Los hombres que se visten de mujer porque sí
— Ya estoy en la Zurich. A ver si me descubrís: sólo viste fotos de Mirna— me escribe Guillermo por WhatsApp.
Guillermo es crossdresser: varón heterosexual que siente el deseo de vestirse de mujer en algunas ocasiones y llamarse Mirna Ladyrouge.
—Te descubrí porque sos el único hombre sentado solo. No te parecés a Mirna— le digo.
Las crossdressers son un colectivo protagonizado por hombres, que sienten placer por vestirse de mujeres, resaltan la feminidad, desde su percepción de género e incluso por fetiche sexual, y se diferencian de las travestis, trans y drag.
—Es algo poco conocido en Argentina— me cuenta Guillermo. —Ni mis amigas travestis sabían de esto hasta que nos conocieron.
El crossdressing es una movida a nivel mundial y propone una visión diferente de la frontera de género. Es un mundo poco visible, la mayoría de las veces oculto de la familia o la pareja. Empresarios, militares, periodistas deportivos se reúnen en secreto como crossdressers para charlar, organizar fiestas, compartir experiencias y tips de maquillaje y vestimenta.
La movida empezó en Europa, Estados Unidos y Japón. La obra de teatro Casa Valentina, de Harvey Fierstein, tiene como protagonistas a crossdressers. Hay documentales y tutoriales en YouTube para montarse en crossdresser. ¿Quiénes son? ¿De qué se trata? ¿Por dónde pasa el deseo?
Los tacos altos son un viaje de ida
Las crossdressers buscan potenciar su lado femenino y resaltar su belleza; incluye la gestualidad, comportamiento y vestimenta. Se maquillan, usan vestidos, tacos altos y pelucas. El deseo reside en poder cambiar, descontracturarse de su vida habitual.
—No hay un estereotipo para una crossdresser. Cualquiera de los hombres acá sentados, los mozos, puede ser una cross— me dice Mirna.
Las crossdressers practican la transformación en secreto. Los varones suelen estar casados y tener hijos. Muchas de sus esposas lo saben y otras no. Conforman grupos y eligen lugares para encontrarse. Ser crossdresser implica salir de sus casas como hombres, llevar el guardarropa y el maquillaje en un bolso, montarse en un baño como mujer, pasear, comer, y luego volver a su ropa habitual de varón. También es una cuestión de clase: se necesitan dos guardarropas, el de hombre y el de mujer, maquillaje y zapatos.
Guillermo comenzó a vestirse de mujer a los 12 años, cuando usó por primera vez la ropa de su madre.
—Empecé a percibir sensaciones que no son habituales en el cuerpo de un hombre. Ustedes, desde chiquitas, se ponen las medias de nylon, están acostumbradas. La primera vez que lo hice, esa sensación fue muy particular. Sumale después el maquillaje, donde estás haciendo cosas que no sentís habitualmente. Sentir la boca con el lápiz labial, las pestañas, cambiar la fisonomía por medio de colores. El perfume, todas sensaciones nuevas. Aros, aros colgantes que tintinean, que tocan. Es un juego transgresor en mí, algo que no es normal, un juego de sensaciones en mi caso que soy hombre heterosexual— cuenta.
El crossdressing escapa del lugar establecido para el hombre, esa norma que recae en los varones desde los roles de “hombre- macho- proveedor- sostén de familia”, dice Guillermo, hasta las vestimentas institucionalizadas, prendas que pueden usar las mujeres, una amplia posibilidad que se achica para los hombres por un metropatrón social y cultural.
—Vos fijate algo: vos tenés puesto una calza. Vos te ponés un vaquero, una camisa a cuadros y no te va a mirar nadie. Ahora yo me pongo esa calza y una remera fucsia y voy caminando hasta Cabildo y me van a gritar de todo. Y por qué. Cuál es la diferencia. Hay algo que en ustedes está más aceptado, pero en nosotros no. Es una cuestión cultural con la vestimenta. Yo no podría ir a la fábrica con calza y vos sí con jean, por ejemplo.
En Jardín de Cemento de Ian McEwan, una de las protagonistas, Julie, plantea esta cuestión a propósito de su pequeño hermano Tom, al que le gusta vestirse de nena: Las chicas pueden llevar vaqueros, el pelo corto, camisa y botas porque está muy bien ser un chico, para las chicas es como subir de categoría. Pero que un chico parezca una chica es degradante, según tú, porque en secreto crees que ser una chica es degradante. ¿Por qué, si no, pensarías que para Tom es humillante ponerse vestido? Esta idea descoloca los cuerpos y el deseo de una obligatoriedad, de un modo de ver y entender el mundo, un mundo estandarizado, que las crossdressers vienen a desarticular. Es otra subjetividad, la necesidad de incluirlas dentro de la diversidad.
¿Cómo explicar lo que me ocurre? ¿Qué hacer con mi deseo de transformación?
Mirna Ladyrouge me muestra unas fotos en la pizzería Imperio que queda en Chacarita. Estas son del viernes pasado, me dice, y agrega que a ella le costó salir al público. No hay violencia por parte de las personas. Al principio miran, pero sólo 5 segundos, y después siguen con sus cosas, comenta. También dice que las reuniones son de amigas crossdressers, hablan de política y eso influye en la organización de los grupos debido a la grieta actual. Los lugares de encuentro son difíciles de hallar porque se necesita espacio para el montaje.
—En el año 2001 o 2002, veo una publicación de Claudia en una página que se llamaba Travesti.Net y había un tablón de anuncios. Y ahí veo que dice Crossdressing Buenos Aires.
Claudia se había quedado sin trabajo durante la crisis del gobierno de De La Rúa en el año 2001. Entonces, en mayo del 2002, emprendió este negocio a raíz de un amigo, que era cross, y le comentó acerca de la movida. Así, hoy Claudia tiene su negocio y asesora a varones que van al lugar para resaltar su feminidad. Crossdressing Buenos Aires es el único local de Argentina y América Latina en donde los hombres disponen de su comodidad y tienen al alcance un vestuario completo, zapatos, vestidos, pelucas, bijou, maquillaje, para lograr verse como desean. El público crossdresser tiene un amplio margen de edad: van desde los 20 hasta los 80 años.
Se hace tarde y nos vamos de la confitería Zurich. Caminamos por Cuba y Guillermo dice: ahí está mi auto. Es una Crossfox, le comento entre risas. Cuando me la compré, me monté de Mirna Ladyrouge y me saqué una foto, me responde, y agrega: «Ser una crossdresser es atravesar la delgada línea rosa. Esa línea rosa que separa el lado A del lado B. Todos ponemos esa línea: yo no voy a estar en público así, mi límite es yo me quedo acá con Claudia, tomo un café, charlamos y punto; después la corro un poquito más porque quiero conocer a alguien como yo, y la corro un poquito más porque quiero charlar con gente, y la corro un poquito más porque quiero sentir el aire de la calle, y un poquito más porque quiero cantar y bailar».
Fotos: Ticiana Loduca