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La libertad es fiebre (parte II)

*Leé la primera parte

Un interno oficia de maestro de ceremonia. Presenta el primer número artístico de este mediodía caluroso: una obra de teatro que me deja con la boca abierta. También a los del servicio penitenciario, que ofician de espectadores, junto a invitados de distintas organizaciones: el Secretario de Derechos Humanos de Avellaneda; Carmen “Tota” Guede, madre de Plaza de Mayo y hasta el padre de una iglesia. Todos ovacionamos al final del show. Si este grupo teatral estuviese en algún espacio under del circuito porteño, sin dudas la rompería.

Salgo a tomar un poco de aire al patio del sum. Hay hamacas, toboganes y juegos de plaza. Uno me saluda y me pregunta cómo hice para entrar en bermudas. No sabía, pero está prohibido en días de visita. De hecho todos estaban en pantalones largos. Nada que ver a lo que uno ve en las series de moda. ¿Te queda mucho acá, compa?, pregunto. “Tengo perpetua”, dice. Yo estaba pensando en las tres horas que me quedaban ahí adentro, más las tres horas de viaje hasta casa. Siento un poco de culpa. Lo único que me sale decirle es un “uh”. Me cuenta que estudia abogacía, que gracias a la cárcel dejó las drogas y que está preso por matar a su padre y a su pareja a mazazos. “Buscame en internet”, me dice y me da su nombre y apellido. Cuando llegué a casa lo googleé y efectivamente fue un parricidio, 2015, en Florencio Varela. Se lo confesó a una amiga y ella mismo lo denunció. Se escapó a Tucumán y, cuando volvía para entregarse, lo detuvieron en un parador de San Nicolás.

Su historia parece el guion de esas películas tipo Destino final. A él le gustaban las novelas negras, el rock duro y oscuro noventoso, y fumaba marihuana. Un grupo de amigos: su novia, un amigo, otra amiga y él. Tenían el morbo de visitar cementerios. Se los conocían a todos. Fumaban y hacían el amor sobre las tumbas. Así durante mucho tiempo. Un día llegó a su casa y encontró a su madre biológica muerta. Según los vecinos fue su propio padre. Fue a buscarlo a la casa, lo encontró durmiendo en el garaje, hubo un forcejeo, entró su pareja y él los asesinó con una maza. Dato no menor: los enterró en el patio de la misma casa y se quedó viviendo unos días hasta que los vecinos denunciaron el mal olor y llegó la policía. Él inventó que se habían ido de vacaciones y pudo zafar. Le dio tiempo a la fuga. Luego de su detención y posterior sentencia, su novia enloqueció y terminó encerrada en un manicomio hasta el día de hoy. Su amigo fue atropellado por un camión, sobrevivió, y al poco tiempo lo mataron de cuatro disparos. Su amiga, la que lo denunció, también tuvo un final trágico: quedó internada en un psiquiátrico, y a los dos días apareció ahorcada.

Casi me quedo sin aire al terminar de escuchar su relato. Me estaba por contar la vida adentro del pabellón, cómo fue su recibimiento, pero me llaman por el micrófono. Lo único que alcanzo a preguntarle es si está arrepentido: “Para nada. Si salgo, y a mis hermanas les pasa algo, si tengo que matar, mato”.

*Foto de portada de Paolo Pellegrin

Damián Quilici

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