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Lo que Jonas Mekas nos dejó

Para quienes nacimos judíos, la Navidad es algo complicado. Aunque tengamos una pareja de una religión que festeje el nacimiento de Cristo, comamos una dieta muy distinta a la kosher, no tengamos reparos en sumarnos a brindar por la vuelta de ese que nuestros antepasados consideraron un falso Mesías, hay que reconocer que no, en la cena navideña nunca estaremos del todo cómodos. 

Por eso, saber que el cineasta Jonas Mekas nació el 24 de diciembre de 1922 nos da una muy buena excusa para pasar la noche navideña pensando, un poco, en otra cosa. El centenario de Jonas trae recuerdos de sus películas, poemas, libros, diarios íntimos, fotos y obras. Puede ser un regalo del cielo para los del pueblo de Israel que pasamos Navidad con no judíos: podemos recordar su voz en el momento de ver los fuegos artificiales iluminar la noche, permite morder lechón con la cabeza distraída en imágenes de Nueva York y hasta recibir el regalo correspondiente pensando en cómo sería el momento de su llegada al mundo en su Semeniškiai natal. En resumen, los cien años a los que Mekas no llegó murió en 2019 nos permiten hacer algo que nuestros antepasados rechazaron sin sentirnos tan culpables. 

Podemos pasar horas pensando en Jonas gracias a que la obra del cineasta experimental más popular, que llegó a la vida el mismo día que Jesús, es gigante, diversa, laberíntica, con mucho para elegir. Hoy su arte sigue vivo, encendido, no se apaga. Parece que sus ganas de seguir filmando, viviendo, gritando, comiendo, recomendando las películas de colegas como Barbara Rubin, Stan Brakhage y Maya Deren lo mantienen vital, aun después de estar enterrado. Porque a artistas de este calibre no los para ni la muerte. Quien insistía en que si llegaba a los cien años los festejaría subiendo al Himalaya, quien parecía querer seguir en este mundo para contar a todas las generaciones siguientes secretos de sus amigos George Maciunas, Andy Warhol, Allen Ginsberg y Joseph Cornell, en el año de su centenario sigue dando vueltas: pasando de un libro a un película, de un documental a una foto suya saliendo de su pieza del Chelsea Hotel. 

Este lituano adicto a producir, por suerte, no nos dejó solos. En 2022 tenemos mucho Mekas para elegir. Por empezar, la editorial Caja Negra publicó Destellos de belleza. Es el tercer libro que publican del autor, el que completa la trilogía que empezó con Ningún lugar a donde ir  y siguió con Cuadernos de los setenta. Si el primero es un diario íntimo de su salida de Lituania y el segundo una especie de best off de su trabajo ensayístico y periodístico, este es un rejunte de cuentos y anécdotas cortas de toda su vida. Fotos, secretos, retratos e intimidades de alguien que pasó muchos años conociendo personas muy particulares, como Salvador Dalí, Yoko Ono, Harry Smith, Anaïs Nin y otros. La ternura que transmite la voz de Jonas rompe el corazón de quien lee, conozca o no a los personajes de los que habla.      

Jonas Mekas y su cámara.

Y las películas siguen llegando, y el diario íntimo se sigue escribiendo. Porque aunque Mekas mismo se encargó de contar su día a día con películas como Walden (1969), As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty (2000) o Sleeples Nights Stories (2011) empezó lo que luego se llamaría diario íntimo fílmico—, tenía que morir para que otro se decida a hacer algo parecido. La directora K.D. Davidson pasó la pandemia sumergida en el archivo de Mekas (solo en el archivo fílmico tiene unas 500 horas) seleccionando entre mucho material nunca antes visto, editando y dando forma a lo que terminaría siendo Fragments Of Paradise. Con testimonios tanto de Jim Jarmus, Marina Abramovich y Martis Scorsese como de sus hijos Oonas y Sebastian, el documental promete. Fue estrenada en el 79° Festival Internacional de Venecia, donde ganó el premio al mejor documental, y hasta el momento no está disponible en plataformas.

Es notorio apreciar que la movida sesentosa del arte de Nueva York buscaba, intencionalmente, no tener límites del todo claros: las cosas eran un poco de todos, las obras se mezclaban, los artistas eran totales, los lenguajes dialogaban hasta formar algo que no se entendía bien qué era. Eso puede verse en The Velvet Underground, el documental de Todd Haynes sobre la banda de Lou Reed y Jonh Cale, donde parecen querer sugerirnos que Mekas no estaba tan lejos de ser otro de los integrantes de la Velvet. Aunque fue estrenada en 2021, la película empezó a filmarse en 2017 y, debido a necesitar tantos años de preparación, pudieron entrevistar a un Jonas de 96 años, que cuenta con lujo de detalles lo importante que fueron la Film-maker´s Cooperative para Andy Warhol y Lou Reed. El lituano loco de la cámara no llegó a ver el documental de la Velvet y en los créditos hay una dedicatoria especial a él, en su memoria. Que muchas de las ideas sobre el cine de vanguardia de Jonas están plasmadas en la película de Haynes es una gran forma de decir que sus teorías del cine siguen con vida. Mekas no se murió, carajo. The Velvet Underground puede verse en Apple TV.

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Por último, tenemos el archivo abierto de Jonas Mekas de Monira Foundation. Esta institución independiente —en su sitio web disfrutan de considerarse como un laboratorio experimental y radical para artistas de todo tipo— dispone de dos museos: uno en New Jersey y otro en Chicago. Al contar con el archivo de Mekas, durante el año que hubiera cumplido cien años, organizaron distintas retrospectivas de su películas y hasta recrearon el mítico estudio de Brooklyn en el que Jonas pasaba los días trabajando. Parte de sus propuestas es el newsletter semanal donde comparten fotos del archivo abierto de Jonas Mekas. Sí, la magia existe y llega al mail: cartas tipeadas en máquina de escribir dedicadas al ascensor del Chelsea Hotel, fotos de él trabajando en la revista Life, pinturas de otros en las que fue usado como modelo, un poema que llamó haiku imperfecto, imágenes del manual de su primera cámara digital Sony y un etcétera que, gracias a la manía de guardarlo todo de nuestro lituano favorito, no parece tener final cercano. Una forma moderna y relajada de apreciar el lado b de este artista que atravesó todo el siglo XX, cruzando países, guerras y exilios.

Jonas Mekas no importa que en esta nota digamos muchas veces su nombre, es una forma de invocarlo, una brujería a lo “Beetlejuice, Beetlejuice, Beetlejuice” insistía cada vez que podía que él era un exiliado de por vida: un despatriado, de paso en cualquier rincón del planeta Tierra, que le era imposible disfrutar un desayuno como la gente porque estaba pensando en los lugares donde se vio forzado a irse, que no le importaba que su cámara se mojara con la lluvia porque su verdadera casa estaba en la Lituania de su infancia. Otra razón para que muchos de quienes pasamos nuestra vida sintiéndonos visitantes, en países donde debemos festejar fiestas que no nos pertenecen, lo podamos considerar un viejo guía, el héroe inmortal más necesario, la estampita de cien años que nos ayudará a pasar este 24 de diciembre sin sentirnos tan mal. O algo así.

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