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2018: El año en que se disparó la pobreza

Ilustración: Emiliano Ciarlante

No se puede hablar de pobreza sin especificar el tipo de  pobreza al cual se hace referencia porque es un concepto multidimensional y polisémico. No obstante, las políticas neoliberales incrementan todas sus categorías. El empeoramiento de la distribución y redistribución del ingreso, la concentración de la riqueza, la creciente desigualdad, tienen su contracara obligada en el aumento de la pobreza.

¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de pobreza?

En principio, entendemos por pobreza a la situación de un sector de la población que no puede acceder a los recursos básicos, históricamente determinados, para cubrir sus necesidades materiales y espirituales. Entre sus manifestaciones se encuentran el hambre y la malnutrición, el acceso a educación, a la salud y a otros servicios básicos.

La pobreza estructural es la que afecta las condiciones de vida de un conjunto significativo de personas de una sociedad. E implica que existen estratos sociales desiguales. Suele estimarse a partir de la determinación monetaria de una canasta de bienes y servicios básicos. Quienes disponen de un ingreso inferior al conjunto de la canasta son definidos como pobres.

De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), una familia integrada por una pareja mayor de 30 años y dos niños de 6 y 8 años necesitó en octubre de este año $ 24.241 para adquirir los bienes y servicios que integran la Canasta Básica Total (CBT) y $ 9.735,42 para adquirir la cantidad mínima de comida que integra la Canasta Básica Alimentaria (CBA). El mismo organismo informó que la canasta de pobreza trepó  a $ 25.206 en noviembre, un 57,3 por ciento más que en el mismo mes del año anterior.

Las estimaciones acerca de la evolución de los ingresos están atrasadas. Tomando en cuenta los últimos datos disponibles, en septiembre de 2018 contra el mismo mes de 2017, la variación interanual del índice de salarios del INDEC tuvo un incremento nominal de 23,7 puntos porcentuales, mientras que la suba del precio de la canasta de pobreza fue de 46 puntos en el mismo período.  

Aún no puede realizarse el contraste del peor trimestre del año.

Tendencias y causas

El INDEC, que ya no cuestionado por los grandes medios de comunicación, realizó cambios metodológicos en la forma de estimar la pobreza que minimizan el fenómeno. De acuerdo a las cifras oficiales que provee, la pobreza abarcó al 30,3 por ciento de la población en el segundo semestre de 2016, 28,6 en el primer semestre de 2017, 25,7 en el segundo semestre de 2017 y 27,3 en el primer trimestre de 2018.

En 2017, el año de las elecciones de medio término, el ajuste fue más moderado que en 2016 y 2018. En los años de mayor ajuste y mayor brecha entre precios y salarios, la pobreza lógicamente se elevó.

Según el último informe del Observatorio de la deuda social de la Universidad Católica Argentina (UCA), con datos del tercer trimestre de este año, el nivel de pobreza actual es el mayor desde 2010 y creció más del 19 por ciento el último año: el 28,2 por ciento de la población era pobre en 2017, el 33,6 lo es en 2018.

Sin entrar en debates metodológicos y tomando las cifras sólo a modo de referencia, las variaciones proveen la información más relevante. Y su tendencia puede ser explicada por la dinámica de la economía.

El documento de la UCA asegura: “A partir de 2016, la devaluación de fines de 2015 y sus efectos inflacionarios, seguidos por medidas contractivas, ajustes en las tarifas y la falta de inversión privada, generaron un escenario más recesivo para el mercado interno, lo cual generó un incremento de la pobreza, sólo compensado por una mayor asistencia social (…) Durante 2018, la inestabilidad macro-financiera, sumada a los efectos de la sequía sobre el PBI agropecuario, consolidaron una crisis externa que terminó con una fuerte depreciación del peso, una aceleración de la tasa de inflación y una caída del salario real. Esto implicó una caída del consumo interno y la entrada a un nuevo ciclo estanflacionario, con un fuerte ingreso de los sectores medios bajos a la situación de pobreza (…) En tanto se mantenga el actual escenario recesivo, sólo cabe esperar un aumento del desempleo, los trabajos de subsistencia y de la precariedad laboral, y por lo tanto, de las desigualdades estructurales que afectan al mercado de trabajo, con efectos directos sobre la pobreza”.

El desempleo ascendió al 9 por ciento en el tercer trimestre de 2018, 7 décimas por encima del mismo período del año anterior. Y la principal variación se registró en la industria manufacturera.

Mano visible: la planificación de la pobreza

La pobreza tiene una relación directa con el nivel de actividad económica, el ciclo económico, el poder adquisitivo, el nivel de consumo y el nivel de empleo, todas variables que presentan trayectorias descendentes.

Pero la distribución funcional del ingreso, los porcentajes de participación de capital y trabajo en el producto, no son las únicas variables afectadas. Desde la asunción de este Gobierno, empeoró la redistribución del ingreso. A contrapelo de lo que suele creerse, el Gobierno no deja toda la economía librada a “la mano invisible” del mercado y la macroeconomía: planifica la miseria mediante la acción del Estado, ya que los ingresos indirectos o no monetarios también se ven afectados al deteriorar en términos reales las partidas destinadas a educación, salud, subsidios a las tarifas de servicios y al transporte público.

Recalculemos: la pobreza no es un subproducto del modelo.  No sólo es necesario tener en cuenta que riqueza y pobreza son las dos caras de una misma moneda sino que la pobreza y la falta de empleo disciplinan y debilitan los lazos de solidaridad en buena parte de la sociedad. Son condiciones necesarias para profundizar el ajuste.

Pero el neoliberalismo no juega al solitario. Del otro lado del tablero se encuentran la tolerancia social, la organización popular y su respuesta política.

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