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Reflexiones sobre Hajime no Ippo

Tal vez los jovencitos no lo sepan, pero ver animé hace unos veinte años era bastante más difícil que ahora. Si se buscaba escapar a las pocas ofertas que había en canales de cable como Magic Kids, estábamos obligados a asistir al Centro Cultural Rojas los lunes a la noche, ir a las proyecciones que hacían empresas de militantes del animé en días y horarios muy particulares o gastar una plata y comprar una pila de VHS a empresas de traductores independientes. Soy el abuelo Simpson, me escapé del geriátrico porque pienso que estos pibes tirados en el pasto necesitan saber cómo empezaron a circular ciertos dibujitos orientales en Buenos Aires.

Hoy en día Netflix no para de agregar nuevos contenidos de este tipo a su catálogo. Las tres temporadas de Hajime no Ippo –disponibles en el streaming desde el 1° de enero de 2023– es solo uno de tantos ejemplos. Quienes adoramos el animé hace rato no podemos evitar quedar encandilados, mirando la pantalla con los ojos redondos iguales que los de Astro Boy.

Teniendo en cuenta que el fanatismo adulto queda mejor si se le suman profundas reflexiones, acá me encuentro escribiendo estos pensamientos que me trae la historia del Ippo Makunouchi, el hijo de unos pescadores que sufría el bullying de un grupo de matones de poca monta hasta que conoció el boxeo y arrancó a ganar peleas arriba del ring.

1. Hajime no Ippo no es un animé de deportes cualquiera. Su creador, Jyoji “George” Morikawa, además de ser dibujante de manga, es un manager de boxeadores que representa a deportistas profesionales como Manabu Fukushima. Este dato nos da la pista de por qué los personajes del gimnasio donde entrena Ippo Makunochi son de una realidad tan estremecedora: en el Almagro Boxing Club de Buenos Aires podemos encontrar púgiles muy parecidos al campeón de ficción Mamoru Makunouchi, quien vaya a entrenar a la Federación Argentina de Boxeo verá escenas muy parecidas a las de Kimura y Aoki dándole a la bolsa con ganas. No hay que dejar de aclarar que Morikawa rompe la ficción al meter en varios tomos del manga el nombre de Manubu Fukushima en ilustraciones de carteles, revistas y dibujos de portadas internas.

2. ¿Pasará a ser Ippo Makunouchi uno de esos flamantes boxeadores de ficción? No es tirado de los pelos imaginar que, próximamente, el nombre de este luchador japonés de peso pluma sea una especie de Rocky Balboa nipón. Las historias reales de boxeadores, clásicos que fascinaron tanto a Julio Cortázar, Roberto Arlt, Clint Eastwood y Martin Scorsese, necesitan de estos relatos para seguir creciendo hasta el infinito. Monzón: la serie es otro contenido, también disponible en Netflix, que quienes disfrutan chusmeando la parte de atrás del show de golpes en la cara sabrán apreciar.

 

3. Aunque el manga empieza a salir en 1988 y todavía siguen saliendo tomos semanales, el animé se emite por primera vez a mitades del 2000. Eso hace que la animación tenga un encanto retro, una belleza visual old school del que otros contenidos carecen. Lo vemos y podemos gritar en voz alta: “¡Esto es animé bien tradicional, de la vieja escuela!”. Nadie está diciendo que la animación actual no tenga nada bueno; no, nada que ver. Pero encontrarse, cada tanto, con uno del viejo estilo tiene un gustito melanco que hace que a muchos y muchas se nos piante un lagrimón. En un momento de la serie todo se actualiza y los dibujos pasan a ser más parecidos a lo que acostumbramos ver. Está bien, que lo retro y lo melanco dure un tiempo acotado no es mala propuesta…

4. Las peleas sangrientas, con ganchos, amenazas de muerte, uppercuts, gestos de sufrimiento sin límite y jabs pueden hacernos relacionar a Hatsume no Ippo con animés de pelea como Dragon Ball, Attack on Titan, Naruto o Rurouni Kenshin. Sin embargo, la verdadera categoría a la que pertenece es a la de los deportes. La historia de Ippo Makunouchi debe verse en la misma sintonía que la del colorado Hanamichi Sakuragi de Slam Dunk, del pequeño gigante Shoyo Hinata de Haikyū!! o la del inmortal Oliver Atom de Captain Tsubasa. El personaje no es el de un guerrero igual que Goku, no es un samurai del estilo de Kenshin Himura, es un luchador cuya épica es dar su vida para mejorar en el boxeo igual que Hinata quiere hacerlo en el vóley y Sakuragi en el básquet. De cualquier forma, al ser una serie plagada de peleas violentas que duran varios capítulos, el límite es muy finito. Podemos afirmar que Hatsume no Ippo es el deporte que más cercano está a ser de lucha. 

5. Conviene subrayar que este es un animé con alto contenido homofóbico. Constantemente se lo acusa a Ippo de cierto deseo sexual cuestionable, y en varias escenas sus compañeros de entrenamiento lo burlan gritando que quieren hacerle cosas contra su voluntad. Aunque hay que entender que estamos viendo algo que quedó viejo, que si fuera hecho hoy en día tal vez esas escenas no estarían, no hay que dejar de criticar este aspecto. Ni el boxeo ni ningún deporte debería ser retratado de esa forma. No es gracioso.

6. Hay algo en las historias del boxeador que cae y se levanta, una y otra vez, que motiva y emociona. Viendo a Ippo, uno cree que puede lograr maravillas, que cualquier obstáculo es solo una piedra en el camino. No es un libro de autoayuda, son dibujos animados motivacionales que dan ganas de vivir. Ippo empieza siendo un pibito que no tiene amigos, que no tiene padre y se mata trabajando para ayudar a su mamá en el alquiler de barcos de pesca, al que un grupo de bobos abusivos le pega todos los días. Un día descubre el boxeo, se maravilla con la idea de ser fuerte y empieza a entrenar profesionalmente. Desde el primer momento gana peleas y ya nada lo puede parar. No hace falta aclarar que es ficción, está clarísimo. Pero es una ficción que contagia ganas, que nos hace creer que podemos hacer cosas increíbles. Y eso nunca viene mal. Gracias, Ippo Makunouchi, gracias Jyoji “George” Morkiawa, muchas gracias.

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