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Agustina Panissa: “Una vez que empezás a ver el feminismo, no hay vuelta atrás”

Abogada, Secretaria Adjunta de ATE Capital y militante desde hace muchos años, primero en la secundaria y universidad y después como delegada en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Agustina Panissa habla con Ponele sobre su trabajo dentro del sindicalismo y la lucha que lleva junto a sus compañeras por romper estereotipos, la resistencia durante los 4 años del gobierno macrista y las lógicas machistas que se siguen reproduciendo en la política, el trabajo y las relaciones personales.

Para empezar, contanos un poco tu trayectoria militante…

Empecé de adolescente, en mi secundario, el ILSE. Fui delegada de mi curso y presidenta del Centro de Estudiantes. Esa fue mi primera experiencia representando a alguien. Después milité en la Facultad: estudié Derecho en la UBA y participamos en una organización que se llama 14 bis. Me pasaba que cuando entraba a un lugar me costaba no apropiarme de lo que pasaba ahí, o no sentir que había algo para transformar.

Igual hay un poco de desdén con la militancia universitaria, una mirada cerrada sobre  esa militancia… sobre todo con los abogados. Pero si hablamos del Poder Judicial, por ejemplo, no es una entelequia, hay personas que lo generan y la usina de abogadxs, fiscales, jueces y juezas surge mayoritariamente de ahí: en la Facultad de Derecho hay un piso muy señorial, donde se reúne el Consejo Directivo y tiene una pared con cuadros de todos los varones que estudiaron en la Facultad y después fueron presidentes de la Nación. Eso es simbólico, fuerte.

Y cuando entré mucho no me gustaba Derecho, hasta que empecé a militar y creamos 14 bis y me encontré con gente que laburaba en cosas piolas, en Derechos Humanos, en Políticas públicas, fiscales con otra perspectiva: encontré otro camino dentro del Derecho. En esa época, con parte de la militancia, ya teníamos vinculación con la CTA y con ATE. Y después en la Facultad me salió una pasantía en la Defensoría del Pueblo, donde fui delegada y me  terminé involucrando mucho. Cuando me propusieron ser delegada  primero dije que no porque me iba a terminar metiendo mucho y yo tenía mi militancia en la Facultad y en algunos espacios culturales, en las comunas. Y al final dije “bueno, lo hago pero tranqui”, y terminé re metida (risas). Y acá estoy, siendo Secretaria Adjunta. Me cuesta el tranqui, es todo muy pasional en mí.

En el camino fui Secretaria de Juventud de la CTA Capital y hace un año el “Tano” Catalano (Daniel, Secretario General de ATE) me propuso acompañarlo en esta segunda gestión de la Verde y Blanca. Mi primera reacción fue de sorpresa, no lo podía creer. Sabíamos que había una posibilidad de que mi sector tuviera un lugar en la lista porque, dentro de la Ciudad de Buenos Aires, la Defensoría del Pueblo es el Organismo que tiene mayor cantidad de afiliados, pero esperábamos con los compañeros alguna vocalía, una secretaria… Y cuando llegó la propuesta tardé un poco en caer y en aceptar, fueron un par de días de pensar. Pero al final me animé.

El techo de cristal funciona antes que nada en tu cabeza, sentís que no estás lista, que no estás lo suficientemente capacitada, que seguro otro lo hace mejor…

Dentro de esta historia de militancia, ¿cómo y cuándo aparece el feminismo?

A mí me agarró hace poco. En una charla con una compañera ella me decía algo que es tal cual: con el feminismo te pasa lo mismo que con la injusticia social o con la pobreza: una vez que lo empezás a ver, no hay vuelta atrás. Una vez que te llega, no lo dejás de ver y te transforma la manera de mirar, de cuestionarte la forma en la que venís haciendo política. Toda mi vida milité en organizaciones mixtas, que obviamente no tenían la impronta de las organizaciones integradas únicamente por mujeres. Entonces hay muchas cosas de la política que las tenía naturalizadas y el feminismo te invita a cuestionarte todo, y es muy movilizante porque empezás a ver todo de otra manera.

Y no solo se trata de cuestionar sino que necesitamos que haya mujeres con voluntad de transformar, ejerciendo el poder, no solamente desde un lugar discursivo o de denuncia sino desde la construcción de poder. Yo creo que si me hubieran ofrecido este cargo hace tres o cuatro años, mi reacción seguramente hubiera sido decir que no. Porque creemos que no estamos listas para esas responsabilidades. El techo de cristal funciona antes que nada en tu cabeza, sentís que no estás lista, que no estás lo suficientemente capacitada, que seguro otro lo hace mejor… Todo eso opera. Cuando me ofrecieron mi cargo actual, me temblaban las patas, no me entraba en la cabeza. Lo hablé con una amiga y ella me decía: “Agus, ¿a vos te parece que algún varón dudaría de esto”. Y sentí que, si decía que no, estaba traicionando eso que nosotras veníamos militando. Porque decíamos “paridad y poder, tenemos que llegar” y cuando aparece la posibilidad, si nosotras mismas decimos que no, nos estamos traicionando.

