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Las dos muertes de Federico Sturzenegger

Federico Sturzenegger acaba de morir como hombre público. No es la primera vez.

Sturzenegger murió por primera vez en 2001. Había vivido una vida política y académica brillante, profesor en el MIT y la Universidad Di Tella, discípulo de Domingo Cavallo y funcionario en la YPF menemista. Su rostro limpio de maldad, de ideología, de expresión y de pelo era la hoja en blanco en donde escribir la historia de una nueva Argentina global y tecnocrática. Por eso sedujo a la oposición progresista de los noventas. Chacho Álvarez lo invitó a conferenciar y el presidente De La Rúa lo nombró secretario de Política Económica. Su misión era imposible: mantener con vida una convertibilidad monetaria detrás de la cual había cada vez menos dólares frescos. Así diseñó un megacanje de bonos que estirarían el crédito externo por diez años más a cambio de un suculento aumento de intereses para los acreedores. No alcanzó. La gestión de Federico murió con el gobierno de De La Rúa y con ellos murió la convertibilidad. No así el megacanje, o al menos, los intereses que habría que pagar. Un juez abrió un expediente.

Federico volvió a las aulas, a la vida mansa del prestigio, los papers y los modelos que cierran en las pizarras blancas de la Di Tella. Desde esas aulas vio nacer el kirchnerismo con la impotencia del profeta sin tierra. Hasta que Macri lo reclutó. Su rostro lampiño volvía a ser la promesa de una Argentina tecnocrática y global. Hizo las inferiores en el Banco Ciudad, fue diputado y tuitero macrista hasta que volvió al poder grande. “El sueño de cualquier economista”, como dijo en su emotiva carta de despedida al Presidente.

Cómo presidente del Banco Central su misión era tan compleja como la del 2001: ser el policía malo del gradualismo. Matar suavemente a la inflación con sus tasas de interés asesinas, mientras Frigerio repartía plata por las provincias, Stanley repartía plata entre los movimientos sociales, Aranguren aumentaba tarifas e Iguacel asfaltaba media Argentina. Todo bajo la mirada farmacéutica de Quintana.

Federico tenía una tarea antipática pero digna de un intelectual como él. Lo secundaban el inefable Lucas Llach como rostro humano y la impresora de Lebacs de Caputo. Las fórmulas de la pizarra blanca de la Di Tella harían posible reactivación con tarifas con deuda con tasas altas con metas de inflación. La imaginación al poder.

No fue posible. El gradualismo de Macri en el fondo es dos modelos: endeudamiento o ajuste. Dólares baratos para vivir rápido y morir joven o tasas altas para languidecer por años. Difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo. En diciembre pasado ya Quintana había optado por lo primero. Federico no tenía nada que hacer en ese plan. Le pidieron demorar su salida. A fines de abril Estados Unidos subió la tasa de interés y el dólar se encareció en todo el mundo. Federico dudó: ¿hacer lo que debía o lo que se esperaba de él? Hizo las dos cosas: quemó reservas para mantener al dólar barato a cualquier costo, y luego tiró la toalla y vio al dólar dispararse mucho más lejos que en el resto del mundo. Y con él los precios. Fue todo tan burdo que algunos pensaron que se estaba vengando de Quintana.

Quedaba un acto más en este drama. En el manotazo de ahogado al FMI, Federico volvía a ser el policía malo: garante de inflación controlada. Pero la historia de los ajustes argentinos se hizo en base a devaluaciones que no le den tiempo de reaccionar a su sociedad implacable. Llegada la hora, volvió a dudar: quemó reservas para ver al dólar volar de todas formas. Dos veces la misma piedra.Federico vuelve a las aulas con otra posible causa penal mientras su sillón en el Banco Central lo ocupa Caputo. El nuevo rostro no viene limpio de nada: con mucha menos biblioteca pero las manos rápidas para la ruleta financiera internacional.

La primera muerte de Sturzenegger fue la muerte de la convertibilidad, entre otras cosas. Muchos años después asumió la presidencia del Banco Central estando procesado por aquel Megacanje, la operación financiera que en 2001 benefició únicamente a un grupo de selectos bancos privados y diseñó un negocio donde el Estado fue el único que no estuvo en el grupo de los ganadores. Los bancos Galicia, donde militaba el actual superministro Dujovne, el BBVA Francés, el Crédit Suisse First Boston, HSBC, Santander Central Hispano, JP Morgan y Salomon Smith Barney habían cobrado 150 millones de dólares en comisiones para hacer de intermediarios de su propio canje de títulos del Estado argentino. Por eso Sturzenegger fue procesado y el juez Ramos ordenó embargarlo por cinco millones de pesos. Las consecuencias judiciales de su nuevo paso por el Estado son todavía brumosas. Pero ahora hay un plan, que la salida del presidente del Banco Central le deja como herencia a Caputo, el Messi del capital ficticio: devaluación violenta, licuación de la bomba de las Lebac, del salario real y un ajuste brutal en medio del Mundial. La segunda muerte de Federico es la muerte de gradualismo. ¿Qué más muere esta vez con él?

Alejandro Galiano

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