Dicen que al alambre lo inventaron Gene Simmons y Paul Stanley peleando por una moneda. No es tan así: se encontraron diversas formas de alambre en objetos que datan de la Era Antigua en Egipto, creados hace más de dos mil años, pero la analogía sirve para ejemplificar la desaforada pasión por la guita que los dos líderes de Kiss han demostrado durante su larga y exitosa carrera.
En sus albores como banda, Gene y Paul (y en menor medida sus compañeros Ace Frehley y Peter Criss, que tocaban lindo pero en cuestiones de plata eran más bien actores de reparto) pescaron que el mejor plan de marketing rockero era escandalizar a mami y papi para que el nene saliera corriendo como un tarado a buscar el disco. Ni hablar de cuando cayeron en que ya se habían armado un ejército y que, vendieran lo que vendieran, ellos lo iban a comprar: ahí fue cuando empezaron a facturar con remeras, muñecos, jueguitos, vinos, profilácticos y ataúdes (sí, hay cajones de Kiss: a Dimebag Darrell de Pantera lo enterraron en uno), entre otras cosas.
La clave siempre fue el misterio. De movida: pintarse las caras como un demonio, un chico-estrella, un hombre del espacio y un gato, y no sacarse nunca el maquillaje en público hasta el 18 de septiembre del ‘83, en un programa especial de MTV absolutamente desprovisto de todo tipo de carisma, entusiasmo y ritmo televisivo.
El tema era pasar por raros cuando fuera posible, cosa que disparaba mitos en torno a ellos, que -por esta cosa de que la mala publicidad también es publicidad- no se esmeraban mucho en desmentir.
Así, por ejemplo, surgió el rumor de que Simmons tenía la lengua muy larga porque se había injertado una de vaca. Aunque cualquiera que alguna vez hubiera comprado una en la carnicería para hacerla a la vinagreta sabe que semejante bodoque no puede entrar nunca en la boca de un ser humano, mucha gente se creyó este invento en los 70 y 80, pero eso fue porque en esa época la gente era medio salame, no como ahora que la Internet nos instruyó y sabemos perfectamente que la Tierra es plana.
En Sudamérica tenemos leyenda urbana propia respecto de Kiss: aquella que decía que pisaban pollitos en sus shows. En el mundo angloparlante no hay registro de esto, pero en Chile y Argentina el cuarteto se hizo fama de hábil destructor aviario por obra y gracia del boca en boca.
En los ‘80 había más de un cretino que juraba que en “Watchin’ You” Gene zapateaba sobre unos pobres plumíferos, y hasta había gente que aseguraba tener videos y/o fotos de la matanza. Por supuesto que nunca aparecieron, ni antes ni ahora. Lo que sí hubo fue una pregunta de un colega cuyo nombre -por suerte para él- no trascendió, en la conferencia de prensa anterior al show del grupo en Buenos Aires, en el ‘94:
“¿es cierto que pisan pollitos?”, inquirió el reportero a Paul Stanley, que con gran cintura respondió “no, los compramos muertos y los comemos, igual que ustedes”.
Hay varios mitos más, pero redondeemos con uno de los más pintorescos: ¿Simmons tuvo relaciones íntimas con 4800 mujeres? Lo dijo él mismo en 2011, pero de ahí a que sea cierto hay un largo trecho. Hagamos cuentas: en ese momento tenía 61 años. Pongámosle que arrancó a los 16: eso nos da un total de 45 años de meta y ponga non stop. Eso equivaldría a 16436 días, contando los febreros bisiestos (porque si la vamos a hacer, la vamos a hacer bien). Simple división, y obtenemos la friolera de una señorita distinta cada tres días y pico.
También hay que considerar que en más de una orgía debe haber juntado la provisión de dos, tres semanas, lo cual le habría liberado algún rato para ir a pescar con la familia después, o algo así. ¿Se frotó Gene contra un Teatro Gran Rex lleno de mujeres, entonces? Difícil pero no imposible.