Sin el feminismo no hubiera llegado. Primero por la paridad que el Tano quería para la lista, él quería tener una compañera Adjunta y segundo porque como te decía antes probablemente si no hubiera estado atravesada por el feminismo no me hubiera animado. Para mí es muy interesante todo lo que se fue construyendo en ATE. ¿Por qué el Tano decidió tener una compañera adjunta? ¿Porque se levantó un día y lo pensó? No, no fue por eso: hubo un recorrido durante los últimos años de las compañeras, desde los sectores de laburo, desde el feminismo inundando el sindicalismo, que hizo que fuera imposible seguir haciendo las cosas como se venían haciendo. No sé si las compañeras hubieran tolerado otra cosa. Yo siempre digo, y de verdad lo creo y fue algo que lo hablé con muchas compañeras, que al llegar yo, estábamos llegando todas. Y que haya una lista de paridad genera otra dinámica.

No solo se trata de cuestionar sino que necesitamos que haya mujeres con voluntad de transformar, ejerciendo el poder, no solamente desde un lugar discursivo o de denuncia sino desde la construcción de poder.

En relación a esta práctica colectiva y estas transformaciones quizás hay quienes piensan que el mundo ya es feminista, pero hay un montón de prácticas machistas que se siguen reproduciendo. ¿Cuánto de esto encontrás en tu cotidianeidad? ¿Cuánto te pasó, a lo largo de tu historia, de sufrir el patriarcado, incluso aunque lo hubieras identificado a posteriori?

Un montón de veces. Nosotras partimos de la base de que el patriarcado es un sistema cultural, entonces no va a haber algo que esté exento de eso. En todo caso estamos todos atravesados y somos en algún punto reproductores de eso. Nosotras también. Pensando en un “antes y después del feminismo”, yo tenía la idea (y nos pasaba a muchas) de que teníamos que masculinizarnos para ejercer un lugar de conducción, que tenías que apropiarte de esa forma de los varones para hacer política. Yo soy una piba joven, de clase media, no doy con el perfil de lo que uno se imagina de un sindicalista. Porque históricamente las mujeres no han ocupado estos lugares, pero en los últimos años con la lucha de los feminismo y de las que estuvieron antes que nosotras comenzamos a hacer posible ocupar otros espacios. Soy consciente de eso, y me parece importante romper esos estereotipos, porque lo que en verdad deberíamos esperar de un sindicalista es que represente genuinamente a sus compañeros, que dispute una paritaria, que pueda conducir, no el estereotipo del tipo grandote con camperita de cuero.

Te doy un ejemplo de una dinámica que se sigue reproduciendo y que nosotras notamos: si en una reunión una compañera dice algo y después un compañero dice algo parecido, absolutamente todos los presentes reproducen eso que dijo el compañero. Históricamente la voz de la mujer fue puesta en cuestión. Vas a un plenario y es más común encontrarte con varones que toman la palabra. Y nosotros eso lo cuestionamos. ¿Qué te dicen muchas compañeras? “Seguro lo que voy a decir es una boludez”, o “Ya lo dijo el otro compañero, no lo voy a repetir”. Y después tenés diez compañeros que dicen la misma “boludez” con pose de combativo. Y muchas compañeras no toman la palabra por temor, eso sigue operando en nosotras. En las reuniones yo hincho mucho para que las compañeras tomen la palabra. Me pasó hace poco, en una reunión del Consejo Directivo, con una compañera que viene siempre desde que se abrió el sindicato en cuarentena y siempre la ves haciendo muchas cosas. Entonces le dije “Che, ¿por qué no contás esto que hiciste de la capacitación con los trabajadores o el protocolo que armaste?”. Y ella me dijo: “No, porque no es tan importante”. Y capaz que hubo diez chabones que hablaron de no sé qué, pero la que estuvo laburando y que resolvió algo concreto fue esa compañera que siente que lo que va a decir es una pelotudez, y no se anima.

Si en una reunión una compañera dice algo y después un compañero dice algo parecido, absolutamente todos los presentes reproducen eso que dijo el compañero.

La sororidad, que parece una cuestión enorme, a veces aparece en estas pequeñas cosas. Es poder pensarnos colectivamente en una paritaria, en una reunión, en una movilización…. Y yo creo que estamos generando cambios. No es que por ser mujer automáticamente tenés otra mirada de la política, pero sí es verdad que el feminismo te hace ver otras miradas. Por ejemplo, para construir mayores niveles de unidad. Hay algo del patriarcado del porongueo, de a ver quién es más poronga que el otro, y eso genera en la política que vos no puedas llegar a determinados niveles de acuerdo porque lo que importa no es lo que vas a discutir sino quién la tiene más larga.

