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La Xuxa argenta

Quienes nacieron a finales de los sesenta y principios de los setenta despidieron con más emoción que nadie a la gran Raffaella Carrà. Contaron sobre la forma en la que le imitaban las coreos, cómo querían ser ella, tener su pelo, su cara y lo que hoy llamaríamos su flow. Para los que vinimos después –los de mitad de los ochenta, los de los noventa–, esa rubia que estaba en la tele y quebraba las pantallas era una brasilera que se llamaba Xuxa. No estoy comparándolas, estoy tratando de pensar en épocas según los referentes de esos años en los que la tele prendida era otro integrante de la familia.

Un platillo volador con una “x” en la puerta se abre. Sale humo, se escucha música y la reina de los bajitos sale cantando. Dos de sus asistentes, llamadas Las Paquitas, a veces disfrazados de presas, la ayudan a bajar de la nave especial y ella camina y canta entre nenas y nenes de todas las edades. Xuxa mira a la pantalla, manda un beso con sus labios rojos, pestañea varias veces. Después grita un “hola” con mucho acento portugués y empieza El show de Xuxa. Para quienes estamos en casa y somos nenes y nenas que meriendan recién llegados de la escuela, la tarde empieza a tener densidad, deja de ser algo amorfo y cobra sentido cuando vemos su cara y escuchamos su voz.

La carrera de Xuxa había empezado con el Xou da Xuxa en 1982 por el canal brasilero TV Globo. Ese mismo programa llegó a Argentina en 1991. Sería una fotocopia de ese que ya estaba dando resultados: los decorados, los carteles de “No a la droga”; todo ya estaba probado que funcionaba. Los grandes cambios serían las dimensiones del estudio –mientras que el de Brasil tenía una tribuna para 500 personas, el de Argentina estaba preparado para 5 mil– y ese grupo de bailarinas de entre diez y quince años que se llamaba Las Paquitas. El programa era exhibido en diecisiete países latinos y hasta llegó a entrar en el mercado hispanohablante de Estados Unidos. Como si eso fuera poco, a partir de 1992 se suma Xuxa Park para la tele española. Por más imposible que parezca, Xuxa no suelta ninguno de sus programas, vive entre Brasil, Argentina y España y logra grabar sus distintos shows infantiles de manera simultánea.

Quienes la veíamos brillar en la pantalla –primero en Telefe y después en Canal 13– veíamos a quien la revista Forbes consideraba como una de las celebridades más ricas del planeta, a alguien que ya había sido pareja de Pelé y de Ayrton Senna, a quien el New York Times había llamado “la Madonna latinoamericana”. Todavía no la habíamos escuchado hablar de duendes ni llorar al ser rechazada en el escenario de Viña del Mar, no estaba publicada su autobiografía donde contaba cómo había sido abusada sexualmente de chica, todavía no estaba en boca de todos su satanismo, pocos sabían que la misma que abrazaba nenes había protagonizado una película porno en la que besaba en la boca a un chico de doce años. Nuestra Xuxa, la que nos entretenía la tarde, era esa que les regalaba walkmans y bicicletas a compañeros del colegio, no paraba de cantar y nos hablaba en un idioma híbrido que no entendíamos del todo.

Su show en Argentina duró poco, se despidió con gloria y llantos exagerados de sus fans. En diciembre de 1993 se subió a su nave y nos dejó; tenía compromisos más importantes en el mercado estadounidense y en su Brasil natal. El paso fugaz y emotivo de Xuxa reviviría en esos carnavales cariocas de cada una de las fiestas de quince, casamientos, bar mitzvah y cumpleaños de cualquier tipo.

Aunque nosotros ya no la veríamos tanto, ella nunca se despediría de la pantalla y de los espectáculos. Hoy mismo les habla diariamente a sus miles de seguidores de Instagram, critica duramente el gobierno de Jair Bolsonaro y trata de que sus fans desembolsen una cantidad importante de plata para ir al crucero en el que planea festejar su cumpleaños de 2022. Si bien la recientemente fallecida Rafella Carrà es un símbolo mil veces más interesante, quienes nacimos en la segunda mitad de los ochenta casi no sabíamos de su existencia, y la rubia que era de otro país, que nos hablaba por la tele y que quería que estuviéramos contentos todo el tiempo era una que se llamaba Xuxa. Nosotros, mientras merendábamos, veíamos a alguien diferente que nos enceguecía con su cara en la pantalla chica.

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