Ponele.info
actores actrices ganadores oscar 2019

Oscars 2019: una ceremonia errática

Hace alrededor de un año un tuit recordaba que la verdadera fiesta del cine en Estados Unidos no es la entrega de los premios Oscars sino la reunión anual de los accionistas de Disney; la empresa que junto con sus subsidiarias ostenta el treinta por ciento de la taquilla total.

Pero The Academy Awards, para el simple mortal que los ve desde su hogar, van de otra cosa. Nada tienen que ver con el dinero y todo con el prestigio. La ceremonia de los Oscars es una fiesta de una industria para celebrarse a sí misma. Y como tal, uno es una especie de infiltrado en una celebración que no le pertenece, salvo como un juego de cultura general o como entretenimiento. Eso puede ser divertido y suficiente. Sin embargo, la premiación número noventa y uno no lo fue. A todo el festejo le faltó, por lo menos, la ilusión de prestigio.

Pasada la una de la mañana del 25 de febrero, Green Book: una amistad sin fronteras se llevaba el premio mayor de la noche. Un poco antes, Bohemian Rhapsody, la biopic sobre Freddie Mercury, se había convertido en la más ganadora de la noche con cuatro estatuillas. ¿Cómo es posible que las dos películas peor consideradas de las ocho grandes candidatas recibieran semejante distinción?

Nadie cree que el Oscar tenga que ser perfecto o justo. Solo tiene que ser convincente. El truco consiste en insistir con que los que votan -miembros de la industria- están en una posición privilegiada para apreciar el talento y el valor artístico de sus pares.

Pero cuando el célebre director afroamericano Spike Lee se levantó de su asiento al anunciarse la ganadora a mejor película y se mostró molesto por haber perdido, no contra Roma o La Favorita o Nace una estrella, sino contra Green Book, la fiesta del cine norteamericano ya hacía rato estaba en problemas.

La premiación en los últimos años se ha vuelto cada vez más errática: un año puede consagrar a Moonlight (una película pequeña, narrativamente sutil y con pretensiones de cine arte) y al siguiente a La forma del agua (una película amorfa, colorida y superficial). Un año elige a Crash y otro a The Hurt Locker. El sistema de voto preferencial exclusivo de la categoría mejor película parece contribuir a esto: no se vota a una de las candidatas, se las ordena por orden de preferencia y así se computa la ganadora.

Quizá por eso, todavía, en las otras categorías principales las cosas parecen estables o respetables. En Dirección, Alfonso Cuarón ganó su segundo Oscar (el primero fue por Gravedad, ambos merecidos). En cuanto a Mejor Actor, Rami Malek se llevó el premio como era de esperarse por todas las premiaciones anteriores y como Mejor Actriz, Olivia Colman, correcta en La Favorita, dio el verdadero batacazo de la noche al destronar a una Glenn Close vestida en dorado, lista para lucirse con la estatuilla en mano.

Campeones y plebeyos

Sin embargo, la misma fiesta de siempre esta vez se sintió forzada, algo impostada. A diferencia de otros años, cuando el anfitrión del show sienta el tono general de camaradería con bromas e ironías y hace sentir al espectador como un testigo privilegiado de la fiesta de ese grupo selecto de ricos y famosos, esta vez las celebridades abrieron el espectáculo de autocelebración al grito de “We are the Champions” y “We will rock you”. Dos letras de Queen que tienen un sentido preciso cuando las cantamos nosotros y otro completamente distinto cuando Hollywood parece estar reconociendo que los intrusos de la transmisión llegaron a la fiesta.

Hubo estrellas que se sacudieron con vehemencia al grito de estos versos y quienes no pudieron disimular su espanto e incomodidad. Para cuando el acaramelado dueto de Lady Gaga con Bradley Cooper presentó “Shallow”, la ganadora como Mejor Canción, el esfuerzo se sintió simpático y no mucho más. Requiere de un balance delicado, invitar al plebeyo a la autocelebración del campeón.

Algo parecido ocurría durante la transmisión de los premios con la cuenta oficial de Twitter de la CIA, que proponía una serie de encuestas a propósito de los Oscars, de Black Panther y el metal precioso de Wakanda, el vibranium. Un ejercicio de participación ciudadana absurdo y vergonzoso.

Un rato antes, camino a ver la transmisión de los Oscars, me preguntaba cómo será recordada esta época por la Historia. ¿Será considerada una fase de transición? ¿Seremos el punto más bajo y deprimente antes de que pongamos en orden nuestras prioridades y resolvamos los asuntos que nos apremian? ¿O somos el principio del fin?

Los Oscars no tienen nada que ver con estas preguntas, pero de alguna manera también les corresponden. Cómo y dónde vemos películas no ha parado de cambiar en los últimos años. Nuestros gustos y las maneras de producir películas siguen mutando. Con la alfombra roja cada vez menos interesante (demasiado hot pink y plateado, no hubo siluetas ni momentos memorables hoy) y la relevancia del premio socavada.

La sensación de que la calidad del cine, y del arte en general, está en caída libre es más intensa cada año. Aunque sigamos pegados a este ritual de más de tres horas la noche del último domingo de cada febrero.

contacto@ponele.info