El feminismo pone por delante el objetivo, y eso no lo digo yo, se vio el último 8 de marzo, que fue la última marcha grande que tuvimos antes de la cuarentena. En una misma columna estaban todas las centrales obreras, que en otros ámbitos no se pueden sentar en una misma mesa. Cuando vinimos a contar que estábamos yendo a esas reuniones más de uno dijo “No, con fulano no…”, y las compañeras entendieron que había que generar esa unidad. No es que “ay qué amiguitas que somos, porque somos feministas…”. Nos recontra matamos discutiendo en una reunión, casi se va todo a la mierda, pero pudimos entender que hay etapas en las que vos tenés que generar unidad, sobre todo en la etapa anterior, que fue de resistencia. Veías mucha mayor unidad en compañeras que en compañeros. Y creo que esa es una transformación, porque esos espacios intersindicales quedaron, porque esa mirada de unidad quedó, porque la paridad generó que tengamos Secretarías en determinados lugares que no son los tradicionalmente identificados con lo femenino y que las compañeras peleen la paridad en sus juntas internas. En mi junta interna iba a haber dos varones y una compañera dijo “si tenemos una Adjunta en ATE Capital tenemos que tener una Adjunta en la junta interna”. Yo antes entraba en la oficina del Tano y eran todos varones. El día que firmé el cargo el Tano me hizo entrar a la oficina y eran todos compañeros, y yo hice un chiste, no me acuerdo cuál, pero picanteando por esto de que no había mujeres. Y eso empezó a cambiar, porque nosotras empezamos a habitar esa oficina. Y no es que lo hice yo sino que, al estar yo, eso habilitó a que otras ingresen.

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El año pasado, en las elecciones nos invitaron de una cooperativa a las mujeres de la lista a almorzar, éramos todas mujeres. Cuando volví al sindicato estaban todos los compañeros, varones, en la oficina del Tano, y decían “ay, se fueron a comer todas juntas y nos excluyen”, se hacían los ofendidos, decían “miren si nosotros hiciéramos una actividad sola de varones”. Y yo me planté y les dije: “La hacen todo el tiempo, y se llama rosca… ¿O qué estaban haciendo todos juntos acá?” (risas). Está bueno que los compañeros se permitan también romper eso y que nosotras nos permitamos romper eso.

Otro día hicimos una reunión con las mujeres de la lista cuando estábamos en campaña y había un compañero que estaba afuera como espiando, mirando, y le decimos “qué pasa?”, y abre y dice algo así como “la vengo a buscar a fulanita”, y todas “está reunida, no puede”, “pero es un minuto, que venga un cachito”. Y nosotras: “no, está reunida, se queda acá”, y él: “bueno, pero como estaban en la reunión de género…”. “No, pero no es reunión de género…” (risas). Es llamativo que se dé por sentado que siempre que hay mujeres reunidas de lo único que se puede hablar es de cuestiones de género o que ese tipo de reuniones tienen menos importancia que otras. Pero hemos avanzado mucho, y falta pero estamos en el camino de seguir construyendo.

Con esto de “reunión de género” me acuerdo de que hace unos años, cuando alguien decía una barrabasada, se usaba como un chiste decir “tiene que ir a las reuniones de género…” y las compañeras, enseñándonos una vez más a los varones, nos decían “no es un castigo eso”…

Claro, yo antes del feminismo tenía esa misma actitud. Al Encuentro de Mujeres no lo comprendía, y hasta que no lo habitás no comprendés el significado que tiene. Cuando volvimos del Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans, el Tano me comentaba “ustedes tienen que explicar de otra manera lo que viven ahí”, pero no sé si es transferible lo que se vive ahí. Para tomar confianza y poder discutir, primero necesitamos estar entre nosotras, y es muy loco porque se generan otras dinámicas. No es que no haya disputa, pero es otra lógica. Nos animamos a tomar la palabra de otra manera y  también el espacio público, nosotras hacemos nuestras propias columnas de seguridad, nuestras canciones…  Las pibas de ATE, que hacen percusión y son unas grosas, te hacen pensar: ¿por qué el habitar la calle y el aguante y llevar los bombos son una cosa masculina? Igual un desafío, que todavía está latente, es que todo el sindicato se apropie de esas canciones. No son canciones “de las pibas”, hay canciones de la Verde y Blanca, de resistencia al macrismo, de los despidos… y no se cantan, porque se piensa que esas canciones “son para que las canten las chicas…” Ese es uno de los desafíos, por ejemplo, que los compañeros canten esas canciones, que las hicieron sus compañeras de sindicato.

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