Tengo un problema, tengo un problema. Me aburre muchísimo ver deportes por la tele. Y sí, es un problema. Porque si uno es una persona que disfruta de conversar con cualquiera, con un vecino en el ascensor o con el peluquero con el que se encuentra en la panadería, tener eliminados los canales deportivos de la tele por cable es un problema.
Por suerte, en esta época de redes sociales muchos compartieron detalles curiosos de los Juegos Olímpicos Tokio 2020. Yo –alérgico a mirar cualquier cosa deportiva en la pantalla chica de la tele, la computadora o el celular, y a la vez necesitado de hablar con cualquiera– me intereso por esas historias raras, algo bizarras y mínimas. En esta nota no se hablará de las disciplinas deportivas en sí, sino de los chusmeríos que se desprendieron de estas olimpíadas, que, como todos saben, se postergaron por un año. Disculpen, si alguien entró queriendo informarse sobre medallas y logros deportivos increíbles va a quedar un poco decepcionado.
Empecemos con una argentina. Ahora mismo en Twitter gira la moda de compartir fotos de cuando teníamos veintidós años. Si en un tiempo se pone de moda compartir fotos de antes de los dieciocho, a la deportista olímpica Abigail Magistrati, la atleta más joven de la delegación argentina, no va a costarle encontrar imágenes haciendo gimnasia artística de altísimo nivel. Ella, con diecisiete, viajó a Tokio y no fue solo la menor de los 181 argentinos, sino también la más joven de los otros que competían en su misma disciplina. Aunque quedó afuera en la lucha por las medallas, tuvo un buen debut que dejará una marca en su incipiente carrera meteórica. Es una lástima que cuando uno escucha las edades de los participantes de skate –muchos apenas rozaban los trece años–, la precoz Magistrati queda algo opacada.
¿Hermanos separados por la guerra que son deportistas olímpicos y que en Tokio tuvieron una excusa para reencontrarse y abrazarse? Sí, eso también pasó. Los sirios Mohamed y Alaa Maso son dos de los más de cinco millones de refugiados que se vieron forzados a abandonar su país. Lo característico de ellos es que ambos son deportistas de altísimo nivel –Mohamed compite en natación representando a Siria y Alaa, en triatlón por el equipo olímpico conformado por refugiados de distintas naciones– y pudieron verse en Japón. Al vivir uno en Alemania y otro en Holanda, hacía ocho meses que no podían encontrarse debido a sus respectivos entrenamientos y la pandemia. El deporte, una vez más, cruzó fronteras y juntó a familiares que fueron obligados a irse de su Alepo natal.
No todos saben que Pink –la cantante estadounidense que en algún momento supo tener el pelo del mismo color que su nombre– tuvo una participación reducida en estos Juegos Olímpicos. Ella, siempre atenta a las causas feministas en el mundo del entretenimiento y el espectáculo, se ofreció a pagar la multa que recibió el equipo noruego de beach handball por atreverse a reemplazar el bikini reglamentario por un short que llegaba hasta el ombligo. Las atletas desplegaron argumentos que justificaban su decisión: creían que la norma era injusta, desigual con las mujeres y hasta antideportiva. El ente deportivo castigó esta decisión y multó a las jugadoras con 150 euros a cada una. Pink, la misma que canta “Get the Party Started” y “So What”, twitteó que estaba orgullosa de las integrantes del equipo noruego por animarse a protestar y no dudó en declarar que la Federación Europea de Handball era la que debía ser multada por sexismo.
Perdón, pero para terminar elegí la más triste. El 1° de septiembre de 2004, el día en que empezaban las clases y muchos padres acompañaban a los chicos, un comando de chechenos independentistas extremos tomó una escuela de Beslán, Rusia, con alrededor de 1200 personas adentro. Reclamaban la retirada inmediata de las tropas rusas de Chechenia y la presencia de ciertas personalidades políticas en la zona. La toma de la escuela duró tres días: en el primero, los chechenos asesinaron a veinte personas y los tiraron por la ventana del edificio para que todos vieran lo que habían hecho; en el segundo las negociaciones se trabaron; en el tercero las tropas del Escuadrón para Propósitos Especiales (OMON, por sus siglas en ruso) entraron al establecimiento y gestionaron un operativo que terminó con 333 personas muertas, 180 de ellas menores de edad. La historia de la guerra olvidada del Cáucaso puede leerse en la novela gráfica Cuadernos rusos de Igort.
¿Qué tiene que ver todo esto con los recientes Juegos Olímpicos? Que, como lo hizo saber Fernando Duclos –también conocido con el nombre de Periodistán– en su newsletter para Revista Late, el deportista olímpico ruso Artur Naifonov fue un sobreviviente de esa masacre, en la que perdió a su madre. En estos Juegos Olímpicos, menos de veinte años después de haber ido al primer día de clase y terminar siendo rehén, se llevó la medalla de bronce en la disciplina de lucha libre.
Dejo afuera varias noticias no tan importantes que fui curioseando: el yudoca argelino que se negó a luchar contra un israelí, la australiana que arregló su kayak con un preservativo, la esgrimista argentina que recibió una propuesta de casamiento de su entrenador en plena entrevista y otras… ¿Son estos detalles tan importantes como quién encabeza el medallero? Supongo que no. Pero yo puedo hablar un poco de todo esto con el verdulero mientras me va eligiendo los morrones rojos menos magullados, con un plomero que arregla un baño en el edificio, con ese excompañero de trabajo con el que todavía no perdí del todo el contacto.