Tengo un problema, tengo un problema. No me gustan los podcasts. Y sí, es un problema. Porque si uno quiere ser contemporáneo, debería escaparle a los tradicionalismos. Nadie quiere parecer un viejo que dice –en voz alta y ganándose el odio de quienes disfrutan de las novedades– que prefiere la radio en vivo, donde no se rompe la ficción de que algo está pasando en tiempo real, donde los oyentes pueden llamar y ser pasados al aire. Tengo un problema, no disfruto los podcasts. Bueno, al menos era así hasta hace un mes.
Pasó que, desde los primeros días de abril, uno a cualquier hora y en cualquier lugar puede darle play a un capítulo del podcast de Graciela Borges y seguir la historia del cine argentino. Ella, con “Graciela Borges: Mi vida en el cine”, nos va guiando por los pasillos de algunas de las cincuenta películas que filmó. Narrado con su voz de una gravedad hipnótica, por alguien que además tiene memoria de elefante, el programa es interesante tanto para quienes conocen de cine argentino como para quien, simplemente, disfruta de escuchar historias bien contadas.
Graciela Borges comparte algunos secretos que nos dejan boquiabiertos. Cualquiera conoce la historia de cuando Jorge Luis le prestó el apellido. Pero, hasta hace poco, no cualquiera podía saber que ellos dos acostumbraban a cenar juntos en un bolichito de Marcelo T. de Alvear, donde los mozos le sacaban la plata del bolsillo al escritor porque él no lo hacía. Cualquiera puede googlear y ver que la misma que protagonizó La ciénaga actuó en otra llamada Zafra, con Alfredo Alcón y Atahualpa Yupanqui. Pero pocos conocen el detalle de que ella, durante el rodaje, estaba tuberculosa, que por esa razón tuvieron que sacar los besos de la película y que Atahualpa la quería mucho y la cuidaba más que a nadie. Esto lo cuenta ella misma, imitando la voz de Atahualpa, haciendo de cuenta que es Leonardo Favio, exhibiendo el uso de un talento actoral que desde chica la tuvo en las mejores producciones.
En los cuarenta episodios, de entre siete y veinte minutos, casi no se escucha nada más que su voz gastada por sus setenta y nueve años. Los pocas pausas son audios de las películas en las que actuó; el resto es ella hablando sin parar, usando la cabeza para hacer memoria, contando que estuvo cuarenta minutos colgada de un andamio del Teatro Colón para actuar de ángel y confesando que no sabe si actuar le da placer del todo, que su momento favorito siempre fue cuando los actores terminan de trabajar y se van a cenar. “Solo recuerdo la emoción de las cosas”, deja caer, como si fuera algo dicho así nomas, en alguna parte de la aventura sensorial por la que nos lleva.
Escuchándola, a uno le dan ganas de dejar de ver la serie que acaba de estrenar temporada y devorar cada una de sus películas, las viejas y las nuevas, las de Torre Nilsson y las de Campanella.
Mientras lavaba los platos, doblaba la ropa o cocinaba cualquier pavada, dejé de escuchar música y radio para clavarme los capítulos de este podcast, una producción de Film & Arts que está subida a Spotify y que jamás existiría en una radio AM o FM. Y mi problema, no muy urgente, que si no era solucionado tampoco le importaba a nadie, fue resuelto. Gracias, Graciela.