Parece mentira, pero llevo casi un año colaborando con este medio. En ese lapso cité a Scalabrini Ortiz y a Jauretche, y usé un videojuego ruso para hablar de la necesidad de una política tecnológica en clave de soberanía (y después retomé el tema usando la compra de Twitter como excusa). También escribí sobre la problemática de los discursos fascistas que generaron el caldo de cultivo para el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner y sobre por qué no era grave que Viviana Canosa se quede sin aire. Ah, y también celebré un hito fundamental del segundo gobierno de Cristina. No hace falta ser demasiado despierto para leer mi simpatía política.
Y aún así me encanta celebrar Halloween.
¿Por qué? ¿No es acaso esta fiesta un ejemplo de imperialismo cultural yanqui? ¿No es algo que nos imponen a través del marketing y la industria audiovisual? ¿No sería más digno de alguien que pertenece al movimiento nacional y popular defender un festejo más patrio, como el Día de la Tradición? Como dijo Jack el Destripador, vamos por partes (sí, es un cliché, pero estoy escribiendo sobre Halloween, es temático).
En primer lugar… ¿Por qué decimos que Halloween nos es ajeno? Es cierto, no es algo que tradicionalmente se haya festejado en nuestro país. Pero para el caso, la mayor parte de nuestras costumbres son relativamente recientes. Aún si damos por “nativas” a otras festividades de origen europeo (porque soy tan blanca que no puedo festejar el Día de la Pachamama sin sentirme una imperialista apropiadora), estas no fueron históricamente celebradas de la manera que lo hacemos hoy. Por lo menos hasta mediados del siglo XX el día de Reyes era mucho más importante que la Navidad como fiesta, aunque hoy los papeles se hayan invertido. Y no veo a tanta gente protestando contra la navidad.
Así como en nuestro país los carnavales fueron una fecha segura para la comunidad travesti, en el hemisferio norte Halloween cumplió un rol similar. Le autore Leslie Feinberg, en su libro “Transgender Warriors”, cuenta que el 31 de octubre era la única fecha del año en la que no corría riesgo de ir presx por travestismo.
Por otra parte, me inspira cierto tufillo homogeneizante el pensar que hay algunas festividades que son “esencialmente argentinas” y otras que no. Es tan argentino quien festeja celebraciones cristianas siguiendo costumbres españolas como quien toma caña con ruda el primero de agosto, al igual que quien festeja el Año Nuevo Lunar en Arribeños y Juramento. ¿Por qué justo esta fiesta sería anatema?
Bueno, para algunas personas es bastante literal el asunto: justamente su oposición es por motivos religiosos. No fallan para estas fechas las protestas en redes sociales de personas que participan de versiones especialmente reaccionarias del cristianismo quejándose de la “festividad diabólica” o que “los muertos no regresan”. Claro que esas mismas personas se oponen no sólo a la existencia de Halloween sino también a la mía, así que su enojo no me parece un punto en contra, sino a favor.
Y justamente en este punto, hay una veta profundamente queer en esta festividad. Así como en nuestro país los carnavales fueron una fecha segura para la comunidad travesti, en el hemisferio norte Halloween cumplió un rol similar. Le autore Leslie Feinberg, en su libro “Transgender Warriors”, cuenta que el 31 de octubre era la única fecha del año en la que no corría riesgo de ir presx por travestismo (en las décadas de 1960 y 1970, al igual que en nuestro país, la policía de muchas jurisdicciones de EEUU podía detener a alguien por ese causal, incluyendo “transgresiones” tan mínimas como mujeres usando pantalones con cierre al frente). Parece que toda fiesta en la que tradicionalmente la gente se disfraza es una gran oportunidad para que los mostris seamos visibles con seguridad.
Y esto me lleva al último punto: estamos hablando de nada menos que una fiesta. ¿Estamos en condiciones de rechazar eso? Vivimos en un mundo en crisis. Estamos saliendo de una pandemia, mientras vigilamos que no se descontrolen otros nuevos virus potencialmente letales. Estamos más cerca de la aniquilación nuclear que en cualquier momento desde la década de 1980, y tal vez incluso antes. Sobre nuestras cabezas pende la espada de Damocles del cambio climático, pero mientras tanto tenemos que lidiar con un mundo en el que nadie parece tener futuro más que nuevas formas de precarización laboral, lo que es caldo de cultivo para ideas fascistas y reaccionarias. En este contexto… ¿Podemos negarnos a una excusa para la diversión? ¿Podemos rechazar la fiesta, el goce, el placer? En estos tiempos, suena casi sacrílego preocuparse por una nimiedad como el origen de una festividad, que a su vez es una deformación de la apropiación cristiana de un ritual pagano.
En este contexto, ¿de verdad vamos a decir “amargo y retruco” a una oportunidad para la joda? Aflojen, júntense con amigues, disfrácense de Drácula, miren una de Carpenter. Con algo de suerte, el país va a seguir estando ahí al amanecer.