Reflexionando sobre esta cuarentena que estamos atravesando pensaba en las personas que están cumpliendo arresto domiciliario. Gozando de privilegios como internet, televisor, computadora y una heladera llena, en muchos casos. Pero el otro lado de vivir en contexto de encierro no es tan bueno. En la unidad penitenciaria 24 en Florencio Varela pude conocer un poco más sobre la situación de los presos. Hablé con un muchacho de Villa Soldati, que cumplía una condena por varios robos a mano armada. Le quedaban ocho años. Estaba en el pabellón de máxima seguridad, nadie lo visitaba. Sus familiares lo habían dejado abandonado a merced del destino. Yo escuchaba con atención. Se lo notaba tranquilo, resignado.
– Vengo de recorrer varios penales. Hace tres años que estoy. Es tranquilo, siempre hay alguna queotra discordia, como en todos lados, pero yo trato de mantener la cabeza ocupada, me la paso en el centro universitario hasta las cuatro de la tarde. A esa hora ya nos engoman (“los guardan en las celdas”)y aprovecho para bañarme, me cocino algo y me voy a dormir. Los fines de semana la cajeteo un poco más, porque todo el mundo tiene visita y yo me quedo solo. Me pongo a leer, leo mucho. Cuando salga quiero hacer teatro.
Los deseos de libertad se replicaban en cada testimonio.
– Cuando entré me recibieron bien. Nunca había estado en penal, ni siquiera detenido en una comisaría. Tenía mucho miedo. En la tele te pintan otra cosa, hay una especie de morbo que tiene la gente con el tema violación. No puedo creer que personas que se consideran de “bien” estén deseando que te violen en un penal. Si ellos ni saben por lo que pasaste para terminar así. En fin, me hice evangelista. Acá hay dos pabellones de seguridad media que son de religión. Y la ley es ‘si no trabajas o no estudiás, te echan’. Una de las dos cosas tenés que hacer. Mucha gente no quiere hacer nada. Yo prefiero mantenerme activo.
Me crucé con muchos internos. La mayoría de la zona sur de la provincia de Buenos Aires. Algunas excepciones, como la de un interno que reclamaba el traslado a Posadas, ya que su familia no podía venir a visitarlo. Otros de zona oeste y algunos de Capital.
– Tengo perpetua, amigo. Tengo 37 años. Me quedan un par de años.
– Y a mí me quedan doce años todavía. Veremos si el abogado me consigue una transitoria por buena conducta.
– Acá tenés que tener plata siempre. Para los celulares tenés que pagar, para que te lo puedan pasar.
Ya se me había hecho la hora de volver. Los del servicio penitenciario habían cortado la luz porque el evento se extendía más de la cuenta. Me esperaban tres horas de viaje. Después de un exhaustivo control de egreso, salí a la calle. Aires de libertad. Pensaba en que no bancaría un solo día de encierro. Me cuestionaba mis privilegios. Dos semanas habían pasado de esa visita al penal cuando el presidente Alberto Fernández decretó la cuarentena obligatoria. Todos aislados. Encerrados. Las fuerzas armadas en las calles. Policías. Te detienen si desobedecés. Ahora
entiendo un poco más a los pibes. Valoro un poco más la libertad. Ahora quiero leer, estudiar, para que cuando se acabe todo esto poder volver a la calle siendo mejor persona.