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Las seis razones por las que Bolsonaro no tuvo que hacer casi nada para ganar la primera vuelta en Brasil

Al tratar de analizar el triunfo de Jair Bolsonaro -y en general la situación actual de Brasil- desde Argentina siempre sale al paso una tentación enorme: la traducción. O sea, la evaluación a partir de categorías de pensamiento y actores argentinos, una especie de alquimia de dos conjuntos de circunstancias diferentes.

Vemos por todas partes Perones, Lulas, kirchnerismos, petismos, derechas y militares —especialmente a los nuestros, circa 1975—, como si por el mero hecho de encontrarse los dos países en el mismo subcontinente todo tuviese su equivalente exacto. Es una tentación tan grande como fatal. Para poder explicar el fenómeno Bolsonaro sin caer en esa lógica, podríamos partir de la siguiente afirmación: se trata de un destinatario, el punto donde convergen múltiples vectores que vienen cocinándose hace un tiempo en el gigante vecino.

 

1- El parlamentarismo brasileño hizo crac y el PT y el PSDB se desangraron

En primer lugar, Bolsonaro es destinatario de la paralización del orden político tradicional de Brasil. Desde el regreso de la democracia, en 1985, gracias a las dimensiones continentales del país y a un sistema de voto proporcional que privilegia a la persona sobre el partido, el Congreso brasileño está muy atomizado (en enero habrá 30 partidos allá) y, a diferencia de Argentina, nunca ningún partido pudo gobernar solo con una mayoría íntegramente propia.

Esto hace necesario crear amplias coaliciones para formar gobierno y llega el alquiler de siglas: muchos partidos diminutos ofrecen el o los pocos votos que tienen a cambio de cargos en el Gobierno y alguna coima que otra. Era una política muy transaccional, acuerdista, que desconocía ideologías. Es el andamiaje que se fue abajo, pero no ahora, sino en las elecciones de 2014.

Desgastado ante la incapacidad de la poco carismática Dilma Rousseff para domar la crisis salvaje que llegó con el fin del boom de las commodities, el PT rompió con el toma y daca parlamentario, permitió investigar la corrupción y emprendió una campaña del miedo para imponerse electoralmente. El mensaje era claro: el plato de comida de los pobres desaparecía si votaban al otro. Se terminaba el PT conciliador de los años de vacas gordas, del Lula “padre de los pobres” que también nombraba a adalides del mercado a puestos económicos.

Hizo lo mismo el principal partido opositor, el PSDB: consumada la cuarta derrota electoral consecutiva de una centroderecha que ahora se veía afuera del reparto de prebendas, el partido de Aécio Neves también perdió los pruritos y apuntó a sacarla a Dilma con tramoyas institucionales, hasta que encontró la hipocresía del juicio político. Otra opción menos para los centristas, y rienda suelta para el discurso extremista que tilda al PT de castrismo en ciernes y manutención de vagos, y a los demás de cipayos ingratos.

 

2- Se salvó del Lava Jato

Bolsonaro es el destinatario de los despojos de la Operación Lava Jato, que comenzó en ese 2014 turbulento e invalidó todas las fuerzas políticas de peso con la constatación de niveles de corrupción dantescos. Parece haber cierto sesgo político contra el PT (la rigurosidad aplicada al juicio a Lula no solo es dudosa, está ausente en varios casos de otros partidos), pero también hay condenados de 25 agrupaciones.

No así Bolsonaro, que quedó como un outsider sin serlo: es diputado por Río de Janeiro desde 1991, dice lo que dice desde mucho antes de llamar la atención. El juego del quemado de la Lava Jato lo dejó como uno de los únicos en pie (no por no ser corrupto, simplemente por no haber sido alcanzado).

 

3- El fin de las vacas gordas lo ayudó

Bolsonaro es el destinatario de la peor crisis económica de la historia de Brasil. El PBI se desplomó 7,4% en dos años. Hay 28 millones de personas desocupadas o subocupadas. La deuda pública asciende al 77% del PBI. Y el Gobierno está impotente desde antes del impeachment; la torpe reacción a la huelga de camioneros de mayo no hizo más que mostrar su incapacidad.

