Cuando alguna personalidad política o artística se digna a pisar un país del que nosotros no solemos escuchar, ese lugar del mundo despierta un interés repentino. Eso pasa estos primeros meses del año con el primer papa argentino y su gira por Irak. Al ver a alguien con costumbres que podríamos tener nosotros –tomar mate, ser hincha de San Lorenzo, crecer en Flores y adorar el dulce de leche granizado y las empanadas de carne– hablar con jeques árabes, sentimos, exagerando un poco, que viajamos con él y su comitiva. De un día para otro, de un lunes para un martes, necesitamos saber qué anda pasando por allá. Y una forma de conocer esto es preguntarnos qué tipo de producción artística se está dando ahora en ese país por el que Irán y Estados Unidos viven peléandose por dominar.
Con un desempleo joven que supera el 25 %, más de seiscientos muertos y quince mil heridos por una policía rápida para reprimir a cualquier opositor, problemas en los servicios públicos y educativos y un plan económico cuya medida principal fue devaluar la moneda nacional un 20 % frente al dólar, no es llamativo que el arte que más se conozca sea callejero, político, de protesta y urgente. En la calles de Bagdad, el street art iraquí se inventó en un museo: en los primeros cinco pisos de un edificio abandonado con vista al río Tigris puede verse un mural de doce metros de largo con la imagen de un grupo de hombres cargando un muerto que chorrea sangre, otro de nenes flacos y demacrados diciendo (en inglés) que merecen vivir, y también la famosa imagen de Rosie the Riveter pensando algo en árabe. Un elemento constante de estos murales desesperados, casi una marca de agua que los diferencia de cualquier otro, son las representaciones de los taxis conocidos como tuk-tuk, en homenaje a esas camionetitas que se arriesgan una y otra vez para llevar a los manifestantes a los hospitales.
Es costumbre que, en estos movimientos no tan formales, quieran participar personas que sí vienen del mercado del arte establecido. Este es el caso de Bassim al-Shadhir, un artista iraquí-alemán que se reconoce maravillado con todo este movimiento y no dudó en pintar una pared. Experto en dar la parte conmovedora del mundo árabe –retratos de hombres con turbante fumando y mujeres vestidas con recato llevando canastas en sus cabezas–, Bassim deja su estilo y hace su aporte con un mural donde se ve a un hombre acribillado por las fuerzas de seguridad. Le sale sangre del corazón, cae sobre las baldosas, y aunque los oficiales intentan ocultar la mancha roja, ya es imposible, todo es demasiado evidente.
No es de extrañar que la cara y el torso del papa Francisco también sean parte de los murales callejeros de Bagdad. En uno de los muros de hormigón que protegen a la iglesia Nuestra Señora de La Salvación, donde hace diez años ISIS dejó cincuenta y dos muertos en uno de sus primeros atentados suicidas, quienes adhieren a la religión católica parecen sumarse a los reclamos políticos y piden por su derecho pertenecer a una religión que no sea la dominante. Los católicos iraquíes, viviendo amenazados por distintos gobiernos totalitaristas, pasaron de ser un millón y medio hace veinte años a cuatrocientos mil en la actualidad. El sumo pontífice visitó la iglesia que sufrió los atentados, recordó a las víctimas y pidió por el fin de los exterminios, facciones e intolerancias.
Tal vez ahora, cuando nuestro porteño que lidera el Vaticano ya dejó de pasear entre musulmanes y se encerró en Roma, nos olvidemos de este arte que ruega que lo miren, lo escuchen, le presten atención. O, tal vez, después de verlo andar por las calles de Mosul, Qaraqosh y Erbil, nos hagamos fanáticos de un rapero kurdo que canta en español para hablar la lengua materna de ese jefazo católico que se tomó el atrevimiento de visitar una comunidad católica rechazada. Nunca se sabe.