Hace casi un siglo Hollywood era un lugar escandaloso. Mejor dicho: el mundo todavía no se había acostumbrado a que lo fuera. Y si hoy corporaciones tecnológicas como Apple o Amazon buscan cachet cultural produciendo cine, en ese momento ninguna persona respetable se hubiera acercado al ambiente artístico. La imagen popular era de excesos y descontrol: sexo, drogas, alcohol (durante la ley seca!) y muerte. Tal vez el caso más famoso fuera el de Fatty Arbuckle, acusado de matar a la actriz Virgina Rappé, que si bien fue sobreseído nunca pudo limpiar su imagen.
En ese contexto, el productor Louis B. Mayer (si, la tercera letra de MGM) lideró la creación de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas como forma de mejorar la imagen de la industria. Y funcionó: a lo largo de casi un siglo, la Academia construyó una imagen de Hollywood en la que el glamour mayormente tapó los puntos más oscuros.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, los Óscar tomaron una nueva dimensión: como espectáculo televisivo. A partir de 1953 se convirtieron en uno de los eventos televisados de mayor audiencia, llegando a alcanzar un rating en vivo de casi 60 millones de espectadores.
En estos últimos años ese número se desplomó. El año pasado tocó su piso histórico con apenas 10 millones de espectadores. Desesperados por mantener su principal fuente de ingresos, la Academia decidió introducir un cambio drástico a la ceremonia: para recortar su duración a 3 horas, ocho premios no se entregarán en vivo, sino que serán insertados como clips entre las categorías principales. Las víctimas de este recorte son las tres categorías de cortos, Maquillaje, Dirección de Arte, Sonido, Música Original, y Montaje.
Por supuesto, las críticas no tardaron en llegar, y con razón. Las cinco categorías que no son de cortos son vitales para la producción cinematográfica. Notoriamente, varias de ellas han sido bastiones del talento femenino (incluyendo Montaje, rubro en el que históricamente se destacaron genias como Marcia Lucas, Sally Menke o Thelma Schoonmaker), lo que hace aún más cuestionable la decisión.
No, un éxito comercial no necesariamente es una gran obra de arte, y algunas genialidades nunca encuentran aceptación del gran público, es cierto. Pero si algo es masivo es porque logra interpelar a millones y millones de personas diciendo algo que merece ser dicho.
Pero a mi me hace ruido otra cosa: el recorte es totalmente innecesario y no va a parar la sangría de público porque el problema del público nunca fue la duración de la ceremonia. Los 57 millones de espectadores que sintonizaron la ceremonia en 1998 para ver a Titanic erigirse como la película más ganadora de la historia lo hicieron con una ceremonia de cuatro horas. Lo mismo los 43 millones y medio que en 2004 vieron a El Señor de Los Anillos: El Retorno del Rey repetir la hazaña. ¿Por qué pensar que recortar la ceremonia haría volver a esos espectadores?
Tal vez el argumento sería que las nuevas generaciones, acostumbradas al streaming y al video on demand no aceptan el ritmo de una entrega de premios tradicional, y no tienen capacidad de atención. Esto no se reflejaría en datos. Yo soy una vieja que mira Youtube, pero los adolescentes que miran streams de gaming están acostumbradísimos a videos que duran horas y horas. Incluso hay producciones originales como Critical Role, serie original en la que actores de voz juegan al juego de rol Dungeons & Dragons, con duraciones absurdamente largas. Rara vez sus capítulos duran menos de tres horas, y nunca menos de dos. El final de la segunda temporada duró nada menos que SIETE horas. ¡Y no estamos hablando de una serie corta, cada temporada dura más de 100 capítulos! Definitivamente los jóvenes no tienen problema en ver contenidos largos.
Y si el problema no es el formato, entonces debe serlo el contenido. No es un dato menor que en aquellas ceremonias récord se premió a cintas que además de tener excelentes críticas fueron éxitos de taquilla. No, un éxito comercial no necesariamente es una gran obra de arte, y algunas genialidades nunca encuentran aceptación del gran público, es cierto. Pero si algo es masivo es porque logra interpelar a millones y millones de personas diciendo algo que merece ser dicho.
Tal vez podríamos preguntarnos de qué sirven los Óscar en este mundo en el que cada vez menos cine se mira en el cine. Diría que, si para algo sirven los premios, es para crear un canon cultural. Un catálogo de obras del pasado dignas de ser celebradas. Hay etapas históricas en las que esto se cumple, como los 70s o los 90s. En 1977 Rocky ganó la estatuilla de mejor película, dejando atrás clásicos como Network o Taxi Driver. En 1994 el premio mayor fue para Forrest Gump, frente a nominadas del calibre de Pulp Fiction o The Shawnshank Redemption.
Pero en los últimos años es más difícil hacer este argumento. En la década de 2010 hay pocas ganadoras que permanezcan en nuestra memoria. ¿Quién recuerda a El Artista, El Discurso del Rey o Green Book? Moonlight será eternamente famosa por el gaffe de la entrega del premio, cuando La La Land pareció ser la ganadora por unos instantes, pero no parece haber pasado a la historia como obra.
Desesperados por mantener su principal fuente de ingresos, la Academia decidió introducir un cambio drástico a la ceremonia: para recortar su duración a 3 horas, ocho premios no se entregarán en vivo, sino que serán insertados como clips entre las categorías principales.
De verdad. ¿Recordamos citas de esas películas? ¿Hay planos que hayan quedado grabados en nuestras retinas? ¿Entenderíamos una referencia o parodia? Sospecho que no. Y entonces no sorprende que el público no acompañe: podrán ser mejores o peores películas, pero definitivamente no atraparon la imaginación del gran público. Para bien o para mal, los Óscar no nos sirven en esta época para construir un canon.
¿Y cómo podemos reemplazar a esta institución consagradora del buen gusto? Tengo una propuesta: MEMES.
Los memes son una parte fundamental del lenguaje de Internet (que, de manera acelerada, es cada vez más el mainstream y no un nicho). Y el cine es prodigioso creador de memes, haciendo que muchos planos y citas de películas se conviertan en parte de nuestro léxico. Algunos que desafían el paso del tiempo son el aplauso de Orson Welles en Citizen Kane, o la cara risueña de Gene Wilder en su personaje de Willy Wonka.
En ejemplos más contemporáneos, podemos encontrar a La Balada de Buster Scruggs…
O Call me by your Name…
O una innumerable cantidad de Avengers: Infinity War (muchos más que de su secuela Endgame, de hecho)
No todas estas películas fueron exitazos de taquilla. Sin embargo, se hicieron parte de nuestro lenguaje cotidiano. Ni siquiera hace falta que las hayamos visto, entendemos perfectamente el sentido de la referencia.
Así que los Óscar pueden estar en su peor momento histórico, pero no hay nada de que preocuparse. Es cierto que los gustos de la Academia parecen estar divorciados de la consideración popular. Aún así, podemos descansar con tranquilidad: la sabiduría de las multitudes ha logrado reemplazar a las autoridades del buen gusto por un canon realizado via crowdourcing.