Su muerte se viralizó en las redes sociales. Memes con su cuerpo estampado en el asfalto se reenvían en numerosos grupos de WhatsApp. Uno menos, dicen y festejan en los portales de noticias. En la tv muestran una y otra vez el espectacular video grabado por las cámaras municipales del partido. La gente está violenta. Nos quieren montar un show para entretenernos. Y qué mejor que persecuciones, tiroteos, allanamientos al mejor estilo de película yankee. No por nada su industria cinematográfica está basada en un cine de acción en el que los policías son los buenos y los maleantes, todo lo malo de la sociedad.
Son las diez de la mañana en un barrio carenciado del conurbano bonaerense. El Huguito está amanecido. Sigue en la esquina desde anoche. Quiere ir a pegar merca pero nadie lo segundea. Está todo mal con los pibes del fondo: ya le dijeron que, en cuanto se regale, se come un par de plomos en el pecho. Su hermana sale para ir a trabajar y le dice que vaya a dormir. No tiene forma de imaginarse que esa va a ser última vez que lo rete delante de los pibes. Están planeando ir a robar una agencia de quinielas ahí cerca. Pero antes hay que rescatar una moto, por si pinta la bronca. Salen del barrio a ver qué pinta.
Le sacan la moto a un delivery de una pizzería del centro. Ahora son tres arriba de una Honda 150. En la esquina de la agencia de lotería hay un patrullero. Hay que cambiar el plan. Agarran por una calle poco transitada y esperan por alguna víctima al voleo. El primer blanco: un pibe que vuelve de estudiar, con mochila. Viene escuchando música en el celular. Se bajan el Huguito y otro más. El conductor espera. Le pegan, le sacan la mochila y una visera. El celular también. Suben a la moto y se escapan. Todo queda registrado en el centro de control ciudadano.
Huguito tiene 17 recién cumplidos. Desde los 13 que anda en la calle. Su madre nunca pudo alejarlo de las drogas. De hecho, lo llevó muchas veces a la iglesia, pero en vano. Un padre ausente, dos hermanas mayores. Dejó el colegio en sexto grado. Hace un par de años que se hizo adicto a la pasta base. Pero cuando hay algo de plata prefiere cocaína. Sale a robar a trabajadores, porque no le da para más. Si hay algo que esta sociedad no entiende es que las nuevas camadas de delincuentes no respetan los códigos de la vieja escuela del hampón. Tampoco tienen logística para robar un banco, ni mucho menos arreglos con la policía. Van a lo fácil, muchas veces sabiendo que pueden perder la vida por arrebatarle la cartera a una señora.
Vienen esquivando autos por la avenida. Huguito va en el medio. Gritan, se emocionan. El patrullero que los seguía quedó atascado en el tráfico. Faltan un par de cuadras más para llegar a la villa. Ahí van a poder esconder el botín: una mochila, un celular y una visera. Pero escuchan sirenas, aparecen más patrulleros. El que maneja, acelera. Huguito dice de entregarse, que ya fue. El de atrás, que sigan, que falta poco. Pasan por el costado de un colectivo, casi rozando, y un patrullero sale al cruce. Vuelan 50 metros. Huguito cae de cabeza en el asfalto. Los otros dos, a un par de metros suyo. Alguien llama a la ambulancia, mientras la escena se llena de curiosos. Un muerto y dos heridos es el parte judicial. Lorena, la hermana de Huguito, que estaba yendo a laburar, vio todo desde arriba del bondi. Se baja y corre. No la dejan pasar. Hacía una hora lo había retado y mandado a dormir. Huguito murió en el acto. Su vida no valió ni una mochila. Ahora es protagonista del video más festejado en las redes sociales. Un par de horas más y todos ya lo habrán olvidado. El show debe continuar.