encender televisores en programas específicos, por dar algunos ejemplos.
La competencia se desesperó y empezó a diseñar aplicaciones capaces de hacer estar mismas cosas. Pero la comodidad de Echo y Alexa, más la cantidad de hogares en los que se habían instalado, hizo que la instalación de Apple Home, por ejemplo, y pese a venir preseteada en los iphones, fuera lenta y no se desarrollase al ritmo esperado. Por otra parte, rápido de reflejos, Amazon abrió el código para que todos los fabricantes de electrodomésticos pudiesen “engancharse” con Alexa, y Apple, por su propia naturaleza cerrada y restrictiva, no pudo seguirle el tranco.
La novedad es que Amazon empezó a ofrecer, por 79,99 dólares, un dispositivo Echo tuneado especialmente para niños, y adaptado a una nueva versión de Alexa diseñada especialmente para atender a los menores de edad, pasarles películas, ponerles música, y diseñarles rutinas de entretenimiento hogareñas cuando los padres no están. El sistema promete ser completamente regulado a distancia por los padres, que podrán configurar límites tanto a contenidos como a horas de uso del aparato.
¿Podrá este sistema evitar los videos deformes de Youtube? ¿Hasta qué punto tendremos la certeza de que Alexa no entrenará a los niños en cierto tipo de valores y predisposiciones? ¿Y hasta que punto los adultos serán capaces no sólo de monitorear, sino de ser concientes de lo que el sistema propone? ¿Es un problema de contenidos o es un problema de edición? ¿Se puede delegar la edición de entretenimiento para seres que aún no pueden elegir en un sistema de inteligencia artificial? ¿Es esto peor que la televisión de aire que muchas veces se utiliza como chupete? ¿A partir de qué edad podrán los niños interactuar con los sistemas? ¿Y cómo será su relación con estas niñeras robotizadas que vendrán incluidas en sus tablets, registrarán cada etapa de su crecimiento, sus acciones, sus reacciones e incluso sus balbuceos? ¿Será papá o mamá la primera palabra que digan los infantes del futuro?
Ponele que la gente de Amazon se está haciendo estas mismas preguntas. Y otras que nos cuesta un poco más imaginar.