Ilustración: Olivia Mira
De la hospitalidad bohemia a la hospitalidad de mercado
Airbnb llegó para transformar radicalmente el negocio de la hospitalidad en todo el mundo. La plataforma digital donde ofrecer y alquilar habitaciones o casas enteras en viviendas privadas nació en San Francisco hace 10 años y hace dos que funciona en Argentina. Los antecedentes son Coachsurfing y los tiempos compartidos.
En Coachsurfing los usuarios ofrecían sus hogares de forma gratuita a turistas y la retribución era de carácter informal. El dueño o dueña de casa salía con ellos, les contaba un poco sobre la ciudad y los huéspedes dormían en su casa, cocinaban, regalaban vinos y dejaban todo ordenado.
Si bien tuvo un éxito considerable, esa hospitalidad bohemia nunca alcanzaría los guarismos de Airbnb, que hoy tiene más de 5 millones de propiedades de todo el mundo registradas en su plataforma, funciona en 191 países y está valorada en 38.000 millones de dólares.
Los usuarios o “emprendedores de la hospitalidad”, como los llama Airbnb, crean una cuenta personal, narran sus perfiles, acondicionan y ofrecen sus hogares o propiedades inutilizadas, les ponen un precio, las alquilan y reciben calificaciones de los usuarios.
Confraternizar con otro, cuando hay una relación comercial de por medio, nunca fue más fácil: hacés entrar gente a tu casa o lo llevás a dar una vuelta en bicicleta, los tratás bien, les cobrás, te califican, vienen otros, lo repetís. La relación económica parece ser clave en este simulacro de hospitalidad incondicionada.
La experiencia como commodity
La fuente de singularidad de Airbnb reside en su plasticidad, es como un ente tentacular capaz de ocupar cada microespacio de lo turístico. Desde ofrecer casas enteras hasta minúsculos habitáculos en lugares insólitos, exclusivos, remotos, gentrificados o residenciales. También cuenta con un catálogo de experiencias únicas que ninguna agencia de turismo o guía de viaje nunca jamás ofreció.
En esta sección los usuarios ofrecen actividades de todo tipo: tours en bicicleta por zona norte, paseos fotográficos, históricos o feministas, clases privadas de cocina o de manualidades con cuero o una noche LGBT en Buenos Aires.
Ya tienen un año operando en Buenos Aires, hoy existen más de 280 ofertas disponibles. Esto mismo se puede encontrar en cualquier parte del mundo, existen 15.000 ofertas distintas en más de 1000 ciudades.
Las experiencias contribuyen a romper con los guetos o lugares comunes del turismo. El visitante del siglo XXI parece preferir una aventura más original y única al montaje repetitivo y coreográfico de turismo más clásico y lleno de estereotipos.
Si bien los profesionales del turismo no deben estar muy felices con esta modalidad, emerge una nueva forma en que el dinero circula por la ciudad. Más importante aún, contribuye a activar discursos más inclusivos sobre la ciudad. Y le permite a los usuarios hacer un producto turístico personal con sus talentos y cobrar por ello.
Como corresponde al capitalismo de plataformas, las condiciones son opacas, no hay posibilidad de facturar nada a Airbnb y alienta las formas más intrincadas de evasión impositiva: cobros a través de Paypal o Payoneer o directamente a una cuenta bancaria a riesgo de que AFIP penalice estos movimientos.
Así los emprendedores de la hospitalidad ceden su comisión no sólo a Airbnb, sino también a la industria de los servicios financieros online.
Filosofía de Airbnb: pertenencia y colectivización
“Airbnb stands for something bigger than travel. We imagine a world where we can belong anywhere”. Con su filosofía y sus algoritmos, el logo perfecto y universal de tipografía sans serif rosa, Airbnb es la droga capaz de inducir la misma fantasía a miles de personas distintas sin importar su nivel socioeconómico, raza, religión o nacionalidad.
Con el eslogan “Belong anywhere” – pertenecer en cualquier lado- Airbnb apela a una dimensión emotiva de las personas: todos queremos pertenecer, ser bien recibidos y aceptados. Desde el que alquila una cama hasta el que puede pagar un hotel de lujo pero necesita un viaje “más real” o un poco de compañía, Airbnb les ofrece a todos un lugar para quedarse.
Los anfitriones, por su parte, ponen sus viviendas a disposición de la plataforma, las retiran del mercado local y desajustan la oferta-demanda de los circuitos inmobiliarias.
El retorno son sumas dolarizadas de dinero y en un segundo orden aparece el hecho de tejer vínculos. No hay precedente histórico de esta voluntaria colectivización de la propiedad privada en manos del capitalismo digital.
¿Cómo disruptir la disrupción?
El modelo de experiencias y alojamientos de Airbnb desmantela redes tradicionales de turismo en todo el mundo y monta un modelo mucho más fluido, dinámico y sin centro.
El único centro es Airbnb, que mediatiza todas las relaciones, controla todo lo que ocurre bajo su interfaz, cobra comisiones (12% de la transacción en alojamientos y 20% para las experiencias) y acumula sin estar sujeta a ningún control gubernamental. Por último, maneja un volumen de datos sobre las preferencias del turismo mundial sin precedentes.
Hay otras plataformas o cadenas de hoteles globales, pero el crecimiento exponencial de Airbnb permite suponer que todo lo que quede fuera de su paraguas está condenado a desaparecer en una especie de gulag virtual.
Airbnb tiene serios conflictos legales y sociales en todas las grandes ciudades donde opera y, aun así, como la mayoría de las plataformas digitales, no parece dispuesta a someterse a ninguna voluntad política.
Su avance agudiza problemas estructurales de la vida urbana contemporánea, como la concentración de la riqueza, la precarización laboral y el acceso a la vivienda.
Es una estructura compleja que plantea una forma novedosa de repartir ganancias, generar empleo para actores nuevos y expandir los límites de lo que conocemos como “viajar”, pero también una nueva forma de acumular capital sin invertir ni producir nada, y una nueva forma de precarizar sin ningún control estatal, ni nada que le haga frente.
Mientras discutimos regulaciones del mercado inmobiliario, conviene no perder de vista a este nuevo jugador, las formas de explotación y precariedad que fomenta, pero también las formas de solidaridad y potencial socializador que contiene. Disruptir políticamente su disrupción económica, parasitar socialmente su parasitismo financiero, parece ser la misión.