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Leyendas urbanas del rock: Elvis en el Obelisco

Elvis paseando por la 9 de Julio. Elvis corriendo a un punga que le acaba de chetear el celular en Lavalle y Suipacha. Elvis clavando dos porciones de fugazzeta parado en Güerrín y bajándolas con una coquita en vez de un moscato porque tiene que seguir laburando. Elvis comprándole dos pares de zoquetes por cien mangos a un gede en una plaza. Elvis combinando la línea B con la C, boqueando al pasar por el puestito hediondo de chipa y chivando más que en Las Vegas. Elvis haciendo cosas de porteño, en definitiva. ¿Pasó? Más vale que no, pero andá a explicárselo a los psicóticos paranoides.

Resulta que un mal día de 1977 Elvis Aaron Presley -que tenía 42 años pero estaba muy roto por la ingesta reiterada y excesiva de, básicamente, todo- se sentó en el biorsi a hacer lo único que uno hacía en el biorsi antes de que existiera Instagram. Y bueno, una cosa lleva a la otra: se murió.

Acá las opiniones se dividen. Para cualquiera con dos dedos de frente, efectivamente se murió. Pero para todos los demás, el Rey fingió su fallecimiento para salir del ojo público y vivir como una persona normal. Según esta gente, Elvis habría elaborado un complot detallado con cientos de cómplices para dejar de vivir en una mansión con modelos e ir a una peluquería de dominicanos, pagar monotributo, tomarse el 103, atender un kiosco El Jevi: capo mal.

Se habló mucho de esta conspiración (Calamaro le dedicó una canción, incluso) pero no se dijo tanto sobre qué la disparó: un fulano en el aeropuerto de Memphis declaró que vio a Elvis dos días después de su supuesta muerte comprando un pasaje a Buenos Aires. Según este tarado anónimo, el tipo se parecía a Elvis y se hacía llamar John Burrows, uno de los tantos alias que Presley usaba para registrarse en hoteles. Desde ya: incomprobable.

Para peor, el mismo año de la muerte de Elvis se publicó una novela llamada Orion, que no contaba la historia de un arquero mala leche sino la de una estrella de rock del sur de Estados Unidos -Orion Darnell- que fingía su muerte para huir de su fama. Con el público ávido de creerse que Presley seguía respirando, el libro vendió como loco.

Ahí fue donde Sun Records, la primera discográfica de Elvis, aprovechó para publicar un disco de duetos entre Jerry Lee Lewis y un tal Orion que cantaba igual a Elvis. Cualquier cosa menos boludo, Sam Phillips -el dueño de Sun- le hizo usar una máscara para fogonear el misterio. Y obviamente la clavó al ángulo.

El primer disco solista de Orion se llamó Reborn (“renacido”), para seguir explotando la leyenda. Los seguidores del Rey enloquecieron: su fans club llegó a tener 20 mil inscriptos. Nadie del sello decía que era Elvis, ni tampoco él, pero dale: tenía que ser Elvis, quién iba a ser. Con lo cual, si lo pensamos un poco, la estrella de rock habría fingido su muerte para volver poco después… como una estrella de rock. De nuevo: capo mal.

Pero claro, no era Elvis: era Jimmy Ellis, de 34 años, nacido en Alabama, un imitador que venía fracasando tupido desde los 60 porque nadie necesitaba otro Elvis, ya estaba el de verdad. Eso hasta que el de verdad no estuvo más y Jimmy dijo “esta es la mía”. Vendió millones de discos, salió de gira, estaba en su mejor momento. Y un día un manager lo convenció de que se sacara la máscara, y este pancho fue y lo hizo en medio de un recital: ahí mismo el público se dio cuenta de que no era Elvis y chau tu carrera.

Resumiendo: siguió cantando con otros nombres y a nadie le importó. Después dejó la música, tuvo una granja y una casa de empeños y un día de 1998 lo mataron de un tiro en un asalto. Un éxito.

Al Rey posta, muerto y todo, lo siguieron viendo por todo el mundo, Argentina incluida. Una campaña publicitaria de hace unos años lo situaba en una quinta de Parque Leloir, porque cómo se iba a aguantar las ganas de ser vecino del Indio Solari. A fines de los 70 un visitante de su mansión Graceland le sacó una foto al quincho en la que se ve a un tipo muy parecido a él (pero no es él: es Al Strada, su guardaespaldas).

Y por último, la mejor: aquella recordada aparición suya como extra en Mi pobre angelito, trece años después de su partida. ¿Cómo se llamaba la película que dirigió Chris Columbus justo antes de Mi pobre angelito? Heartbreak Hotel, como el hit de Elvis en los 50. ¿Y de qué se trataba? De un pibe que secuestra a Elvis para engancharlo con su mamá. No sé, vos fijate…

(En realidad el extra se llamaba Gary Grott y ya había salido en varias películas de Columbus, pero que la verdad no te arruine una conspiranoia redondita)

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