Una de las películas más llamativas del año pasado fue Zappa, el primer documental sobre el músico que cuenta con el visto bueno de su familia y que accede al material de archivo de Frank. Dirigido por Alex Winter y financiado con los aportes de los fanáticos, los adoradores del cantante y guitarrista pueden ver escenas familiares, fotos nunca vistas, entrevistas estelares y otras maravillas.
El costado oscuro del pacto entre el documentalista y la familia Zappa es que ciertos temas, ciertos relatos, quedaron de lado. Pero sobre esos chismes familiares que no son ni siquiera sugeridos en la película vamos a hablar en esta nota. Están avisados.
En 2015, al morir Gail Zappa, madre de los cuatro hijos de la familia y fundadora del Zappa Family Trust (que protege el copyright del músico), empiezan los problemas. En su lecho de muerte, Gail decide dos cosas: primero, dejarles a los dos hijos menores, Ahmet y Diva, un porcentaje mayor del control y las ganancias de la fundación; y segundo, elegir a Alex Winter como el director del futuro documental. Esta cláusula dejaba a los dos mayores, Moon Unit y Dweezil, sin la posibilidad de hacer plata con la música de su padre.
Moon, la mayor de los hermanos, es la más crítica con respecto al documental. La primera de las hijas en grabar con su padre –en la película se cuenta bien la historia de “Vallery Girl”, la primera y única canción de Frank Zappa que llega a las radios y se hace un hit– aclara que no hubiera elegido nunca a Alex Winter como biógrafo. Dice que él varias veces le llevó propuestas audiovisuales a la familia y que todas fueron rechazadas de un plumazo. Confiesa que hasta propuso hacer un reality show con sus hermanos: nada, nunca, se le aceptó.
El otro hermano que queda con menos ganancias sobre la venta de las obras, Dweezil, no protesta públicamente sobre la película. Su lucha parece estar concentrada en seguir el legado musical del guitarrista superdotado y en hacer shows que representen fielmente sus álbumes. Pero los problemas surgieron cuando su hermano, Ahmet, pudo decidir sobre los derechos de la música de Zappa y le prohibió usar el nombre de su padre en los conciertos. La respuesta de Dweezil, que estaba en plena gira “Zappa por Zappa” y en noviembre de 2016 vino con su show a Buenos Aires, fue llamar a su espectáculo “50 Years of Frank: Dweezil Zappa Plays Whatever the F@%k He Wants – The Cease and Desist Tour” (algo así como Dweezil Zappa toca lo que se le canta el orto). A partir de ahí, invitaba a las personas a que fueran a sus shows con una remera que decía “No Fake Frank”.
El tercero es el otro de los hijos que tiene una escena de pocos minutos en la película, al que se lo ve regordete y jugando en la computadora. Ahmet, que eligió el lado más oficinista de su padre, dice trabajar en la Zappa Family Trust de nueve a dieciocho. Su gran aporte musical fue inventar un show con un holograma de Frank que canta y toca la guitarra. Como productor, que vende shows que buscan darle valor a un holograma computarizado, Ahmet vendría a estar en la misión de que no se profane ni se use de cualquier forma lo que hizo su padre. Por hacer una comparación, es una especie de María Kodama cualquiera.
Al final llegamos a Diva Zappa, que, contradiciendo su nombre, es la que mantiene un perfil bajo y disfruta de vestir a los famosos –un vestido tejido por ella ganó un Grammy en 2009: lo llevaba puesto la esposa del bajista de Metallica, Chloe Trujillo–. Diva parece haber inventado una performance tímida con su rol en el legado de su padre: dice que su gran aporte será estar ahí cuando la obra sea valorada. Haciendo honor a la parte conceptual y tozuda de quien la trajo al mundo, hace quince años está embarcada en el proyecto artístico de tejer una bufanda interminable llamada Emilio.
El documental, por la razón que sea, no dice nada sobre todo este drama de familiares que se pelean por quedarse con los restos. Tampoco contiene imágenes de los hijos en la actualidad: los cuatro, todos casados y con hijos propios, únicamente son mostrados como nenes con ropa ochentosa que corretean por una mansión de Los Ángeles -una casa que Lady Gaga compró por eBay en 2016 y que, paradójicamente, la familia Zappa vendió con la intención de juntar fondos para el documental-.
Si Frank Zappa se levantara, soltaría un solo de cincuenta minutos y remataría con una frase que inventó para burlarse de los Beatles: “We are only for the money” (estamos solo por la plata).