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Leyenda ConUrbana

Buenos Aires. Noviembre 2017. Alta noche en Tequila de Costanera norte. Marisa tenía que volverse temprano. Al otro día viajaba a Miami por tercera vez desde que cumplió la mayoría de edad. Marisa, con apenas 25 años y una vida casi resuelta, vivía sola en el barrio privado Santa Bárbara. Heredera de una cadena de heladerías premium con siete sucursales solamente en zona norte, esas franquicias engrosaban mensualmente sus cuentas bancarias. Clasista y prejuiciosa, neoliberal y admiradora de la cultura yanqui, esa madrugada manejaba su Peugeot 208 blanco. Venía de discutir con los limpiadores de vidrios y los trapitos. Sentía odio hacía ellos. Cuando podía, les gritaba que fueran a laburar, obviamente sin bajar la ventanilla y de pasada.

Eran las cuatro de la mañana cuando el 208 se detuvo en pleno corredor Bancalari a la altura de la ruta 202. Ese corredor exclusivo que marca el límite entre la opulencia y la carencia, a metros de la villa San Jorge. Se había quedado sin nafta. Venía pensando vaya a saber uno en qué y no pudo pasar por una de las tantas estaciones de servicio que abundan por colectora Panamericana. La estación más cercana quedaba a diez cuadras, y para llegar debía cruzar una vía de tren y parte de la villa de Bancalari. Nadie atendía el teléfono y la grúa estaba con demoras. No pasaba un alma y el sonido de cumbia que venía de la villa le generaba pánico. Una escena digna de película de terror pochoclera.

Una moto 110 tirando cortes, que salió del medio de la nada, la terminó de paranoiquear.

– ¿Todo bien, amiguita? ¿Qué onda? Está jodido quedarse por acá, eh, te pusiste el moño, están re atrevidos por acá.

Le dijo el extraño pibito de presencia fantasmal que apareció de golpe. Ella, casi temblando, le explicó que se había quedado sin nafta, que si le iba a robar que por lo menos le dejara el dni y la tarjeta porque viajaba al exterior.

– Yo no soy rastrero, estás equivocada. Parezco pero corte nada que ver. Dame que voy a buscar nafta, todo piola.

Marisa, nerviosa a esa altura, se resignó y aceptó la ayuda voluntaria del joven. Sacó del bolsillo unos billetes, ya pensando en que los tenía perdidos.

El muchachito tomó los $200, arrancó la motocicleta y desapareció. Desesperanzada, decidió quedarse adentro del auto a esperar el amanecer o a la grúa, lo que apareciera primero.

En menos de diez minutos estaba él con un bidón de cinco litros de nafta súper. Apenas arrancó el 208, Marisa se ofreció a darle propina, pero el pibe no aceptó. Le pidió algo más raro. Que lo buscara en Facebook y le diera like a su foto de perfil. Un cambio de favores.

– Mirá que yo reviso, amiguita. No la colgué’.

Marisa llegó a la casa y desde el Iphone último modelo, recostada sobre la cama, buscó el perfil del joven que la ayudó. Quedó en shock cuando vio que en la foto de perfil de Gastón López se multiplicaban los comentarios como  “te extrañamos”, “no lo puedo creer”, “dios te tenga en la gloria”, entre otros. Gastón López, de 17 años, había sido acribillado injustamente por la bonaerense una noche de noviembre del 2009. Desde ese año no paran de aparecer testimonios sobre apariciones, milagros y presencias fantasmales en la zona. Hay quienes dicen que, siempre que le pedís algo, hay que entrar a su muro y dejarle un comentario. Otros dicen que lo ven en línea en el chat pero que nunca responde. Lo cierto es que, si una noche estás en peligro por esa zona y él aparece, entrá a su perfil y dale like o comentale. No seas como Marisa, que lo bloqueó y a las dos semanas se terminó volviendo loca.

Damián Quilici

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