La Lava Jato multiplicó el daño al arrasar con las principales empresas del país y ahuyentar la inversión. No se ve una salida, y así crece el encanto de discursos como el del exmilitar, seductor precisamente por ser tan difuso.

 

4- La pesada herencia de Temer en el sistema político también

Bolsonaro es el destinatario de la ruina del Temerato, que convalidó el trabajo simbólico de la Lava Jato. Encajado como compañero de fórmula de Dilma en 2014 gracias al viejo acuerdismo, en la larga marcha hacia la traición y su posterior Gobierno, Temer consolidó un modus operandi atronadoramente cínico, movido pura y exclusivamente por el deseo de zafar de la Justicia, a la vista de todos. Así, compró diputados y senadores para blindarse e impulsó una reforma laboral y un ajuste brutales.

Dejó al Gobierno del país-continente en una deriva caótica, alargó la recesión y abrió un enorme vacío de poder. La búsqueda inescrupulosa de cortinas de humo lo llevó a cruzar otro límite: la intervención militar de Río para combatir la escalada de violencia, tan inútil como sugestiva. De esta manera, deslegitimó a todo el sistema y estimuló la búsqueda de alguien que no fuera “político”.

 

5- El narcotráfico descontrolado hace viable a un ejército que aún tiene prestigio

Bolsonaro es el destinatario de toda la violencia: 63.880 muertos por homicidio el año pasado, 5.000 en lo que va de este en el estado de Río de Janeiro. Feira de Santana, una ciudad pobrísima de Bahía, registraba 296 asesinatos en 2018; uno por día. Queimados, una de Río, cuenta 170 por cada 100.000 habitantes.

El narcotráfico, administrado desde las cárceles colapsadas del Amazonas, está totalmente fuera de control, desplazó al Estado en muchas grandes ciudades y ya empieza a animarse en países vecinos. A las guerras entre narcos se suman las “milicias”, expolicías y paramilitares con una concepción muy particular de la justicia. Se advierte una situación de colapso. En este contexto, un candidato que promete bala y habilita el todos contra todos se vuelve atractivo para muchos en una sociedad insensibilizada.

Aquí reside la incógnita de los militares. Debemos insistir en que para Brasil, lo que se llama “la dictadura” no es lo mismo que la nuestra: no están desprestigiados, nunca se los juzgó y duraron 21 años, más que suficiente para moldear mentes. No cuentan con el rechazo automático que se les tiene acá (sí está desprestigiada la policía) y muchos los creen el único rival a la altura del narcotráfico (véase México).

Validados, muchos optan por la vía electoral, con efectos por ahora inconmensurables: este mes fueron electos legisladores varios cabos, comandantes y generales. También integran el equipo que está trabajando en el programa político, supuestamente de corte desarrollista sesentoso, del que por ahora solo se puede afirmar que chocará con otros sectores de la coalición bolsonarista, como el Chicago boy al frente de lo económico, Paulo Guedes.

 

6- Los evangélicos se cansaron del PT y lo apoyaron

Y Bolsonaro es el destinatario del despertar de una nueva fuerza. Los evangélicos, 22% de la población del país y contando, siguieron al PT hasta que les quedó muy progresista. Bolsonaro les vino como anillo al dedo para su bautismo en las grandes ligas políticas: es su general en la guerra moral contra los gays que “contaminan” los medios, la corrección política y los derechos de las mujeres; cualquier cosa que no sea la familia heterosexual y jerárquica.

Tal como sus pares acá o en EE.UU., son una fuerza política temible porque tienen objetivos claros, ningún tapujo, mentalidad de sitio y la virtud de tirar todos para el mismo lado. El peso que tienen en el Congreso (la famosa bancada BBB, buey –el campo-, bala –el lobby armamentístico- y Biblia) los hace aún más fuertes y le darán gobernabilidad al exmilitar si gana.

Santiago Farrell

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